Vías comerciales para el desarrollo regional | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 16 de Abril de 2017
Giovanni Reyes

Una de las últimas noticias sobre el desarrollo de comercio y de vías de comunicación, a mediados de este mes de abril, viene del Reino Unido.  Se refiere a la inauguración, el pasado 11, del ferrocarril que exportará productos ingleses directamente a China, llevándolos por un sendero “modernizado” de la seda, al gigante asiático.

Esto no deja de ser una lección para los países latinoamericanos en dos sentidos.  Por una parte, el impulso al comercio como medio para coadyuvar eficazmente a los esfuerzos del desarrollo sostenible y sustentable, y por otro lado en función de renovar de manera contemporánea, un medio de transporte que se ha desechado en mucho países. 

Muchas de las causas para esto último  gravitaron en torno a intereses de grupos de presión que se beneficiaron con la eliminación de un ferrocarril que puede ser una alternativa de energía limpia para el transporte.  Con este medio se potencian escenarios actualizados de desarrollo social en diferentes y apartadas regiones.

En términos de comercio, en especial a partir de la primera década de este siglo, la región latinoamericana se ha visto inmersa en una notable actividad por la negociación y firma de tratados de libre comercio.  Esto ha sido evidente en el caso del área comercial de Mesoamérica con Estados Unidos, (Centroamérica, República Dominicana, Colombia, Panamá, Chile y Perú) también se tiene en la conformación del tratado de integración del pacífico (Chile, Colombia, México y Perú) y por las negociaciones de apertura comercial que cada uno de los países ha llevado a cabo. 

Se destaca en esto último el caso de Chile, que ha buscado de esta manera insertarse en las vías comerciales, principalmente de la región Asia-Pacífico.  Las aperturas han pronosticado ampliación del empleo por la vía de las exportaciones, promover condiciones de competitividad y de manera constante, mejorar la inserción de los países en el actual proceso de globalización.

No obstante que varios sectores de las sociedades latinoamericanas se han visto beneficiados de la apertura, tal el caso de subsidiarias de importación, representantes de empresas multinacionales en la región y de sectores financieros, existe una gran mayoría de sectores vulnerables que no se han podido incorporar a esa dinámica.  Muchos de estos sectores que han quedado al margen de los nuevos mecanismos de mercado se ubican en las áreas rurales y se relacionan más con la producción para los mercados internos. 

Subsidios y cuotas

En muchos casos se trata de pequeñas y medianas empresas que -al no depender de la solidez de sus activos fijos, lo hacen en función de la velocidad de rotación de sus inventarios- han sido desplazadas o bien desbordadas por la incomparable capacidad de productividad de las grandes empresas extranjeras.

Un dato importante se puede tener, por ejemplo, con la mayor vulnerabilidad de importación de productos básicos -caso de cereales o leguminosas- que conforman la dieta básica de amplios sectores sociales.  Al respecto es de observar cómo los tratados de “libre comercio” quedan notablemente erosionados o socavados en sus contenidos, al reconocerse que las naciones más desarrolladas aún establecen cuotas de importación, se reservan cláusulas de barreras no arancelarias y ejecutan subsidios.

Esos subsidios son importantes en áreas productivas en las cuales Latinoamérica es competitiva.  Ese es el caso concreto de la agricultura.  Lo notamos especialmente ahora que estamos a las puertas de una posible crisis alimenticia producto de la sequía o exceso de precipitación pluvial en las grandes planicies productoras de Estados Unidos, de la dedicación de tierras y cultivos a biocombustibles y al alza de las especulaciones en los mercados alimenticios a futuro.

Se reconoce que en materia de la Política Agrícola Común de la Unión Europea, los países del Viejo Continente no están dispuestos a ceder prácticamente ningún margen de subsidio a sus productores agropecuarios.  Y si lo hacen las medidas tienden a dar un trato preferencial a las excolonias europeas, tal y como sucedió con la larga disputa del mercado de banano que dio inicio en 1992, casi inmediatamente de la firma del Tratado de Maastricht (7 de febrero del citado año).

Por su parte, es evidente la intervención del estado en Estados Unidos en cuanto a la agricultura.  Anualmente, aunque las cifras pueden ser discutibles y variar de año en año, ese país estaría subsidiando su agricultura en cerca de 931,000 millones de dólares.

La efectividad de los tratados de apertura comercial transita por fortalecer la competitividad interna de los países.  En este sentido es indudable la presencia de seis dimensiones: (i) estabilidad política; (ii) estabilidad macroeconómica; (iii) intensa, actualizada y pertinente capacitación de recursos humanos; (iv) infraestructura física –lo que incluye carreteras, vías generales de acceso y puertos; (v) instituciones funcionales y estado derecho; (vi) cultura de servicio y trabajo.

Es imprescindible, en todo esto, no sólo el aprovechamiento de los mercados externos, sino también la capacidad de demanda que se debe ampliar en los propios países.  De allí que sea un pésimo negocio para cualquier nación tener pobres e indigentes en sus propias sociedades.

También -esto nunca será poco subrayarlo- es indispensable que la región se encamine en un esfuerzo serio y sostenido en cuanto a transformar la naturaleza de sus exportaciones.  Pasar de los tradicionales productos basados en materias primas a bienes con crecientes valores agregados. 

Esto permitirá no sólo la competitividad, sino también generar empleos con altos ingresos, con lo cual se propicia una ampliación importante de la demanda en los mercados domésticos. De esa manera el desarrollo humano, económico y social dejaría de ser el permanente punto central en las agendas pendientes de la región.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard.  Profesor, Universidad del Rosario

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