¿Terrorismo transversal es invencible? | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 24 de Julio de 2016
Vicente Torrijos

Afecta a cuatro continentes y amenaza también con golpear a los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro.

 Su principal exponente es una organización no estatal (Isis, Daesh o Estado Islámico) que, a modo de cuasiestado, controla territorios bien marcados y se extiende a modo cartesiano en redes transnacionales que atraen a todo tipo de sujetos y organizaciones.

 Al mismo tiempo, genera en su contra las acciones militares no de una, ni dos, sino de las grandes potencias del globo, creando un escenario muy próximo a la noción que los seres humanos tenemos de una tercera guerra mundial.

Dicho de otro modo, en vez de enfrentarse entre sí, las naciones más poderosas del globo se encuentran involucradas, de uno u otro modo, en operaciones contra una entidad que no es estatal pero que ha demostrado -con alta precisión-  que puede ponerlas en jaque a todas ellas.

Y no es tan sólo una apreciación subjetiva.  Por el contrario, los presidentes Barack Obama, Vladiir Putin y Francois Hollande han sido explícitos al sostener que sus países se encuentran en guerra (híbrida) contra Isis y al tiempo que tratan de garantizar la seguridad pública en sus propios territorios y que desarrollan operaciones de alta complejidad en África y Medio Oriente sin que haya indicadores concretos del éxito alcanzado hasta ahora.

De hecho, pocas horas antes del ataque del 14 de julio en Niza, el director del FBI, James Comey, comentaba con cierto matiz premonitorio, que “a medida que vaya siendo aplastado, el califato estará más desesperado por demostrar su vitalidad y recurrirá cada vez más a los ataques asimétricos”.

En cualquier caso, ¿Por qué este terrorismo transversal parece invencible y se propaga tan aceleradamente, afectando a su paso los pilares mismos de la estabilidad ciudadana tanto en Estados industrializados como en otros, asociados a ellos de algún modo?. Aquí las razones:

  1.  

En la práctica, Isis maneja unas capacidades que le han reportado notable eficiencia sistemática, algo que logran atacando letalmente, casi a diario, en los más diversos sitios sin tener que preocuparse demasiado por la planeación o por el blanco propiamente dicho.

Con esta recurrencia, la organización alcanza un impacto global multiplicando los estresores sobre distintos sistemas sociales y causando inseguridad estructural, ya sea en Orlando, París, Bruselas, Túnez, Niza, y aquellos sitios que, seguramente, habrá que adicionar al listado.

  1. Inmediatismo y frivolidad

Tan pronto como son atacados, los países occidentales reaccionan con alta dosis de emotividad, aflicción y solidaridad.

Pero, a las pocas horas, esta conducta se convierte en una especie de ‘frivolidad compartida’ porque el dolor queda grabado en las víctimas directas pero se diluye en la marea social que trata de adaptarse a la amenaza, casi que prefiriendo ignorarla.

Para no ir muy lejos, ninguna emisora de televisión francesa cortó sus emisiones para conectar con los acontecimientos en Niza y apenas antes del atentado, en medio de la fiesta nacional, el presidente Hollande recordaba, exultante, que el estado de excepción se levantaría unos cuantos días más tarde.

Se reproducen, así, una serie de ‘rituales repentistas’ que canalizan la angustia fomentando, involuntariamente, una especie de negligencia benigna por parte de gobiernos plenamente conscientes de que gran parte del origen del mal no está en el desierto de Siria sino en los suburbios de Bruselas, Londres o París.

En tal sentido, a cada atentado corresponde no sólo una cumbre de cancilleres o de ministros de Defensa, sino todo un repertorio de medidas unilaterales que cada Estado adopta para auto protegerse pero que no tienen efecto estructural sobre las capacidades destructivas del tejido amenazador.

  1. Versatilidad e innovación

Isis ha demostrado que puede gestionar creativamente tres tipos de recursos de particular importancia.

Primero, los recursos tecnológicos, o sea, el uso de toda suerte de artefactos que se convierten en instrumentos mortales, hayan o no hayan hecho parte del terrorismo tradicional: camiones sin explosivos que atropellan a la muchedumbre, puñales, hachas, etc, “todo lo que tengáis a mano para matar en Occidente”.

Segundo, los recursos humanos, desde suicidas exitosos hasta lobos solitarios y ‘licántropos terroristas’ (aquellos que de acuerdo con la tradición popular no son lobos pero se convierten en ellos durante las noches de plenilunio), es decir, individuos o pequeños grupos que sin ser enfermos mentales ni militantes de nómina se sienten comprometidos integralmente con la causa y tienen algún tipo de conexión, así sea superficial o espiritual con los circuitos matrices del Isis.

Y tercero, los recursos políticos, ya que por un lado manejan excelentes relaciones con gobiernos amigos (no solo sunitas antichiitas) que les apoyan intelectual, comercial y logísticamente y, por otro, logran fracturar las élites en varias sociedades occidentales que, de esa manera, se convierten en escenarios más vulnerables aún.

En efecto, la férrea unidad nacional que se percibió en Francia tras los atentados de Charlie Hebdó y Bataclán se diluyó tras la tragedia de Niza, cuando Marine Le Pen habló de expulsar a islamistas y condenados de todo tipo que tuvieran la doble nacionalidad, mientras el primer ministro Valls planteaba la dicotomía entre Estado de Derecho y “trumperización”.

  1. Látigo, anteojeras y zanahorías

Ante semejante amenaza, los países impactados han desarrollado tres frentes de acción caracterizados por una coordinación precaria que a duras penas se manifiesta en torno a aquellos intereses nacionales considerados como compatibles.

Dando látigo, los Estados Unidos, por ejemplo, lideran una coalición y ya llevan más de dos años bombardeando posiciones del Isis en Medio Oriente pero oponiéndose al presidente sirio que, paradójicamente, es pieza clave en la lucha contra la organización yihadista.

Por otra parte, se supone que Arabia Saudita rechaza al Isis, pero mucho su rumora en contrario, sobre todo si se tiene en cuenta que la principal preocupación estratégica de Irán -su más destacado adversario, también en la península- es, precisamente, esa organización reticular.

Rusia, consciente de que Siria es el último bastión con que cuenta en el Mediterráneo para darle movilidad a toda su flota del Mar Negro, se ha involucrado desde hace más de un año sosteniendo al régimen y bombardeando al Isis pero sin plegarse a los norteamericanos y desarrollando su propia agenda táctica con los incontables problemas que eso supone sobre el terreno.

Por último, los franceses (de modo similar al de los Estados Unidos) también desarrollan acciones muy propias para mantener su influencia en áreas tradicionales de interés, pero, lejos de ahuyentar el riesgo, pareciera que solo consiguen atraerlo.

En 2012, por ejemplo, lideraron la coalición que bombardeó Siria ; en 2013 emprendieron la operación Sangaris para ponerles fin a las matanzas interétnicas y religiosas en la República Centroafricana ; en 2014 bombardearon en Irak y enviaron cazabombarderos a Jordania y los Emiratos en lo que hoy se conoce como operación Chamal, dotada de 17 aviones.

En 2015, después de Charlie Hebdó, pusieron en marcha la operación Centinela desplegando 10 mil hombres en su territorio y militarizaron las calles para proteger centros religiosos, escuelas, trenes y aeropuertos, de tal forma que tras el atentado de Bataclán no tuvieron más opciones que enviar a su nuevo portaviones, el Charles De Gaulle, a bombardear Siria, y autorizar ataques (en defensa propia) sobre los propios franceses militantes del Isis en el área.

Finalmente, después del atentado en Niza, ellos decidieron prolongar el estado de excepción (aunque tan solo por seis meses más) para detener e interrogar sin orden judicial, ingresar a domicilios o asignarlos forzosamente, y confiscar y analizar indiscriminadamente cualquier sistema de comunicación.

Con todo, las franquicias del Isis son muchas y los aliados, al actuar dispersos y por su cuenta, atendiendo muchos frentes al mismo tiempo, no consiguen converger, así que sus esfuerzos se diluyen y lo único que consiguen es multiplicar las huestes terroristas despertando los más profundos impulsos destructivos.

Por otra parte, y poniéndose anteojeras, los países aliados tratan de impulsar marcos jurídicos comunes que a estas alturas ya están prácticamente agotados sin haber servido para destrabar el problema.

El G-20, al que puede considerarse como el grupo de países industrializados y emergentes más poderosos del planeta, produjo, por ejemplo, una flamante declaración tras los atentados de fines del 2015 en Ankara y París, cuyo mérito no fue más allá de recopilar las medidas intelectualmente sugestivas pero materialmente intrascendentes en materia de financiación del terrorismo, intercambio de información, sanciones financieras, lucha contra la radicalización, la propaganda y la seguridad de fronteras o de la aviación mundial.

Por último, repartiendo zanahorias, las naciones afectadas se muestran sensibles ante las llamadas raíces profundas del terrorismo y tratan de gestionar las emergencias sociales complejas mediante la cooperación para el desarrollo en las antiguas colonias o países deprimidos y fallidos, al tiempo que se autoanalizan para intervenir las barriadas donde viven los inmigrantes, excluidos y resentidos.

Lo que pasa es que, en vez de promover la conciencia crítica, lo que verdaderamente crece en estos países es el prejuicio, la discriminación y la ambivalencia, aquella que les lleva a superar la culpa aceptando más inmigrantes pero sin poner remedio al modo en que tal inmigrante es percibido socialmente.

Hacia un modelo multifuncional

AFP

En definitiva, el terrorismo transversal prospera porque es altamente innovador y porque el enfoque estratégico en su contra no está claro.

No obstante, los países agredidos se esfuerzan por desarrollar un cierto  modelo multifuncional basado en cinco grandes variables que conviene destacar para abrir el debate sobre lo que puede hacerse al respecto.

Primero, vigilar, algo que solo puede ser efectivo si el ciudadano común se involucra en el manejo del problema cotidiano de la seguridad pública.

Segundo, anticipar, lo que significa no tanto fusionar sino correlacionar sistémicamente la Inteligencia.  En Francia, por ejemplo, hay nueve organismos distintos y tres entes de coordinación (Dgsi, Dgse, ScrtT, Sdao, Sdat …) a tal punto que el Comité de Investigación de la Asamblea Nacional que entregó su informe el 5 de julio propuso su pronta unificación.

Tercero, inhibir, o sea, desactivar los propulsores ideológicos del odio en diferentes escenarios internos y externos.

Cuarto, incapacitar a los extremistas violentos, esto es, romper tanto sus ciclos de financiación (¿quiénes promueven y amparan a Isis?) como las sucursales mediante coaliciones militares in situ altamente capacitadas y dotadas con tecnología de última generación.

 Y quinto, equilibrar, es decir, hacer sostenibles y funcionales a los aliados menos capacitados al tiempo que se perfecciona el sistema de inmigración para integrar al “otro” en la lucha contra el terror en vez de reproducir el culto a la violencia.

 En pocas palabras, el adversario ya no es aquel ajeno al endogrupo (tal como solían verlo los defensores del supremacismo) y Francia se erige como el mejor ejemplo de que ese enemigo bien puede ser cualquier francófono o, lo que es aún más traumático, algún auténtico francés que ni siquiera haya salido nunca de su patria.

*Profesor Emérito de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario.