El sur de Portugal | El Nuevo Siglo
Martes, 9 de Mayo de 2017

A Évora, la capital del Alentejo, se llega a través de extensas planicies cubiertas de trigales, viñedos, olivos y bellos bosques de alcornoques, cuyos troncos han sido, poco a poco, pelados de su corteza para obtener el corcho, mayor producto de la región.

Al aproximarnos, avistamos sus murallas del siglo XII y los arcos del acueducto por el que llegaba el agua a la pequeña, pero monumental ciudad. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1986, Évora nos enamora desde el primer momento. Encantados exploramos su enjambre de callejuelas adoquinadas y sus casas barnizadas de blanco con ventanas y puertas  mostaza.  

Localizada sobre una colina, su parte más alta está coronada por 12 columnas romanas, restos del templo construido en honor a Augusto. Allí mismo están el palacio de los Duques de Cadaval, el convento de los Lóilos, hoy pousada, (hotel) y la iglesia de San Juan Evangelista, cuyo interior, completamente cubierto por azulejos, es uno de los más hermosos de Portugal. 

Para no perderse: la Universidad; cada salón está cubierto con azulejos alegóricos al tema que allí se enseña y La Capilla de los Huesos, donde las calaveras y osamenta de más de 8.000 cristianos decoran muros y techos de una manera extrañamente bella. Es esta una ciudad para explorar con calma. 

El Alentejo está salpicado de pueblos relucientemente blancos, con sus castillos de defensa, iglesias y capillas enriquecidas con azulejos y altares dorados muy trabajados. Hay que disfrutar su gastronomía; quesos excelentes, platos hechos con castañas y chorizos y excepcionales vinos. 

Una verdadera joya es Monsaraz, perfecto pueblito blanco, que parece estar detenido en el tiempo.

Continuamos hacia el Sur para llegar al Algarve y divisar el Atlántico desde la Punta de Segres, a pocos kilómetros de Lagos donde, Enrique, Infante de Portugal, apodado El Navegante, creó un importante centro de estudios náuticos. Allí, Portugal inició su fabulosa era de descubrimientos, durante la primera mitad del siglo XV.

El Infante, quien encabeza el magnífico Monumento de los Descubrimientos que engalana la ribera del río Tajo en Lisboa, impulsó todo lo referente a la navegación; desarrolló las carabelas, barcos más agiles, y el astrolabio, entre otros.  Promovió la creación en la Universidad de Coímbra y en ella,  una cátedra de Astrología.

Enrique obtuvo poder de su padre, Juan I, su hermano, Duarte I y su sobrino Alfonso V. De ellos consiguió el monopolio de las exploraciones por las costas africanas y las islas del Atlántico. Durante su tiempo se desarrollaron los más importantes descubrimientos portugueses; desde  las Azores en 1427, continuando en los años consecutivos con Cabo Bojador, Cabo Verde, Guinea, Mina, Santo Tomé y Príncipe, Congo, Angola, Cabo de Buena Esperanza, Natal, Quelimane, Calcuta (India), Madagascar, Terranova, Porto Seguro (Brasil), Cananea, Ceilán, Ormuz, Damao, Malaca, Pegu, Molucas, Timor, Río de la Plata, Río Perla (China), el río Ganges en 1516 y 1525 Palau. Muchos ocurridos después de su muerte, pero debidos a su impulso. Los enumero porque solo así se tiene una visión de la importancia del Infante y la extensión del territorio descubierto por los navegantes portugueses.

Luego visitamos el cabo de San Vicente (en portugués Cabo de São Vicente) situado en el extremo sudoeste de Portugal. Conocido en tiempos romanos como Promontorium Sacrum y considerado el fin del mundo.

En el cabo hay una antigua fortaleza convertida en museo y el faro más grande del mundo.