Naipaul, trama inglesa y caribeña contra imperio español | El Nuevo Siglo
Gráfico de Angie Lozano
Domingo, 7 de Mayo de 2017
Alberto Abello

El Premio Nobel Vidiadhar Surajprasad Naipaul penetra de manera magistral la trama en Trinidad del duelo final de Inglaterra contra España, en su obra La Pérdida del Dorado. La lucha por el predominio mundial entre esas dos potencias tuvo por escenario varios continentes. En medio de la discordia y la tensión entre esas poderosas naciones, se atraviesan hechos políticos de gran magnitud que estremecen al mundo, ese es el caso de la revolución francesa. Francia, no consigue atravesar los Pirineos y llevar la revolución al país vecino. En Hispanoamérica la revolución francesa tuvo hondas repercusiones en Haití, donde entra a funcionar la guillotina, que deriva en la rebelión de los esclavos contra sus amos. Tema que trata de manera prolija y maravillosa Carpentier. Habrá que esperar a Napoleón para que éste con sus soldados irrumpa como un relámpago y derroque a los reyes de España, para instalar en el trono a su hermano.  Hasta que el pueblo español, leal a la monarquía, se levanta y ofrece el más impresionante espectáculo de valor y decisión, luchando contra los mejores soldados de la época y expulsándolos de las ciudades y los campos. Por primera vez, se forman allí las guerrillas tan decisivas para la lucha de liberación que libran los españoles con la ayuda de los ingleses.

La acefalía de la corona produce un vacío de poder en el Imperio Español en América que toma de sorpresa a los criollos, que intentan llenar formando juntas de apoyo a la Corona, por esas calendas apenas unos pocos barruntan las posibilidades de liberar las posesiones españolas en nuestra región, donde imperaba el orden y, como lo comenta Humboldt, en algunos casos como en la Nueva Granada, algunos campesinos a finales de la Colonia viven en mejores condiciones que sus pares europeos.

La Colonia que había levantado Berrio, como capital de Trinidad, languidece. El declive de la marina española y su comercio afectan la prosperidad de la isla. “Guayana continuó siendo una pesadilla para los españoles. Se descubrió azogue, algo de lo que los españoles estaban más que sobrados, y siguieron llegando forasteros. Hasta que se aliaron franceses e ingleses para destruirlos, los forasteros eran holandeses en su mayoría. Los holandeses se casaban con mujeres caribes y en un momento dado se aliaron con siete caciques indios de Trinidad. Saquearon San José dos veces. En la segunda ocasión se llevaron a los pocos negros de la ciudad, quince piezas, y la ropa de los españoles. Los españoles se ocultaron en unas cabañas hasta que les enviaron ropa desde Margarita para cubrirse e ir a oír la palabra de Dios en la Iglesia quemada”. 

Este cuadro es común a otras regiones del vasto Imperio, espectáculo similar se repite numerosas veces por los continuos ataques de corsarios y piratas al servicio de las potencias antiespañolas, que son repelidos por criollos y esforzados soldados españoles. No son grandes batallas, comparadas con las hazañas de Blas de Lezo en Cartagena, se trata de asaltos en busca del botín y para debilitar las defensas españolas y su comercio. La movilidad y velocidad de sus naves es el arma de los ingleses, frente a la extensión de América y sus fortalezas que para la época parecían inexpugnables, pero que por estar inmóviles se podían atacar o intentar sortear.

Naipaul, recuerda que en Trinidad escaseaba el papel y el hijo de Berrio a cargo de la isla se queja a las autoridades en España que su escribano apenas sabe escribir, “lo cual supone una pequeña cortapisa al servicio de Vuestra Majestad”. Esa pincelada sobre la miseria de la Colonia y las chozas de paja en la que, inicialmente, vivieron los fundadores de ciudades, contrasta con el lujo y la abundancia que por entonces prevalecía en el Perú, donde con el tiempo se va al extremo contrario y la burocracia acumula en un caso resonante expedientes que llegan a tener hasta 40.000 folios. 

Es el desarrollo desigual del Imperio, pese a los esfuerzos de Madrid para ensayar políticas comerciales   innovadoras, incluso de libre comercio para Trinidad. La historia está salpicada de hechos heroicos de los soldados españoles, como de las represalias sangrientas contra los holandeses e invasores, que el gobernador español al hacerlos prisioneros en una feroz contraofensiva elimina. Lo  que frustra su carrera burocrática.

Al mismo tiempo, los misioneros españoles se esfuerzan por atraer al catolicismo a los indígenas. No pocos de esos sacerdotes, verdaderos santos, son inmolados por los belicosos caribes en las selvas o ahogados. En algunos casos se consigue atraerlos y domesticarlos con el viejo truco del espejito. El formidable escritor debela los secretos de la política local, sus miserias y contradicciones, las tensiones sociales, los matices del racismo entre castas y pueblos, los valores y manera de ser. 

Naipaul traza el conflicto general de los criollos y partidarios de la independencia en el exilio, en búsqueda del crucial apoyo británico, que desde Londres mueve sus fichas para auxiliar a ratos a Miranda y a Bolívar. Sobre los revolucionarios venezolanos en Europa y el Caribe inglés, en particular de Miranda, comenta: “El más famoso de todos ellos, el suramericano más famoso de su generación, fue Francisco de Miranda, también, llamado De Miranda, general Miranda, conde de Miranda. Tenía 47 años; ya llevaba fuera de Venezuela 26 años. En 1797 estaba en París. Pero había tenido ciertos problemas, y a finales de año pasó a Inglaterra, disfrazado con una peluca y gafas verdes. Su baúl tenía doble fondo; en el pasaporte ruso que llevaba su apellido contaba como Mirandov”. 

Viajaba a Londres para entrevistarse con el primer ministro Pitt para presentar un segundo plan independentista en ocho años. Se proponía fundar a Colombia, juntando Suramérica en un gobierno de corte constitucional, similar al inglés, con un jefe Inca Hereditario.

Por entonces Miranda, solicita el apoyo de Estados Unidos, Alexander Hamilton, lo considera sospechoso y dice: ”Este hombre es un aventurero intrigante, cuyas cartas no merecían respuesta. Para colmo sus planes militares para liberar Venezuela habían sido interceptados por los españoles, que ponen precio a su cabeza”. Un agente del caraqueño de apellido Caro, desde Trinidad le escribe a Miranda en 1779: sobre los exilados venezolanos en Puerto España: “No tienen un plan conjunto: ‘No trabajan con previsión. Están mejor preparados para cambiar de amos que para ser libres. Están convencidos que es lo mismo proclamar la Independencia que ser independientes, y que conseguirán la independencia simplemente rechazando el yugo de España y situándose bajo la protección de otra nación’”. Como la correspondencia de Caro con Miranda es interceptada, por el canallesco gobernador inglés, temporalmente cae el precursor en desgracia en Londres.

En la obra de Naipaul, pesa más el ambiente, la atmósfera, el color local, el medio social, por eso en las menciones que hace del exilio venezolano, a Bolívar apenas lo nombra cuatro veces; sencillamente, los pinta como seres de carne y hueso, con sus cualidades y defectos, equivocaciones y ambiciones, situados en la dura trama final  del golpe final de Londres contra el poderío español en América. Recuerda que Miguel Peña y Simón Bolívar capturan a Miranda, al que consideraban que había cambiado, comprendía mejor a España puesto que lo embargan sombríos pensamientos, como sostener: “que la sociedad estaba mal, que la causa era mala, que las buenas palabras no encajaban”. 

La tragedia es que gracias a la controvertida, intrépida y fulminante decisión de castigar a Miranda, quien morirá en prisión, reciben ambos el pasaporte español para salir de Venezuela al naufragar la Primera República. Casi termina allí la alucinante narrativa de Naipaul, dado que Simón Bolívar, derrotado y estigmatizado, irrumpe a la historia a partir de su arribo a Cartagena de Indias, desde donde propone libertar Venezuela y la Nueva Granada, y, al poco tiempo,  emerge a caballo como caudillo  desde un caserío minúsculo y perdido   del Río de La Magdalena, al rebelarse a su mediocre jefe que envidia su talento,  y mostrar que es  un gran contrarrevolucionario y Libertador de naciones  al que repugnan los excesos del lirismo sangriento y demoliberal afrancesado.