Liberalismo, ante auge del populismo antimigratorio | El Nuevo Siglo
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Sábado, 23 de Junio de 2018
Pablo Uribe Ruan
Europa, Estados Unidos y otras regiones del mundo viven el auge del populismo.  La apertura de fronteras y la solidaridad, principios básicos de las sociedades liberales, son atacados por nacionalistas que defienden sus países solo para los locales

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EL LIBERALISMO está en crisis. Esta premisa, desde hace un tiempo defendida por algunos pensadores, ha tenido un nuevo episodio con el auge de las políticas anti migratorias en Europa y EU.

Esta semana Donald Trump defendió la separación de familias migrantes para frenar la llegada masiva de personas provenientes de otros países a EU. La comunidad internacional y diferentes sectores locales criticaron la medida y finalmente fue tumbada por el mismo gobierno.

Una semana atrás, el primer Ministro italiano Matteo Salvini no dudó en bloquear el acceso del buque “Aquarius”, comandado por una oenegé holandesa que rescata migrantes, lo que conllevó a una crisis diplomática con Francia y a la prolongación del viaje por cinco días más, que terminó con el desembarcó en Valencia (España).

Los motivos que llevan a Trump y a Salvini a oponerse a la migración son parecidos y demuestran que el mundo liberal basado en los principios de libertad, tolerancia y solidaridad tiene numerosos críticos.

Calificados como “populistas”, “iliberales” o “autoritarios” -tres términos diferentes pero correlacionados-, esta clase de líderes retan a las organizaciones multilaterales (ONU, OMC, ACNUR) y pretenden tomar decisiones de manera unilateral o en bloques pequeños  conformados por los mismos intereses. Miren, no más, el caso de Europa Central o los ejes populistas en Asia.

Populismo o qué es

No es claro qué significa populismo. La mayoría de teóricos coinciden en una serie de variables que caracterizan al líder populista, como el personalismo, la vulneración de minorías y la homogenización; pero a la larga estas definiciones se quedan en la simple calificación y desconocen los motivos que llevan a los países a elegir a este tipo de líderes.

Hace unos días, en su primer discurso ante el Parlamento italiano, Giuseppe Conte dijo que “el populismo es escuchar las necesidades de la gente”, abrogándose la condición de representante popular en contravía de los liberales quienes tienden a estar lejos del pueblo.

Esta tesis, lejos de ser cierta, tiende a ser fuerte en los países populistas donde el líder suele apelar a una serie de prerrogativas muchas veces infundadas y mentirosas. Según Gustave Le Bon, en su libro “Psicología de las masas”, la gente sigue al populista cuanto “más concisa es la afirmación, cuánto más desprovista de pruebas y demostración, tanta más autoridad posee”.

Es claro que Comte, un abogado florentino de clase media alta, no es un hombre muy apegado a las masas, tanto que casi no puede formar gobierno por su poco carisma, pero insiste en su carácter popular.

Comte sabe que el éxito está en el uso desmedido de la palabra. En la repetición, como Trump, quien engrandece su discurso repitiendo las mismas palabras: vamos a hacer, somos grandes, ellos son los enemigos.

El filósofo colombiano Jorge Giraldo Ramírez ha estudiado este fenómeno y en su libro “Populistas a la colombiana” explica que estos recurren “a la afirmación y la repetición para lograr” sus objetivos. Esa intensidad verbal los lleva a que muchas veces defiendan políticas que ellos mismos consideran desmedidas. Trump ha insistido por varias semanas en que no cedería un paso en la política de “tolerancia cero” y lanzó desde mayo la separación de familias migrantes, pero finalmente se echó para atrás ante las consecuencias éticas y políticas de esta medida.

Italia parece ir por el mismo camino. El nuevo gobierno se ha destacado por su radicalismo frente a los migrantes y ha tomado decisiones que van en contra del Derecho Internacional, como cerrarle las puertas al buque “Aquarius”. Poco a poco ha ido variando su discurso y la semana que viene presentará una propuesta de “cortina de hierro” –dice la prensa local- para bloquear a los migrantes, pero dentro de los marcos institucionales, como la UE.

Auge

Elecciones libres y democráticas, respeto por las minorías, fronteras abiertas y libertad de mercados, han sido los parámetros que las sociedades liberales han defendido. Pero, ¿qué tanto apoyo de sus ciudadanos tiene este modelo?

Como dice Stephen M. Walt en su artículo ‘El final del liberalismo’ (en Foreign Policy), “podemos pensar que nuestros valores liberales son universalmente válidos, pero a veces otros valores los superarán”. Parece, sin lugar a dudas, que esos otros valores dominan hoy por hoy el escenario.

No se trata, como algunos han creído, de reducir este fenómeno a Donald Trump. Antes de su llegada a la Casa Blanca el populismo venía tomando fuerza como lo explica el experto en democracia Larry Diamond: “Entre 2000 y 2015, la democracia colapsó en 27 países”, mientras que “muchos regímenes autoritarios existentes se han vuelto aún menos abiertos, transparentes y receptivos a sus ciudadanos”

Los números son claros y representan una tendencia irrefutable. Es, cada vez más claro, que las democracias “iliberales”, aquellas que tienen elecciones libres pero son gobernadas por líderes con rasgos de autoritarios o abyectos al consenso, se han convertido en el común denominador. Sólo vean el caso europeo. Italia, Polonia, Hungría, República Checa y Austria han votado masivamente por este tipo de gobernantes. Y el fenómeno se extiende.

Una de las principales explicaciones de esta tendencia es la subestimación del nacionalismo por las sociedades liberales. Esto explica por qué muchos países con altos niveles de crecimiento cierren las fronteras empujados por el interés general.

Los liberales, explica Walt, han creído que la “identidad local, incluyendo el sectarismo, la etnicidad, los lazos tribales y cosas por el estilo” se extinguirían “gradualmente” dado el buen funcionamiento de las organizaciones creadas. Sin embargo, hoy es claro que el nacionalismo juega un rol central en la mayoría de sociedades y es un componente para abrirle la puerta a los populistas.

Usando el miedo, los populistas suelen seducir al electorado. Éste “juzga el sistema político en términos cortos”, explica el psicólogo Steven Pinker, y en “ese sentido de urgencia ha sido captado por los gobiernos populistas”. 

La urgencia ahora son los migrantes que, conforme a la lógica del conflicto de la que vive el populista, del antagonismo, representan un enemigo externo en términos de raza, trabajo y religión.

El populismo está de vuelta.