La Turquía que el mundo necesita | El Nuevo Siglo
Foto Xinhua
Domingo, 24 de Julio de 2016
Diego Cediel

El 7 de junio Turquía captaba el foco de la atención mundial debido al ataque terrorista perpetrado por el Estado Islámico en el aeropuerto Atatürk de Estambul. Días después, el 15 de julio el mundo entero se conmocionó por la crisis política derivada de un frustrado golpe de Estado que pretendió sacar del poder al presidente elegido en 2014, Recep Tayyip Erdoğan. Para la ciudadanía turca, parecía replicarse el sino militar de usurpar el poder como ya lo habían hecho en 1960, 1971, 1980 y 1997. 

Pero antes de esos dramáticos sucesos, los diarios internacionales trataban a Turquía como un Estado de menor valía en el sistema internacional que solo mojaba prensa cuando intentaba ingresar a la Unión Europea o vendía sus novelas (con tramas Occidentales pero con los ajuares propios de la Estambul islámica) a Latinoamérica. A pesar de esta imagen de poquedad, el peso de Turquía en el ajedrez mediterráneo, en el del Cercano oriente y en el del Asia central es determinante y debe entenderse más allá de la coyuntura mediática.

Turquía es fundamental porque está en medio de las crisis que ponen a prueba los arrestos políticos, económicos y humanitarios de Occidente. Nada menos. Erdogan lo sabe y, usufructúa dicha situación. Con un estilo similar a cualquier político liberal, moderado y laico europeo, el presidente turco se ha granjeado una imagen de líder regional y ha posicionado a su país en esas crisis, no como espectador sino como autoridad con voz y voto.

La primera crisis que debe enfrentar es la guerra civil siria. Sin Turquía, las intervenciones militares de la Otan serían imposibles. Erdogan entendió que si optaba por la neutralidad, Europa le vetaría su acceso por no corresponder a los criterios de cooperación militar dispuestos en los acuerdos de ingreso. Así, condicionó el uso de su suelo para el despliegue de los operativos militares y humanitarios que lideraron Estados Unidos, Francia, Rusia e Inglaterra para, al menos, detener el baño de sangre y así, catapultar sus aspiraciones pro europeas. Siria, sin Turquía, estaría a merced del Estado Islámico.

De lo anterior, se desprende el segundo asunto crítico en el que juega sus cartas el proyecto turco. Ante la renuencia de apoyar una respuesta militar contra el Estado Islámico, las bombas y los muertos en el aeropuerto de Estambul le recordaron que debía contener la amenaza. Si bien no de manera directa con dispositivos militares que cacen a los responsables, sí como un escenario propicio para los operativos bélicos y políticos que permitan esa cacería. Europa y Estados Unidos necesitan de Turquía para librar esa lucha. Y sin Erdogan, poco viable sería.

La ubicación de bisagra de Turquía explica el tercer escenario definitivo para el país. En razón a los ríos de sangre que tiñen las calles de Alepo, Damasco y Bagdad, Estambul se erige como el contendedor, el peaje o la tumba de miles de víctimas de la barbarie y la degollina que asolan a Siria, Irak y, naturalmente, el Kurdistán. Esas moles de gentes que quieren conquistar las tablas redentoras de Berlín, Bruselas, Copenhague o si quiera, Atenas, deben zozobrar por las fronteras turcas. Así que, Turquía puede ser el puente entre el infierno del Cercano oriente y la esperanza de abrir restaurantes en Hamburgo huyendo de Bashar Al Assad o de cualquier sátrapa yemení.

En consonancia con esa estratégica localización, por el suelo turco atraviesan los oleoductos, los barcos petroleros y las líneas de gas provenientes del Asia central y del Cáucaso que calientan los apartamentos y las cocinas de la Europa central y occidental. Además, las grandes firmas de comercio energético occidentales, rusas y chinas deben tener el visto bueno de Ankara para efectuar ese negocio de comercialización y refinamiento sin altercados que desestabilicen los mercados de las materias primas o de los productos de valor agregado. Una alteración en ese juego de recursos y rentabilidades, sin la participación de Turquía sería insoluble.

Una prueba, nada despreciable, de la necesidad del accionar diplomático y geopolítico de Turquía se revela en el marco del restablecimiento de las relaciones bilaterales con Israel. Al dejar de lado viejos odios y rencillas políticas surgidas desde hace seis años, Ankara y Tel Aviv plantaron bandera por la estabilidad política, la cooperación humanitaria y el fortalecimiento económico entre estas dos naciones en una región donde el cisma y la violencia son el pan de cada día. Buenos oficios los que hacen estos deshielos ya que Occidente necesita aliados y canales de comunicación para amainar, por ejemplo, la crisis humanitaria en la Franja de Gaza.

Parece entonces que Turquía viene adquiriendo a un protagonismo diplomático y geopolítico efectivo y eficiente, al menos en su órbita regional. Ser el Estado definitivo en la guerra siria, en la lucha contra el terrorismo, en la migración dolorosa de refugiados, en la comercialización de energía y petróleo le faculta para hablar duro y de frente, bien ante la Unión Europea o ante la Otan. Sin embargo, esa efectividad viene condicionada por la normalidad doméstica, que como bien se vio hace unos días, falta por afinar. Porque de seguir en intentonas golpistas, los tibios acuerdos y las frágiles estabilidades que ha protagonizado Turquía desbarajustarían el juego de poder que pretende Occidente. 

*Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de La Sabana