El caso de la OEA | El Nuevo Siglo
Lunes, 26 de Junio de 2017

La promocionada visita a Colombia del Secretario General Adjunto de Asuntos Políticos de la ONU no logró esconder la crisis de credibilidad que golpea a las Organizaciones Internacionales. Desde finales del siglo pasado sufren notorio decaimiento en su capacidad de acción que ha erosionado su prestigio. Que se trate del  Banco Mundial o del Fondo Monetario, con su inconmensurable arrogancia generadora de recurrentes crisis económicas globalizadas, o de la ONU, corroída por una burocracia indolente pero con pretensiones de infalibilidad, o de la OEA, opacada por la mediocridad del exsecretario Insulza y por el desinterés de sus miembros por respetar sus principios fundamentales, todas ellas han contribuido, cuando no acelerado, el cuestionamiento a una globalización que se tornó hedonista, excluyente e incapaz de sostener el esquivo bienestar que hoy parece esfumarse.

El señor Feltman en su inspección a las tareas de verificación de la misión de la ONU, aparece como un náufrago  en busca de salvavida en medio del desastre de un proceso de paz que no logra su propósito y en el que la ONU oficia de verificador ciego, sordo y mudo.

El caso de la OEA es aún más patético. La Organización regional que desde 1948 había logrado construir una institucionalidad para defender, promover y mantener la paz, los principios y valores democráticos, hacer respetar las libertades democráticas y la vigencia de los derechos humanos, es hoy, muy a pesar del lúcido y valiente Secretario Insulza, una entidad a la deriva en la que el régimen chavista, con su vulgar retórica, funge de timonel alentado por los beneficiarios de sus dádivas petroleras y autorizado por la cobarde pasividad de los gobiernos democráticos que terminan absolviendo a esa dictadura que encarcela y asesina impunemente a la oposición democrática.

Colombia, que ayer ejerció liderazgo para dotar a la OEA de los instrumentos necesarios a la defensa y vigencia de los derechos humanos y de la democracia, hoy calla, y hasta se ausenta del escenario cuando la canciller de Maduro reconviene groseramente a sus pares americanos.  Todo sea por la Paz dirán en la Casa de Nariño. Por una paz que ya ha hecho trizas la independencia de los Poderes, desconocido la voluntad popular, sustituido la Constitución Nacional, estigmatizado a los opositores, entronizado el delito de opinión y otorgado  impunidad a los perpetradores de delitos de lesa humanidad.

Hoy, la defensa de las libertades y de la democracia no tendrá el acompañamiento de los organismos internacionales que fueron creados con ese propósito, sino que descansará en el pueblo antes de que logren silenciarlo y someterlo. La creciente intimidación terrorista representa la macabra notificación de ese propósito.