La entrega de las armas | El Nuevo Siglo
Miércoles, 21 de Junio de 2017

Se supone que con el fin de las Farc, y la recuperación de la soberanía en sus enclaves operativos, el país puede concentrar los esfuerzos en consolidar el orden y ocuparse de la agenda nacional sin distraerse en aquellos propósitos que tanto hicieron por sembrar la anarquía y la desestabilización a través de la barbarie y los ataques a la población civil. Y decimos el orden, no autoritario ni ostentoso, sino aquel nacido de las instituciones y la sana ley: la autoridad serena que suele decirse en Francia. Hay allí, por supuesto, toda una política que si bien a primera vista parecería en extremo sencilla, no lo es en cuanto a ser una formulación casi inédita y extraña al devenir colombiano.

En efecto, depuestos los fusiles al menos por una de las fuerzas irregulares tradicionales, gracias en últimas a la acción del Plan Colombia y la vigencia de la Fuerza Pública, ahora hay que ganar el orden como concepto. Es decir, aquel según el cual las leyes son emitidas por el Congreso para que el Ejecutivo las cumpla luego del debido control jurisdiccional y que, amparadas en la justicia, producen una disciplina social en procura del bien común y el progreso con equidad. Una secuencia aparentemente simple que, no por ser la teoría política elemental, es connatural al temperamento colombiano, corroído de alguna manera por la perniciosa exposición a la anarquía y su defensa como consigna válida de los sectores proclives al desorden, por supuesto en detrimento de las instituciones que tantos esfuerzos han válido en su constitución, a través de la historia colombiana. Cuando alguna ley es confusa, inoperante o injusta, se cambia por vía de las reformas, no de la amenaza, la bomba y el secuestro, y eso hace parte esencial del sistema democrático que finalmente no pudo ser derribado por el terrorismo, pese a la crudeza y sangría del prolongado intento. Por lo cual también es de celebrar la victoria de la democracia colombiana, consolidada como una de las más antiguas y vigentes del mundo, mucho más en estos momentos en que, con la actual desactivación de una guerrilla de tan vieja data, se formaliza el fracaso del belicismo estéril y anacrónico.     

Sin embargo, como en esa actitud anarquista se alcanzó a fraguar una cultura, o sea, la idea de que es válido vivir por fuera de las instituciones, además enfrentándolas con la violencia, es por igual trascendental dejar en claro que ello, fuera de ser un ejercicio que resultó por completo inútil, quedó tendido en la lona como ingrediente conceptual. Frente a esto, como se dijo, queda nítida la posibilidad que encarna el orden como soporte primordial en el bienestar de todos los colombianos. Hacer énfasis en ello, determinarlo como una política inaplazable, es lo que permite avizorar el futuro con optimismo, aun si el proceso en curso requiera algunos ajustes en las leyes y las reglamentaciones por venir.

Nadie discute, desde luego, la gravedad del momento histórico que se vive, con el país estancado económicamente, la desindustrialización en apogeo, la caída en picada del consumo interno, el desgreño de la regalías, la terminación de los paros comprometiendo las vigencias futuras, el auge de los cultivos ilícitos, el distanciamiento de los aliados internacionales más cercanos, la corrupción todos los días más sorpresiva y sorprendente, los bombazos al estilo del infame en el Centro Andino y el asesinato sistemático de líderes sociales, entre tantos frentes calamitosos y que han minado indefectiblemente la gobernabilidad y socavado la popularidad presidencial hasta cifras impensables. Pero, asimismo, el país no se puede quedar ahí, preso de la desesperanza y estremecido por la desorientación. Hay que mantener la vocación de futuro, pensar en la reinstitucionalización, hacer que el orden prevalezca en tantas áreas y no cejar intempestivamente en las estrategias adoptadas, como ocurrió con la siembra de la hoja de coca y la espiral en la comercialización de cocaína, el abandono en la reducción de la minería criminal o el contrabando de madera sin talanquera, carcomiendo la Amazonia y la Orinoquia, todos a una fuente y combustible de la anarquía.

Existe una lesiva percepción de que, repentinamente, se ha dado un salto al vacío. No es bueno que eso ocurra, pero tampoco es dable hacerse el de la vista gorda. Ni tanto que el país se paralice por el fatalismo, ni tanto que se obnubile hasta salirse de la realidad. En proceso de recaudo final los pertrechos y artefactos mortíferos de las Farc, acabado ese frente anárquico y, en esa dirección, afianzado el monopolio de las armas por parte del Estado, la nueva agenda nacional está a la orden del día. ¡Los candidatos tienen la palabra!      

 

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