Análisis. El trasfondo de las elecciones francesas | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 23 de Abril de 2017

Como están las cosas luego de las elecciones de la primera vuelta en Francia solo será el Reino Unido el que efectivamente se habrá salido de la Unión Europea. La propuesta alternativa de la extremista Marine Le Pen, de convocar un referendo en el mismo sentido del Brexit, es muy probable que no encuentre las mayorías suficientes dentro de quince días, en la segunda vuelta, para adoptar los mismos criterios que hoy lidera Theresa May. Y que de su parte muy posiblemente logren, en el reciente llamado que la británica hizo a las urnas para refrescar la confianza, resultados más voluminosos que la diferencia porcentual en el plebiscito previo, en su país. En la actualidad, el partido conservador inglés, en cuya división tuvo origen el Brexit, ahora aparece unido y determinado a mantener el resultado de la voluntad popular, al igual que lo consignaron hace unas semanas en el voto de la bancada parlamentaria que, en consonancia del evento plebiscitario, ratificó por consenso el inmodificable dictamen del pueblo. Y que esperan revalidar en la contienda electoral anticipada.

En tanto, la tercería que lideró Emanuel Macron en Francia, de comodín entre los conservadores y los socialistas, se hizo a la victoria en la primera vuelta, confirmando los vaticinios de las encuestas, pese al empate técnico, dejando por fuera a las corrientes establecidas de las que bebió a gusto para presentarse, en medio del divisionismo reinante, como una especie de candidato de “tercera vía”. Si bien no lo ha dicho así, Macron parecería encarnar, en cierta medida, la misma procedencia de Blair y Renzi, en Inglaterra e Italia, quienes se desplazaron, cada quien en su oportunidad, de la izquierda hacia el centro, con base en una aproximación a los jóvenes y los independientes y evitando así, en los tres casos, el triunfo de la centro-derecha aunque retomando algunos de sus postulados. No es, entonces, nada nuevo en el horizonte de la política europea, sólo que Francia no parecía proclive a estos experimentos. Pero de la estridencia y la novelería con la que, de algún modo, se asumió el día a día de la campaña, cercada de chismes, escándalos y espuma de la vida privada, era inevitable que se diera un salto hacia lo desconocido. Mucho más, claro está, ante la exasperación producida por el gobierno más impopular de la historia francesa, en cabeza de François Hollande, y la incertidumbre en una de las naciones que ha sufrido con mayor rigor el impacto del terrorismo yihadista.          

La nota predominante en las elecciones francesas no fue pues, exclusivamente, el hecho de que las corrientes tradicionales se hubieran quedado por fuera de la liza, sino la antropofagia política al interior de los partidos que restaron viento de cola y opción a sus candidatos. En referencia a ello, por lo menos en España se viene dando una competencia formal y abierta entre las disidencias de derecha e izquierda, en “Ciudadanos” y “Podemos”, lo que en cierta manera aclara el panorama y permite llegar a acuerdos entre las fuerzas como el que, aun de modo extraordinario, actualmente se practica y que han permitido algo de estabilidad en una Europa convulsa. En Francia, al menos frente a estas elecciones, no. Comenzando por la actitud de Hollande con su propio partido. Efectivamente, dejando de lado al candidato socialista escogido, prefirió pasarse primero velada y después abiertamente a las toldas de su exministro, Macron, para evadir el juicio de responsabilidades políticas pertinente y una vez vio que era por completo inviable su reelección. Macron, de su lado, desestimó ser socialista, exaltando su pasado de banquero y asesor de empresas privadas que, sin embargo, no tuvo a bien recordar durante el gobierno cuando admitió los impuestos hasta el 75 por ciento y ha sido la causa primaria del desempleo trepidante y la permanencia de la crisis económica.

Pero el caso más patético se dio en las toldas conservadoras, ahora conocidas como “republicanas”, cuando los propios miembros de ese partido hicieron de caja de resonancia de las denuncias de un conocido y festivo periódico socialista contra François Fillon, adverso por lo demás de cuanto conservador existe. Con esta actitud, quisieron cobrarle su triunfo limpio, sin trucos y esguinces, en la consulta popular previa. Todo el mundo habló entonces y dijo lo que tenía que decir dentro de la libre competencia y sin recurrir a convenciones para amarrar la política de antemano.

Sin embargo, apenas lo vieron en dificultades, trataron de derribarlo hasta el sótano de las encuestas y a la expectativa de su renuncia. No obstante, Fillon se recompuso y estuvo al borde de pasar a la segunda vuelta. Un par de puntos más y la vocería conservadora no estaría en manos del pensamiento muchas ocasiones huidizo de Macron ni en la ultraderecha en auge de Le Pen. 

Desde luego, Macron va a suscitar todas las fuerzas anti Le Pen, que son la gran mayoría, sin saberse todavía la actitud de la izquierda extrema, en cabeza de  Jean-Luc Melenchón, quien a su vez tuvo un desempeño extraordinario.

Con ello Macron parecería tener asegurada, de lejos, la segunda vuelta. Aun así, la aguda polarización que se va a presentar entre los dos bloques favorecerá a la candidata extremista cuyo propósito siempre ha sido el de tensar las cuerdas y a partir de ello ganar paulatinamente espacio en su favor. Cualquier porcentaje de votación que, en quince días, se acerque al 30 por ciento o más será por descontado una victoria de Le Pen, así ello todavía no le comporte la presidencia. A Macron, por el contrario, le corresponde que no suba del 22 por ciento conseguido por ella en la primera vuelta y que ya, de hecho, es preocupante como una tendencia extrema y consolidada de la política francesa.

Luego vendrá la tercera jornada, igualmente fundamental: las elecciones parlamentarias de junio. Es allí donde Le Pen se va a jugar con mayor profundidad, a partir de la estela dejada en la segunda vuelta. Entretanto, ese mismo evento servirá para saber cuál es el partido dominante en la coalición de Macron. Es ahí donde el conservatismo, liderado por Fillon, será la clave. Si sus copartidarios lo dejan.