“Protestar contra el olvido” | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Junio de 2017

Los titulares de los noticieros no se caracterizan por ser poéticos. Habitualmente  son un baldado del agua sucia que inunda la realidad; otros son temerarios y diseñados para desalentar cualquier rastro de esperanza; varios son frívolos, y unos pocos dan cuenta de algo positivo.

Anoche apareció en un  noticiero de Caracol Televisión un titular distinto, con un toque macondiano, capaz de hacer pensar más allá de la inmediatez: “Protestas contra el olvido y la corrupción”. La noticia era sobre Buenaventura (¿Malaventura, quizás?) y las miserias e injusticias que crónicamente recorren sus calles y su gente.

El titular podría haberse referido a Siria, Biafra o el Bronx. Pero la expresión de protestar contra el olvido, podría adoptarse como un  mandato moral,  incitación a la reflexión, a la construcción de inteligencia social.

Deberíamos comprometernos a protestar contra el olvido, porque si algo nos involuciona y destruye, es nuestra capacidad de volver paisaje lo insólito; de convivir con lo inadmisible y cerrar los ojos cuando lo que vemos resulta incómodo.

Si no olvidáramos los muertos de la guerra, no le atravesaríamos tantos palos a la paz; si no olvidáramos el costo de la ignorancia, tendríamos escuelas más capaces y más felices; si no olvidáramos el costo del desamor, viviríamos más inclinados al abrazo que a la violencia. Y así… si no olvidáramos lo inolvidable, seríamos mejores seres humanos.

Lo que nos mata no es la realidad sino el olvido. Nos silencia y nos deja con un trazado plano en el electro vital.

El olvido (no el de la sublimación del perdón, sino el olvido por indiferencia) es un error, un pretexto y una cobardía. Tiene esa forma de fantasma larvado que nos lleva a huir de lo ineludible y  no asumir responsabilidades.

“Protestar contra el olvido”. Me gusta el concepto. Despierta. Mueve y conmueve.

Preguntémonos qué tenemos que aprender, cuántos  chips es preciso cambiar para convertir el marasmo en protesta, la protesta en acciones constructivas, y las acciones en resultados  regeneradores.

Un pueblo que pierde la capacidad -la sensibilidad de protesta- se entrega, desgonzado, al destino, o a quien tenga más poder de intimidación. Y obviamente no me refiero a la protesta estéril y primitiva, que se expresa con pedreas y quemas. Me refiero a la protesta pensante, que se teje y se manifiesta con la inteligencia constructiva, que edifica en vez de arrasar.

Pensemos en nuestro pequeño círculo personal, en nuestra cotidianidad de panadería, y de cuántas cosas nos hemos olvidado porque nos resulta incómodo afrontarlas. Cuánto hemos barrido bajo el tapete porque nos cuesta poner la cara, asumir posiciones y firmar pactos. La inercia no puede regir nuestras vidas; no somos de cartón ni de trapo, y la resignación ofende la dignidad, frena la evolución y contraviene el deber de la responsabilidad y el derecho a la felicidad.

Que nada nos permita olvidar la orfandad  y dolor que deja la violencia, la injusticia de una muerte evitable, o la deuda que tenemos con la vida… “Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente…” y entiendo por guerra, toda la oscuridad que causamos los humanos, cuando perdemos la luz interior.

ariasgloria@hotmail.com