La extendida presidencia de Putin | El Nuevo Siglo
CON los cambios últimos que se tienen en la legislación respecto al poder presidencial en Rusia, se hace factible que Vladimir Putin (1952 -) pueda quedarse en la presidencia hasta el año 2036
Foto archivo Xinhua
Lunes, 5 de Abril de 2021
Giovanni Reyes

Con los cambios últimos que se tienen en la legislación respecto al poder presidencial en Rusia, se hace factible que Vladimir Putin (1952 -) pueda quedarse en la presidencia hasta el año 2036. Todo ocurre, desde luego, dando formal seguimiento a los cánones legales correspondientes. Se han llevado a cabo modificaciones a la Constitución, las leyes reglamentarias, así como a disposiciones mediante las cuales se rigen los organismos electorales. Se ha contado con avales tanto del Congreso como del plebiscito correspondiente.

Es asombroso. Con todo este entramado de disposiciones, se estaría manteniendo prácticamente inamovible a la misma persona que está al frente del Ejecutivo de ese vasto país de 18 millones de kilómetros cuadrados y 145 millones de habitantes.  Putin se mantendría al mando, es decir, el mismo personaje que ha encabezado el Ejecutivo desde 2000 y que representa la era post-Boris Yeltsin (1931-2007) quien a su vez heredó la administración de los regímenes soviéticos que concluyeron con la disolución en 1991, de lo que fue la Unión Soviética.

Uno de los rasgos más sobresalientes de esta continuidad, es que Putin ha sido muy cuidadoso en cumplir con los formalismos legales, a la vez que trata de mantener su aceptación -en medio de las convulsiones- frente a la ciudadanía rusa. De allí que el mandatario insista en que Rusia posee una democracia soberana que está atenta a la población y que enfatiza un papel fundamental en política exterior.

Esto, como es obvio inferir, ha requerido de un notable esfuerzo por parte de Putin y de los diferentes equipos de trabajo.  Para ello, uno de los ingredientes ha sido fortalecer lo que sería un “gabinete en la sombra”.  De manera que al frente de las carteras ministeriales y de las diferentes instituciones del Estado, estarían personajes políticos, empresarios leales hacia el mandatario y en general personas que representan la distribución concreta de cuotas de poder.



 

No obstante, estas figuras más bien de fachada, la “tecnoestructura” a la que se refería John Kenneth Galbraith, el poder concreto, se ejercería por equipos técnicos leales a Putin.  Este mecanismo permite dar mayor coherencia, sistematización y continuidad a planes operativos, a la vez que mantiene flexibles niveles organizacionales.

 En el fondo, el problema de la legitimidad va más allá de la perspectiva formal o legal y se ubica en torno a una dinámica autoritaria.  Una reciente muestra de esto es la detención del opositor ruso Alexei Navalny (1976 -).  Como fue ampliamente documentado por la prensa internacional, a mediados de enero pasado este político fue detenido en un aeropuerto de Moscú.  Cinco meses antes se tiene evidencia, habría sido envenenado con Novichok.  Una acusación que reiteradamente ha sido negada por el Kremlin.

Navalny tiene un notable número de seguidores y su figura ha logrado unificar con bastante notoriedad, a la oposición política en Rusia, al poder dar actualizada coherencia a grupos que con anterioridad apoyaron a otras figuras que se oponían a Putin, por ejemplo, Gary Kasparov (1963 -).  Este último aprovechaba su prestigio al haber sido el campeón mundial de ajedrez más joven de la historia -consiguió ese logro en 1984.

Una de las líneas políticas estratégicas más utilizadas por Putin consiste en darse a conocer como la figura que asegura la identidad de las causas rusas. De allí la insistencia en señalar a sus opositores como representantes de intereses foráneos, de manera que una llegada al poder de estos últimos, significaría pérdida para los “genuinos intereses rusos”.

Tal y como lo han subrayado varios analistas, entre ellos Mira Milosevich, la presencia y consolidación política de Putin estaría influenciada por dos grandes factores. 

Un primer componente sería el sentimiento de fracaso de la transición política de Rusia hacia la democracia, a partir de la implosión soviética de 1991, luego de la salida del poder de Mijaíl Gorbachov y el ascenso al poder Ejecutivo por parte de Boris Yeltsin. Este último como se recordará, dejó como su heredero -quien lo protegería además de persecuciones políticas- a Putin.



 

Como un segundo factor está la identidad histórica de lo que se conoce como la presencia de la “Gran Rusia”, de la “Madre Patria Rusa”. Este es un componente esencial en el imaginario colectivo o social en el país y habría sido útil también, para que Rusia mantuviera un poder dominante en la conformación, luego de 1917 y más en particular en 1922, de lo que fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Se reconocen además lo que serían dos grandes etapas en el poder por parte de Putin. La primera de ellas con cobertura de 2000 a 2014.  En ella, el presidente fue percibido como el gran salvador de Rusia. Muchos lo identifican como la persona que habría liberado al país de la “corrupción e influencia de los oligarcas en asuntos del Estado, de los movimientos independentistas musulmanes en el Norte del Cáucaso y de la influencia de Occidente”.

La segunda etapa se iniciaría en 2014. Consiste en una fase en la cual ha sido sensible la baja en los precios internacionales del petróleo y con ello, se ha afectado el acceso de divisas para Rusia. Las presiones internacionales, más acentuadas a partir de la Administración Biden, amenazan la eficacia política de Putin.

Por ahora es innegable que el ajedrez político le posibilita al presidente ruso, una extensa permanencia en el poder. Pero las perspectivas no están totalmente aseguradas. La oposición está vigente y, aún con Navalny detenido, continúa apostando por la victoria electoral para marzo de 2024.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario

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