“Nos mueve la vida” | El Nuevo Siglo
Viernes, 7 de Abril de 2017

Todo empezó cuando prendí el televisor, y oí que alguien decía: “Caracol nos mueve la vida”. Y ¿qué  más nos  mueve? ¿Las bendiciones,  los terremotos? ¿Los bombardeos, la paz, el amor y la ausencia? ¿El miedo a no ser nunca más, jamás?

Nos mueven la vida esas cosas inasibles -superiores a nosotros- que a veces nos hacen sentir fuertes y capaces; y otras, como barcos de plumas y papel, en medio del  naufragio.

Nos mueven las peores y las mejores emociones. Las grandes contradicciones y los momentos de verdad; cuando tocamos  fondo, y cuando nos lanzamos a volar. Nos mueven la euforia y las tragedias desorbitadas.

Y en la otra cara de la moneda, nos acostumbramos a todo lo que no sea la cresta de la ola;  aprendimos a convivir con la pobreza cotidiana y con el dolor empacado al menudeo, como si ambos fueran normales. Como si fuera admisible tomarse el sufrimiento cada día, con las cortinas cerradas y en cucharaditas de café.  No, señores. Las cosas indignas no pueden seguir siendo paisaje; la marginación no es un hábito, ni la calumnia una rutina, ni la violencia un estado social.

Defendamos una vida estética, pero nunca estática. No quiero marasmo, ni apatía. Rechazo el olvido, y no me importan las arrugas, pero no quisiera nunca tener la piel raída, como una tela que rumore soledades cosidas con hilos de gris y silencio.

Quisiera que nos movieran las solidaridades de entre semana; éstas que caben en la palma de la mano, y no solo las que surgen esas noches aciagas, en las que el mundo se acaba. Quisiera que comprendiéramos que vivimos en  perpetuo estado de crisis humanitaria.

Crisis en jornada continua, que frecuentemente estalla en picos de exacerbación; con desastres aterradores, como las que en menos de 5 días cobraron la vida de cientos de personas en lugares tan distintos y distantes como Siria y Putumayo. Tragedias incomparables en su etiología y desarrollo, pero equiparables en algo: ambas convirtieron en campo santos las calles y  caminos de una región atravesada por la implacabilidad de una señora muerte que nunca debió ser. 

Bajémonos de los espejismos que le aprendimos a la doble moral: lo grave no son las fotografías conmovedoras y violentas que le dan la vuelta al mundo. Lo más  triste y vergonzoso, es que esas fotografías son eso: fotografías. Testimonios exactos; no pinceladas ni interpretación, ni lecturas subjetivas. Son la imagen de la tragedia, plasmada en un cruce de pixeles y colores que no tienen la culpa del horror que congelaron en el tiempo. No matemos al mensajero, cuando la infamia radica en el mensaje y en su autor.

Y no tengamos necesidad de grandes desventuras para salir del letargo: De tragedias cotidianas están llenos los cementerios, las escuelas y las fábricas. Ésas son las injusticias y las grietas que nos muerden desde adentro, y las que estaría en nuestras manos, desterrar.

Una de las grandes ventajas que tiene habitar este mundo es que  tenemos mucha  posibilidad (necesidad/urgencia) de ser útiles, y eso nos permitirá pagar -en parte- el boleto que nos dieron para llegar a la vida.

ariasgloria@hotmail.com