Venezuela: concierto de cacerolas y pimienta | El Nuevo Siglo
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Jueves, 20 de Abril de 2017
Pablo Uribe Ruan

Pablo Uribe Ruan

Enviado Especial

CARACAS

La marcha del jueves terminó como la del miércoles: inundada de gases y bombas de estruendo. Nuevamente, la oposición no pudo llegar a la Defensoría. Pero están previstas nuevas movilizaciones en los siguientes días. 

Eran las 12:30 y miles de personas venían desde Altamira, Bello Monte, Santa Fe, congregándose en Chacao. Allí, lejos, muy lejos, se veían hombres de pantalón oscuro y camisa caqui, cuya misión era impedir la entrada al Centro de la ciudad, por orden de funcionarios oficialistas. 

Un hombre de al menos 60 años lanzaba arengas desde el segundo piso de un bus. Vestido de amarillo -color del partido, Primero Justicia- decía: “¿Para dónde vamos?, para la Defensoría”, respondían los manifestantes. “Y qué queremos”, “elecciones”, sonaba al unísono el pedido de los marchantes. 

La marcha transcurría en suma calma. Las personas de mayor edad se resguardaban bajo la sombra de los escasos árboles en la Avenida Francisco Miranda, donde gigantescos edificios se alzan para crear el centro financiero de Caracas, obnubilado por las continuas protestas de estos días. 

Progresivamente, la gente iba avanzando sin ánimo de confrontación. “Si nos permiten llegar, este tipo de cosas no ocurrirían. Si nos permiten votar, la gente no estaría en las calles”, decía el diputado Juan Andrés Mejía, refiriéndose a los primeros gases que empiezan a volar por el cielo del Rosal. 

Una cuadra más abajo el ambiente era hostil, como 24 horas antes, cuando los manifestantes chocaron en la Avenida Fajardo con la Policía. La angostura de la calle y la altura de los edificios hacen que el gas se concentre, amargo y punzante, en la atmósfera del lugar. 

“No corran, no corran”, grita un hombre de aproximadamente 40 años, ante el desenfreno con que muchos huyen para guarecerse en la Miranda. La marcha, en menos de 40 minutos, está disuelta. Tras llegar al Rosal, la Guardia impuso un esquema de seguridad que impide seguir avanzando hacia la Defensoría. Ahora, 2:30 de la tarde, algunos empiezan a volver a sus casas; otros, simplemente, prefieren hacerse más atrás y ver cómo vuelan piedras y humo de lado a lado. 

Con o sin permiso

A escasas tres cuadras, frente al local del Banco de Venezuela, Benito Campos -63 años-, ve con sabiduría la impotencia de los manifestantes. “Vine a protestar, pero si la mayoría no hace como lo tiene que hacer, no estamos haciendo nada”, dice y añade “si estoy con el debido permiso, nos irritamos todos, siempre hay un foco pequeño que derrite a los demás”. 

La desilusión empieza a sentirse en algunos marchantes. “Otra vez lo mismo”, parece la sensación de muchos que un día antes vivían la furia de los gases y el “pum, pum” de las bombas de estruendo. “Son sólo ruido” –las bombas- dice una manifestantes. “Ja, pero si te queda al lado”, le inquiere su amiga.

El gas lacrimógeno es muy fuerte. Por más que una persona se aplique Malox (antiácido con acidez estomacal), crema dental o bicarbonato en la cara, los efectos de este tóxico terminan ganando. Lagrimeo e irritación se apoderan de las vías nasales y los ojos. Toca hacer una pausa, y respirar por la boca. 

A eso de las 3:30 la lluvia limpia la nebulosa atmósfera de pimienta. La gente grita “libertad, libertad” y se une, por unos minutos, a la primera línea de manifestantes. Un rocío de agua no le viene mal a nadie, a menos que sea de las “ballenas” (tanquetas de agua).

María, 20 años, una estudiante que salió el miércoles con sus papás a marchar, cuenta cómo se cayó al Río Guaire ante la ofensiva de la GNB. “Yo estaba con mi familia, por el miedo, porque con ellos yo no me arriesgo, y sinceramente cuando fue el momento de las bombas, yo lo que hice fue correr a mi papá”, dice agitada, porque acaba de correr, explica: “cuando me di cuenta, mi prima estaba desmayada, nos lanzamos al Guaire, a que ella agarrara oxígeno, y al frente teníamos los guardias, así que cruzamos, y gracias a Dios los bomberos nos ayudaron para salir”, cuenta. 

A esta hora -4:00- quedan pocas personas mayores de 35 en la manifestación. Atrás, cerca de la Avenida 4 con Miranda, los más grandes les dan su espaldarazo a los estudiantes para que sigan aguantando el embate de las bombas. Ellos vienen de marcha en marcha, incluso han dormido poco. “Me quedé en una residencia hasta tarde (19 de abril) en el Puente 9 de diciembre. Tuvimos que replegarnos cuando llegaron los colectivos que lanzaban tiros”, relata este joven de 23 años. 

Poco a poco, la meta, que en un principio era la Defensoría, empieza a cambiar. Ya no se trata de llegar allá sino esperar hasta que caiga el sol. Al menos en el Rosal, porque en otras partes de la ciudad se reportan “guarimbas” (barricadas). 

En diálogo con EL NUEVO SIGLO, el diputado Miguel Pizarro, explica que “la movilización que empezó a las 10 de la mañana ya lleva  6 horas de represión. Es importante que sepan que esta movilización se dirigía a la Defensoría del Pueblo y nos responden con paramilitares, con lacrimógenos”. 

“El gobierno sigue intentando sacar lo peor de los ciudadanos, pero esta resistencia pacífica y constitucional se va mantener en las calles exigiendo nuestro futuro. Basta de dolor, de sufrimiento. Es la hora de nuestro país”, concluye. 

La noche en Caracas transcurre como las anteriores: con el silbido acogedor de las chicharras y las cacerolas que, en este momento, hacen de Altamira un concierto a oscuras. Dicen que los opositores lanzan consignas contra el gobierno musicalizando las ollas con las que mañana van a cocinar.

@UribeRuan