Universidad Nacional, 150 años | El Nuevo Siglo
Sábado, 24 de Junio de 2017

Colombia tiene una tradición cultural que nos viene del Renacimiento ibérico y que contribuyó a la aventura de descubrir y hacer el Nuevo Mundo, que hasta ese momento no había estado en contacto con la civilización occidental. En lo que hoy es nuestro país, grandes comunidades de indígenas vivían aisladas e idolatraban elementos como la luna y el sol. Incluso en algunas zonas selváticas se sobrevivía como si fuera la Edad de Piedra. Al contrario, en otras zonas del continente, como entre los incas y los aztecas, en algunos casos su cultura era más estructurada que la de los exploradores europeos.

Por ejemplo, los incas conocían la existencia de Júpiter cuando en el viejo continente no tenían noticias de ese planeta. También hacían operaciones de trepanación del cerebro y tenían una organización social ordenada de manera numérica. A su turno el calendario de los aztecas superaba en precisión el gregoriano de los Papas. También conocían más astros que los europeos, al tiempo que no le daban valor comercial al oro, la plata, ni a las piedras preciosas. Esas y otras características hicieron del encuentro de los dos mundos el hecho histórico más importante de la humanidad en siglos.

En el caso de la Nueva Granada arribó a Santa Marta el letrado y abogado Don Gonzalo Jiménez de Quesada, natural de Granada, quien ejercería un influjo cultural decisivo en nuestra tierra, obsesionado con la idea civilizadora y la educación de la población. Pero fueron las comunidades religiosas, en especial la Compañía de Jesús, las que se ocuparon de lleno en evangelizar y educar a los nativos. Los reyes católicos, Isabel y Fernando, acuerdan que los aborígenes sean respetados y tratados como seres humanos,  prohíben la esclavitud y se dispone que no trabajen más de ocho horas.

Ya en la Colonia, la creación de ciudades en las distintas regiones de Hispanoamérica favorece poco a poco la cultura y la creación de una sociedad organizada que en poco tiempo avanza lo que en Europa había costado siglos. La catequización y el estudio impulsan la expansión cultural, particularmente en la Nueva Granada. Se crea en el imperio español y aquí un ambiente de leyes y orden, propenso al cultivo del conocimiento. Por desgracia Carlos III expulsa a los jesuitas que habían sido los campeones de la educación entre nosotros, ya que en los conventos se inculcaba la sabiduría y se llegó al experimento de la Expedición Botánica, que hace posible que surjan personajes notables para la cultura y la ciencia.

Ese proceso es el que permite que, al separarnos de España, prospere la educación en las tierras independizadas. Esa vieja idea de los fundadores de la República de educar a la juventud en carreras profesionales que contribuyeran al desarrollo iría a culminar, décadas después, en la fundación de la Universidad Nacional, en la actualidad el claustro de educación pública superior más importante del país y entre los mejor posicionados del continente.

Precisamente el próximo 22 de septiembre la Universidad Nacional celebra sus 150 años de existencia. En entrevista con este Diario su rector Ignacio Mantilla se refirió al esfuerzo que la institución académica está haciendo para celebrar con bombos y platillos tan importante evento. Es de recordar que antiguamente apenas en los conventos se formaban los jóvenes de escasos recursos o en el San Bartolomé se becaba a los estudiantes más pobres para formarlos en el servicio público real, como es el caso de los Azuero, de Santander o de Márquez.  Ya avanzada la era republicana es gracias a la Universidad Nacional y otras entidades oficiales que numerosos adolescentes de escasos recursos económicos, pero también acomodados, han logrado formarse con altos estándares de calidad. Médicos, abogados, ingenieros, químicos, matemáticos y profesionales de muchas otras disciplinas han salido de ese claustro en todas sus sedes y contribuyeron -y contribuyen- con sus luces al desarrollo del país.

Es de anotar que en contraste con algunas universidades locales, en las cuales se congrega a los alumnos en edificios cerrados, como recuerda Foucault, similares a prisiones, en la “Ciudad blanca”, como se llama a su sede principal en Bogotá, desde el comienzo se cuenta con amplios espacios para las facultades así como herramientas pedagógicas, de trabajo y de recurso humano muy cualificadas.

Para las celebraciones académicas, ya avanza en el Congreso un proyecto de ley que viabiliza una importante partida presupuestal para la Universidad, con el fin de que el plan de modernización y reestructuración del claustro de educación superior pública reciba un impulso sustancial, un asunto urgente en medio de un panorama preocupante en materia de financiación de la universidad oficial en el país.