Responsabilidad de los ciudadanos | El Nuevo Siglo
Miércoles, 29 de Marzo de 2017

No pretendo ser repetitivo cuando retomo el tema de la corrupción, pero desde hace un par de semanas he quedado muy pensativo al respecto y he tenido la oportunidad de escuchar testimonios respecto de los efectos que ésta tiene en la sociedad, los cuales me parecen dignos de compartir.

Resulta entonces cierto que, como lo decía hace unas semanas, la corrupción conlleva efectos negativos en términos económicos y genera empobrecimiento para la comunidad a la que afecta, pero sus secuelas van mucho más allá. Manuel Villoria, fundador y director de Transparency International en España, hizo una comparación bastante acertada entre la corrupción y el cáncer pues, como él defiende, los dos son fenómenos o enfermedades que, si no se previenen o detectan y mitigan en una etapa temprana, pueden acarrear tanta fuerza que llegan a ser intratables.

Así las cosas, se hace necesario ver la corrupción, no solamente a través de quienes la generan, sino también a través de los ciudadanos, pues en nosotros recae también la responsabilidad de acabar con ella y no ensuciarnos las manos y contagiarnos de la misma. La realidad es, como se demuestra en el documental ‘Corrupción; Un Organismo Nocivo’, que la corrupción nos afecta a todos y está en nuestras manos darle la espalda, pues no sólo se cae en ella de forma activa sino también de manera pasiva, al no hacer nada para detenerla, al no denunciarla.

Es un tema preocupante porque en nuestro país no existen leyes que protejan a los ciudadanos que recogen el valor para denunciar actos irregulares y, dado que la corrupción en gran parte suele nacer en altos mandos de la clase política, éstas se hacen necesarias para resguardar su integridad y premiar la defensa de la transparencia por la que luchan. La transparencia es el mejor antídoto contra la corrupción, pero es muy difícil lograr transparencia cuando no hay herramientas de defensa a aquellos quienes luchan por ella.

Es así como entonces el miedo o el desconocimiento de cómo denunciar algo semejante recobran un papel esencial en el incremento de esta práctica que tanto daño genera al país y a sus habitantes. La mejor forma de enseñar ética es a través del ejemplo y por ello, aunque no estamos en un sistema que proteja a la víctima, tenemos que dejar de lado el miedo y denunciar y reprochar las anomalías, las sospechas y todo aquello que lleve hacia la corrupción. Sólo así lograremos el cambio. A la hora de buscar culpables es muy fácil señalar el dedo, pero resulta que el cambio jamás ha llegado de arriba y que la responsabilidad de frenar este mal, que tan rápidamente se está volviendo en un tema cotidiano y poco reprochado, recae sobre todos.