Aves colombianas traficadas ya tienen su “huella genética” | El Nuevo Siglo
Foto Instituto Humboldt
Jueves, 28 de Julio de 2016
Redacción Web

Después del tráfico de drogas, armas y personas, el de flora y fauna silvestre es el cuarto negocio ilegal más lucrativo del mundo. Este delito amenaza la conservación de la biodiversidad global y contrarrestarlo exige que las autoridades ambientales actúen con rapidez y eficacia. Esta tarea resulta, en algunos casos, una utopía, especialmente cuando la posibilidad de identificar las especies decomisadas es a través de sus rasgos físicos.
Los traficantes aprovechan esta coyuntura para comerciar, incluso, solo fragmentos de pieles, cuernos, caparazones, huevos, organismos juveniles que no se diferencian entre especies e individuos adultos a los cuales alteran o remueven rasgos físicos que sirven para identificarlos. En tal caso, la alternativa restante es el uso de la información genética de los especímenes incautados. 
Sobre este asunto, Henry Arenas Castro, investigador del Laboratorio de Genética de la Conservación del Instituto Humboldt, menciona: “hoy en día, aunque cuentes con las muestras de especies traficadas, no es posible identificarlas en todos los casos; por ejemplo, si incautas un huevo o un pichón es difícil identificarlos porque aún no exhiben los rasgos propios de la especie o porque les pintan las plumas u otras partes del cuerpo para hacerlos pasar por una especie que no son; incluso, algunos traficantes con experiencia en el tema remueven plumas o parches de los individuos, rasgos claves para saber a qué especie pertenecen”. 
Y es en este aspecto que el Laboratorio de Genética de la Conservación del Instituto Humboldt trabaja para identificar especies silvestres víctimas de tráfico ilegal en Colombia. A partir de 281 muestras de tejidos provenientes de todo el país, los investigadores del Humboldt generaron secuencias del código de barras genético de 152 especies de aves de Colombia, especialmente endémicas, protegidas legalmente, incluidas en los apéndices de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) y en riesgo por tráfico ilegal. Algunas de estas especies son loros, colibríes y aves de caza, 47 de las cuales carecían de esta información.

Por primera vez se obtuvieron los registros de códigos de barras de ADN para 38 colibríes, cuatro loros, tres halcones y dos especies de búhos, principalmente endémicos de los Andes del Norte, lo que corresponde al 46 % de las especies de aves registradas en la lista colombiana CITES, según información publicada en la reciente edición de la revista Molecular Ecology Resources.


A partir de este insumo, individuos de cualquier especie catalogada genéticamente pueden ser identificados a partir de gotas de sangre, plumas, huevos o muestras de músculo y huesos. Esta información es una herramienta valiosa no solo para autoridades ambientales y judiciales, sino también para la comunidad académica pues once de estos especímenes mostraron señales genéticas que indican que su diversidad es mayor a la esperada.

Hurgando la biblioteca de la vida

El código de barras genético es un método estandarizado de identificación de especímenes a través del análisis de fragmentos cortos de ADN de una región esencial en todos los animales que es lo suficientemente variable para diferenciar entre especies. Dicha información se deposita en la base de datos pública del programa internacional “Código de Barras de la Vida” (BOLD) acompañada de datos geográficos y fotografías de tal forma que, a partir de una muestra de tejido (p. ej. semilla, pluma), pueda identificarse una especie. 

Un problema persistente para la aplicación de los códigos de barras de ADN es disponer de una base de datos de referencia completa. Por ejemplo, no es posible identificar y procesar un delincuente solo con sus huellas digitales ni por su material genético si la persona no está registrada en un banco de datos. Así mismo, a pesar de tener muestras genéticas de un ave traficada, no podría identificarse el grupo al cual pertenece si no existe un registro público con información genética de las diferentes especies de aves.

Acerca del proceso, Henry Arenas explica: “al tomar una muestra de hueso, sangre, plumas o incluso de un huevo puede extraerse el ADN y amplificarlo, para examinar una región en particular que ya está caracterizada, al comparar su secuencia con la base de datos se puede establecer de cuál especie proviene la muestra. El éxito depende de una muy buena base de datos construida previamente, en este caso de aves, con la cual comparar individuos que normalmente son objeto de tráfico ilegal; esta fue la razón que motivó la iniciativa del Humboldt”.

Además de utilizarse en el reconocimiento de especímenes que son objeto de tráfico ilegal, esta identificación es de importancia en los sectores de la salud, económico, agropecuario y ambiental para tomar medidas en casos de epidemias, plagas e invasiones biológicas. De igual forma, dicha caracterización permite descubrir especies desconocidas, aparentemente muy parecidas a las conocidas pero que a nivel genético resultan ser linajes distintos.

Dada la relevancia y beneficios que trae consigo el uso del código de barras de ADN para catalogar especies y nutrir la base de datos de las mismas, son indispensables decisiones políticas que aceleren los procesos y faciliten a las autoridades ambientales su trabajo de reconocimiento de especímenes traficados in situ pues el tiempo de espera es considerable mientras una muestra va a un laboratorio regional o local, en el mejor de los casos, o por el contrario hasta Bogotá, ciudad que concentra la mayoría de sitios especializados en la materia. 

“Una forma más rápida y práctica sería la implementación de laboratorios móviles en sitios ya identificados como rutas de tráfico, pues las pruebas se realizarían de inmediato en campo. Así se ahorra tiempo mientras se espera que la muestra viaje para ser analizada, comparada y los resultados regresan. Sería ideal lograrlo, pero esto requiere una inversión estatal”, señala Arenas.

Colombia está “mal parada”

Según los datos registrados en el Sistema de Información sobre Biodiversidad de Colombia (SiB), en nuestro país los grupos mejor representados tienen secuencias genéticas de apenas un 5 % de sus especies, lo que acentúa la necesidad de aumentar tales estudios en el país, más si se considera que la variabilidad del ADN en las poblaciones está relacionada con el potencial de adaptación que las mismas tienen frente a cambios en su ambiente; de tal manera que datos de esta naturaleza permiten calcular el flujo genético entre poblaciones, aislamiento o conectividad y, por ende, vulnerabilidad a la extinción. 

También es posible, en una escala de organización biológica más amplia, medir la diversidad en la historia evolutiva del conjunto de especies que hacen parte de la comunidad. Análisis a este nivel deben ser considerados en la priorización de áreas para la conservación ya que demuestran el potencial de respuesta al cambio de comunidades en un área determinada.

No obstante, en Colombia, la iniciativa de códigos de barras de ADN está restringida principalmente por la dificultad de obtener financiación que apoye este tipo de iniciativas. Para mejorar la situación, el Instituto Humboldt coordina la Red Internacional de Código de Barras en Colombia (iBOL Colombia), la cual promueve la caracterización genética de la biodiversidad del país.

Con lo anterior, el código de barras de ADN toma protagonismo en el contexto colombiano como herramienta crítica en el control del tráfico ilegal de aves y otras especies a través de las fronteras, ya que es efectivo para identificar muestras de organismos que carecen de características evidentes que faciliten su reconocimiento.