¿Qué se hizo la política? | El Nuevo Siglo
Miércoles, 5 de Abril de 2017

La política es la actividad social más directa e inmediata. Desde que salimos de casa, y aun en ella, prevalece el sentido de lo colectivo que es la expresión efectiva de lo que Aristóteles llamaba el “animal político” y que, en el fondo, no es más sino una manera de señalar sintéticamente el modus operandi del ser humano en su entorno natural. Es por tanto una de las diferencias básicas con las demás especies. Porque esa, la condición colectiva, la capacidad de asociación y colaboración, el sentido de lo gregario en busca de propósitos comunes, es la actitud singular del homo sapiens y lo que le ha permitido, a través de los milenios, generar eso que se conoce como la Humanidad. Y de allí viene la política.

Hay, pues, en ella un sentimiento y una conducta atávica que, por más disgregación y anomalía de las sociedades, prevalece naturalmente. Y ya está en cada quién si quiere o no participar en las decisiones del conjunto o se margina de ellas siguiendo en todo caso el curso determinado por quienes, mal que bien, se han hecho partícipes. Fue en este aspecto, precisamente, que un dirigente conservador, como Gilberto Alzate, dijo mordazmente que “la política se la hace o se la padece”. No hay, en tal frase, términos medios puesto que a través de ella se crean las instituciones, se hacen las leyes, se desenvuelve el poder, se hace la historia, se desentrañan los conflictos, se determina el talante de un pueblo, se imponen las tarifas y contribuciones, se edifica y controla el Estado… En fin, se crean y asumen las reglas del juego para la vida colectiva. Incluso, abstenerse de participar en ella, declararse ermitaño, calificarse de apolítico o anti político, situarse como se quiera ante el escenario anterior, es una decisión política. Para unos, entonces, es la oportunidad de servir, de condensar unas ideas, de señalar unas convicciones, de matricularse en una ideología, de compartir un modo de ver y de aproximarse a la vida; para otros, en cambio, puede ser una condena. Sea lo que sea, siempre se activará la política y siempre gravitará omnipresente.

Uno quisiera, por supuesto, una política que no se confundiera con la deificación del Estado, poniéndolo por encima de los pueblos, asfixiando la idea de nación, esquilmando el nutriente individual y colectivizando la consciencia. Uno preferiría la política inserta como un aspecto de la cultura, una salida natural al modo como se organizan las personas en procura del bien común, y de esta manera convertirse en cierta manifestación de la estética y por consiguiente la expresión neta de la sociedad a la que se pertenece. A fin de cuentas hacer un país y preservarlo a través de las generaciones es, en últimas, similar a realizar una escultura en constante perfeccionamiento. Otros seguirán pensando que la política, por el contrario, es la suma de los intereses particulares y que por lo tanto es simplemente un panal donde se dé cabida a las múltiples manifestaciones individuales. Habrá, claro está, una infinidad de definiciones o percepciones de la política. Pero lo que es un hecho, hoy en Colombia, es que ella ha perdido casi por completo su sentido bienhechor y el desgaste es tal que viene llevándose por delante, no solo las instituciones y todo por cuanto se ha luchado desde la instauración republicana, sino la vocación de futuro, los elementos de identidad nacional, las razones de la organización social y, por supuesto y más grave, los lazos de solidaridad y confianza ciudadanas. 

La causa del pesimismo actualmente reinante, según se confirma semanalmente en las encuestas, aparte del declive económico, de la incertidumbre de un proceso de paz que quedó en obra gris a raíz de su cierre intempestivo y la evasión del resultado plebiscitario y de la carencia de credibilidad en la acción social, radica esencialmente en que la política ha perdido los factores mínimos que la determinan y se ha convertido en un combate del poder por el poder. Pero además de eso está claramente signada por la corrupción, por el propósito de pertenecer a ella con el fin de enriquecerse, abandonando el servicio a la comunidad y el deber de sacar avante limpiamente unos programas y unas ideas. La desconfianza perentoria en la administración del Estado es un hecho cotidiano y por eso prima el pesimismo y la incertidumbre.

De allí que la tarea indispensable, en el devenir colombiano, sea la de recuperar la política de quienes la han golpeado con tan lesivas prácticas. Por esa vía, justamente, hay que comenzar para atacar efectivamente la corrupción, puesto que esta es, entre muchas otras, solo una consecuencia de la distorsión de la política. Será importante pues estructurar la estrategia que ayer señalaron los organismos de control en el foro de El Tiempo. Pero mucho más allá de ello lo que hoy más interesa, por encima de cláusulas e incisos, es libertar la política de la coyunda de la politiquería y la mentira.