A media asta | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Junio de 2017

Puerto Libertad tiene su bandera a media asta. Por las tres mujeres jóvenes que nunca volverán a sonreír; por los niños a quienes pensamos que ya no tendríamos que enseñarles el lenguaje del miedo; por los heridos; por Bogotá.

Puerto Libertad tiene su bandera a media asta por ese pedazo de sociedad que sigue empeñado en reciclar la violencia, como si tuviera algún sentido consumirnos en una cacería de brujas y conjuros; como si los señalamientos en perdigón  sirvieran para algo distinto a multiplicar el dolor. ¿Qué hicimos para convertirnos en un terreno tan proclive a la calumnia y a los dedos acusadores hinchados de rencor y frustración? ¿Que hicimos -o qué no hicimos- para que tantas veces resulte más fácil escribir en clave de penumbra, que en clave de sol?

Nos da miedo la dinamita física, pero somos ligeros a la hora de soltar la pólvora que estalla en la palabra irresponsable. Como si no supiéramos que ambas  destruyen; que ambas son síntoma y consecuencia de una ignorancia pendenciera, de tener el corazón colapsado y la sensatez vuelta añicos. Ambas deberían avergonzarnos y por ambas deberíamos pedir perdón, porque es inadmisible y canalla la violencia de los bárbaros; pero tratar de capitalizarla a favor de algo o de alguien, no es propiamente una  labor angelical.

El lado resiliente de la historia, es que entre las sombras aparecen los valientes, los alma-nautas (sí, Camilo), héroes silenciosos que arriesgan la propia vida por intentar salvar la de los demás.  Y hay también caminantes con piel de nostalgia, que  llevan flores blancas y velas de colores; y cada quien a su manera, honra la memoria de los muertos y el dolor de una ciudad enrarecida.

Tenemos que levantarnos de las tristezas, y aprender de quienes son más ave y menos rapiña, más sonrisa, más abrazo, más luz y menos túnel. Los abismos nos han ido moldeando a lo largo de las caídas; pero  también somos lo que cada hijo nos ha enseñado; somos las  palabras que trazamos en el sueño  y  la memoria. Somos la esperanza que nos queda. Somos 50 millones de motivos para creer que sí podemos vivir en paz.

Por cada gramo de dinamita  podemos plantar una tonelada de ilusión. Por cada éxodo, mil regresos, y por cada mendrugo de hambre, cien pedazos de pan.

A veces nos parecemos a esas carreteras que tienen sus   líneas -esas blancas y amarillas- tan borradas, que  les resulta imposible reflejar  la luz de las estrellas. Entonces tenemos el derecho y el deber de  sacar pinceles de colores de cada bolsillo, y volver a pintarnos.  Si no somos nosotros y ahora,  ¿Entonces quién? ¿Entonces cuándo?

Lo único claro es que no  podemos seguir echando baldados de oscuridad en los rostros de  unos y  otros. No tiene sentido matricularnos en las postas del engaño, de la polítiquería tendenciosa y  los agravios inmediatos.

No vamos a rendirnos frente a  ningún tipo de terror; estamos hartos de los sembradores de miedo; y personalmente me aburren y me asustan  los opositores desenfrenados, esos que llevan  su pequeño Maquiavelo adentro,  y se visten con falso  traje de redentor.

ariasgloria@hotmail.com