La reducción del Congreso | El Nuevo Siglo
Martes, 26 de Julio de 2016

Se ha presentado al Congreso un acto legislativo, de autoría del senador Alfredo Ramos, con el fin de disminuir la composición del Congreso de la República. La idea es colaborar con la reducción del déficit fiscal y generar menores gastos, salarios y prebendas. Para ello se considera que 200 parlamentarios son suficientes, divididos entre Senado y Cámara.

Es muy posible, claro está, que el proyecto no reciba la atención debida y ni siquiera sea puesto a discusión por las mesas directivas. Como se sabe es muy difícil en la corporación, si no se pertenece a la coalición mayoritaria, que las iniciativas merezcan debate. Y suelen ser archivadas, una y otra vez, de modo que están destinadas a vivir el sueño de los mortales. Mucho más, como es el caso, si ellas tratan de cualquier modificación sobre el funcionamiento, desempeño, salario o número de congresistas. De modo que, de antemano, puede darse por descontado el archivo del proyecto, en el entendido por lo demás de que a los congresistas no les gusta menear los asuntos de su propio cuño y pellejo.

Esa es, aparte de si la idea es positiva o negativa, una de las grandes falencias del debate público colombiano. Precisamente, la actitud furtiva del Congreso sobre sus facultades, trabajo y desenvolvimiento. Es lamentable porque, naturalmente, el hemiciclo tiene su razón de ser en contemplar las diferentes iniciativas y en cómo desarrollar de mejor manera las atribuciones congresionales. No es secreto, asimismo, que en todas las encuestas la actividad parlamentaria aparece en el sótano. Hay una crisis endémica de la rama Legislativa que, tan protuberante como un elefante en la sala, no se quiere ver y las cosas se dejan así como si ello no comportara un desgaste institucional por descontado anómalo y erosivo. La única satisfacción al respecto consiste en decir que las otras ramas del poder público, o sea la Ejecutiva y la Judicial, también sufren un desprestigio semejante. Y todos tan tranquilos con la ilegitimidad generalizada.

Habría que señalar, por su parte, que aun con toda la defensa que uno pueda hacer de la Constitución de 1991 es un hecho que la democracia representativa quedó mal diseñada. Basta con traer a cuento la circunscripción nacional, en la elección de senadores, para demostrar que en lo absoluto ellos han tenido ese alcance y que, por el contrario, el tradicional picoteo electoral en diferentes regiones y distritos ha servido para encarecer la política, abrir más huecos a la corrupción ingénita y en la mayoría de los casos dejar expósitos a los electores. En efecto, hoy no hay razón de ser para la circunscripción nacional como mecanismo de elección general, puesto que ella está contemplada, en todas las legislaciones mundiales, como una salvedad para ciertas minorías mientras que en Colombia se le dio un tratamiento genérico que terminó siendo totalmente adverso a la representación eficaz de ciudades y departamentos. Tanto así como que una gran proporción de regiones no tienen senador y deben contentarse con la exigua delegación en la Cámara.

No hay por demás, como en todas partes del mundo, una diferencia efectiva entre Senado y Cámara. En Colombia esa diferencia solía darse en los temas presupuestales y financieros, de modo que se señalaran facultades distintas. Pero las atribuciones de unos y otros, salvo muy pequeños contrastes, quedaron en los mismos términos en la Carta. Así lo que en realidad existe es una sola Cámara cuya diferenciación en dos corporaciones se hace a razón de cumplir varias vueltas para la hechura de la ley y supuestamente obtener con ello una ilustración más adecuada. Pero muchas veces ello ni siquiera se cumple porque es de común ocurrencia que se ordenen sesiones conjuntas, sobre todo en las leyes de mayor importancia. De manera que en la práctica lo que se da es una sola Cámara de 268 componentes.

Es evidente, ciertamente, que vistas así las cosas hay un exceso de parlamentarios pero un defecto en los mecanismos de representación. No es posible, pues, tocar lo uno sin entrar a revisar el contenido global. Es difícil, en tal caso, hablar de las bondades de la democracia representativa, en Colombia, porque las instituciones se han encargado de desarrollar un sistema falaz. Y ello ha hecho, justamente, que los electores se aparten de los eventos electorales y que cada día crezca la abstención. Fue lo que ocurrió en las últimas elecciones parlamentarias, apenas con un 40 por ciento de votos válidos. Cada día, entonces, la democracia representativa tiene índices más insignificantes a la par que móviles más espurios. Por lo cual iniciativas como las del senador Ramos ameritarían al menos ponerlas a debate. Aunque no creemos que logre ponerle el cascabel al gato.