Frivolidad democrática de ingleses | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 24 de Julio de 2016
Juan C. Eastman

Transcurrido  un mes de la celebración del referéndum británico, se mantienen en la oscuridad política varios asuntos que, a todas luces, dejan mal sabor de boca entre algunos observadores y analistas.

Una apreciación sobre la multitud de noticias, comentarios y análisis impresos y digitales, las declaraciones oficiales ofrecidas por dirigentes y funcionarios ingleses y de las diferentes instancias de poder de la Unión Europea y las evidencias preliminares del impacto de la decisión ciudadana de salir de la organización comunitaria, pocos salen bien librados del evento y su primer mes de desarrollo.

Una mezcla de confusión e insatisfacción corren de forma simultánea de esquina a esquina de la sociedad europea. De forma más reservada aún, y orientando el proceso, la colisión de intereses corporativos capitalistas ingleses y las nuevas proyecciones económicas no europeas. Después de un mes de apocalípticos anuncios económicos nacionales, comunitarios e incluso globales, las declaraciones e informes son contradictorios, incluso, irrumpen aquellos que reducen los impactos negativos. La próxima expresión de la crisis sistémica capitalista no será culpa del llamado “Brexit”.

¿Élites mediocres o cínicas?

El primer foco de interés tiene que ver con la dirigencia política involucrada en el debate nacional. Frente a la determinación de los partidarios de la campaña a favor del Brexit, la contraparte careció de confianza y claridad en la comunicación hacia los simpatizantes de seguir siendo parte de la Unión Europea. Sus cabezas más visibles, a excepción del nuevo alcalde de Londres, eran cautivos de sus propias contradicciones parlamentarias, al tiempo que experimentaban cuestionamientos y tensiones divisionistas al interior de sus respectivos partidos.

El conservador David Cameron, entonces Primer Ministro, actuó a favor del Brexit, a pesar de vender una imagen contraria. Años atrás, al menos desde 2012, la dirigencia británica presionó a Bruselas con sus reclamaciones para tener un trato distintivo dentro de la Unión Europea.

Las amenazas de un retiro del país, cuyo sentido de pertenencia europeo ha sido históricamente débil y solamente funcional a sus intereses y necesidades, eran conocidas desde entonces. Basta con revisar un archivo digital de noticias en cualquiera de los portales de los principales diarios e informativos europeos, para encontrarse con la extorsión inglesa al respecto. Era evidente que el asunto iba en serio, independientemente de los debates internos y el ascenso sorprendente de los sectores políticos y sociales euroescépticos y populistas, cuando Bruselas cedió a varias de aquellas pretensiones, creyendo que así alentarían a afianzar la adhesión inglesa. Pero no sucedió de esta forma.

Por lo tanto, parte del enojo real y visceral con el que reaccionaron diferentes autoridades y voceros de la Unión Europea, casi al borde del histerismo mediático, simplemente transmitía la frustración de haber sido utilizados y engañados por David Cameron y compañía. En su momento lo advertíamos desde las páginas dominicales de este diario, cuando llamábamos la atención sobre el pésimo mensaje que Bruselas enviaba al resto de los miembros de la Unión Europea, alentando de esta forma las expresiones de malestar y creciente escepticismo sobre las promesas comunitarias de un futuro mejor y más seguro.

Incluso la dirigencia gubernamental alemana se dividió al respecto (por ejemplo, la actitud adolorida del Ministro de Asuntos Exteriores alemán, en la rueda de prensa después de la reunión de urgencia de los países fundadores del proyecto europeo), expresiones que fueron pronto suavizadas gracias a las declaraciones pausadas y moderadas de la canciller Ángela Merkel.

De forma hábil, David Cameron logró que la emocionalidad que dejó el resultado del referéndum se concentrara en sus promotores explícitos y públicos, el dirigente de UKIP, Niles Faragan, y Boris Johnson, el dirigente conservador ex alcalde de Londres. ¿Estaban convencidos de que triunfarían? Al parecer no; la victoria los intoxicó, y en medio de su propia vorágine, tuvieron un aterrizaje forzoso y dramático, en medio de los miles de arrepentidos del día siguiente sobre lo que habían apoyado. Vino, a continuación, el bochornoso espectáculo de renuncias, intrigas y juego sucio entre los “vencedores” para recibir la unción política ejecutiva de “dirigir” la transición post-comunitaria.

¿Dudan aún en reconocer, amables lectores, quién fue el vencedor de esta agria comedia conservadora? Nada más ridículo, en nuestro sentir, que la consigna euroescéptica: “Recuperar la independencia del Reino Unido”.

Desconexión ciudadana

Y esto nos conduce al segundo foco de atención; los ciudadanos ingleses del Reino Unido. La reacción a la que aludía en el párrafo anterior, en relación con una ciudadanía desorientada, desconcertada y huérfana (es decir, aunque parece increíble, los supuestos vencedores del referéndum), deja otro tipo de conclusiones y preocupaciones. Pocos días después, los informativos llamaban la atención sobre el desconocimiento ciudadano inglés de la Unión Europea. Al parecer, millones de electores no sabían qué era aquello, cuáles eran las ventajas e inconvenientes de su pertenencia, cuál el sentido de ser parte de un mercado común y de un proyecto pionero en cuanto a la respuesta supranacional a la complejidad multifacética de la experiencia reciente de la globalización capitalista corporativa.

Después de 43 años de adhesión a la Comunidad Económica Europea -no sin divisiones políticas internas-, y luego de 23 años del inicio de la existencia de la Unión Europea, millones de votantes no sabían qué era y en qué consistía este proyecto económico y político. Los medios europeos proclamaban sorprendidos -y con cierta vergüenza ajena-, que los usuarios ingleses del “Dr. Google” inundaron la web con búsquedas sobre el tema, después de conocido el resultado del referéndum. Esta especie de laboratorio social y político en el que se convirtió la campaña a favor y en contra del Brexit, dejó ver uno de los rasgos más insospechados de la sociedad de la información y de la libertad de acceso global: la conexión con la evasión, la desconexión de lo trascendental.

Más aún: la profundización en la tendencia social a delegar la solución de lo importante, o a creer que, en la vida realmente existente, el colectivo puede oprimir la tecla de “borrar” cuando no le gusta el resultado de sus acciones. Es un balance inquietante, en medio de los cientos de millones de portales, blogs e informativos de todo tipo y orientación; al menos, en el caso de los ingleses, no contribuyó a su cualificación política ciudadana, no le permitió apropiarse con responsabilidad de lo público, no entregó elementos para comprender y debatir, con seriedad y profundidad, el futuro generacional inglés ni el de sus relaciones con los no ingleses del Reino Unido.

Hoy, la pregunta frente a lo social en Inglaterra, que parece ser válida para otros lugares del mundo llamado occidental, con mayor o menor acceso al “cosmos digital” que nos embarga, es de qué manera logramos, en tiempos de “la vida e individual”, que los ciudadanos logren mayor involucramiento, responsabilidad, conciencia y trascendencia frente a las decisiones políticas con inocultable impacto en sus vidas cotidianas y en las siguientes generaciones, más allá de marcar, en sus diferentes vínculos digitales, “me gusta”, o, “no me gusta”.

* Historiador, Especialista en Geopolítica. Docente e investigador del Departamento de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Javeriana. Miembro del  Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico.