¿Estrategia o desenfreno?, los 100 días de Trump | El Nuevo Siglo
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Miércoles, 26 de Abril de 2017
Redacción internacional

Los primeros 100 días de un presidente en Estados Unidos marcan el estilo de lo que será su gobierno en los próximos cuatro años. El sábado, tras posesionarse, revertir polémicas relaciones con Moscú y remover su gabinete dos veces, el presidente Donald Trump cumple tres meses y algo más en Washington.

Su mandato ha estado marcado por un estilo que, para muchos, puede ser irracional, emotivo e inconsciente. Pero es, ante todo, el reflejo de la manera cómo ve la política. Trump cree que las decisiones deben ser instantáneas, expeditas y antiburocráticas. Firmar, ordenar, ejecutar, son verbos que han acompañado sus acciones.  

El Presidente, a tres días de cumplir 100 días en la Casa Blanca, ya es el más impopular de la historia. Dicen algunos que esto se debe a un estilo impredecible y el poco interés, de momento, por negociar con los otros poderes: Congreso, Medios. Sólo, en alguna medida ha tenido una relación cercana con la Corte Suprema de Justicia, ganando su primera batalla: la designación del juez Gorsuch, quien se ajusta, en teoría, a su agenda.

Agenda, sí

Habrá quienes, en su mayoría, critiquen las decisiones que Trump ha tomado. Pero el salto que ha dado del papel a la acción demuestra que emplea un estilo gerencial, de empresa privada, distinto al de sus antecesores, quienes prefirieron conocer primero la administración, para luego empezar a ejecutar.

Lo que lo llevó a la Casa Blanca fue, precisamente, ese estilo. El escritor Philip Roth, en The New Yorker, escribió a comienzos de este año que Trump “tiene un vocabulario de 77 palabras”. La escasez de su vocabulario, de su mensaje,  es  aquello que les gusta a sus votantes. Pero, entonces, ¿a qué se debe su impopularidad?

Una respuesta a esa pregunta puede ser la ambivalencia de sus posiciones. Respecto a la OTAN, por ejemplo, dijo al principio que era “una organización obsoleta”. Pero  luego, meses después, echó para atrás, cuando se reunió con Jens Stolenberg, secretario de esta. "Dije que era obsoleta; ya no es obsoleta”, explicó y concluyó “hace mucho tiempo que me quejé de eso, y ellos hicieron un cambio, y ahora luchan contra el terrorismo”.

En la mente de Trump la ambivalencia puede ser un juego para logar, como él mismo dijo, un cambio en la postura de sus contrincantes. Así mismo le ha pasado con China, país que atacó durante la campaña presidencial por sus políticas económicas en detrimento de la industria norteamericana.

Callada, China recibió las críticas. Poco a poco, fue respondiendo, sin animar un escenario de tensión con Washington. En entrevista con Agence Press (AP) el fin de semana pasado, Trump dijo que “flexibilizó” su postura frente a Pekín, tras la visita del presidente Xi Jinping a Estados Unidos, donde llegaron acuerdos frente a Corea del norte, principalmente.

Pero Trump mismo ha reconocido que dialogar con una potencia no es fácil. La esperada reunión con Vladimir Putin aún no tiene fecha y con Ángela Merkel fueron más las miradas de terror, de parte y parte, que la cordialidad tan presente en este tipo de encuentros. “Después de escucharlo por 10 minutos, me di cuenta de que no es tan simple”, dijo al final del diálogo con Xi Jinping.

Esa inquebrantable forma de ser parece, poco a poco, quedarse en la campaña presidencial. El día en que lanzó los misiles Toma Hawk en Siria, reconoció: “yo cambio y soy flexible, estoy orgulloso de mi flexibilidad”.

“Cuando un presidente pasa de estar completamente equivocado a estar absolutamente correcto sobre temas tan importantes, la respuesta adecuada no es burlarse sino celebrar, aunque sea con cautela”, publicó The Washington Post, ante los cambios frente a la OTAN, Rusia y China.

Estrategia

Los primero cien días de Trump son una mezcla entre actos impredecibles y gestos de flexibilidad. Esto supone que se ha ido acomodando de un estilo transversal e instantáneo, a algo más mesurado, más político.

Ante el asedio de sus detractores, ha ido cediendo. No es mentira que, poco a poco, le ha dado más juego a los medios, pese a, por ejemplo, desistir una invitación a la tradicional cena de corresponsales este sábado.

En el plano internacional, Trump ha hecho lo que algunos analistas han llamado “una reorganización en las zonas de influencia”. Esto, por supuesto, lo ha llevado a cabo en una fase preliminar, pero es claro que el ritmo del mundo ha empezado a cambiar desde su llegada, para bien o para mal, depende desde dónde se mire.

Estados Unidos ha reacomodado su influencia en el Pacífico movilizando contingente marítimo y aéreo; ha lanzado un ataque en Siria para medir fuerzas con Rusia; ha dicho que renegociará numerosos tratados comerciales. En fin: es un país gobernado por parámetros totalmente distintos a los de Barack Obama.

Aún no se sabe qué tan preparado está Trump para perder. Porque ya ha perdido, pero su reacción ha sido esquivar la derrota con otros temas. El bloqueo en el Congreso de su plan para derogar la Ley de Salud, “Obamacare”, fue el primer batacazo que sufrió su administración. Al siguiente día del revés, dijo: “fue culpa de las ultraconservadores” del Partido Republicano.

Pero también ha ganado en otros escenarios. La designación de Neil Gorsuch como juez de la Corte Suprema de Justicia ha sido una victoria al interior de un tribunal que inclina la balanza hacia las posturas más conservadores. Un triunfo, exclusivamente, suyo.

Han sido 98 días de frenesí. Aún no se sabe cuál es el verdadero Trump. ¿El ajedrecista que mueve fichas en Medio Oriente?; ¿el férreo opositor a la globalización?; ¿el acelerado tomador de decisiones? Quién es, lo dirá el tiempo.