Pactos por un mundo mejor | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Marzo de 2017

Al Puerto de hoy llegaron simultáneamente dos barcos que zarparon en épocas muy distantes, pero que están unidos por algo mucho más profundo que una mera coincidencia.

Vamos con el primero:

El 22 de marzo, hace 130 años, un hombre químicamente bueno, generoso y libre pensador, padre de 13 hijos y amante de la independencia y las minorías, fundó un periódico que se consideró en su momento, casi subversivo. De orientación, pensamiento e impronta liberal (cuando ser liberal era un honor, un riesgo y un desafío), El Espectador se fue abriendo camino, primero en Antioquia y luego en toda Colombia, hasta convertirse en todas las latitudes en símbolo de la libertad de prensa, de independencia periodística y del valor y la integridad a toda prueba.

Sólido en su patrimonio intelectual y estrecho en su patrimonio monetario, El Espectador lo ha soportado todo con  entereza excepcional. Ni la dinamita, ni las balas, ni los incendios, ni los boicoteos económicos, ni siquiera el entrañable dolor sentido ante el miserable asesinato de Guillermo Cano, han conseguido que El Espectador doblegue sus banderas. De pie ha estado muerto y de pie ha resucitado; de pie ha sido referente en el mundo; de pie ha ejercido la política, en un país en el que la política se arrodilla ante el oportunismo y la corrupción; de pie sus principios, sus neuronas y su gente (no así sus muros, más de una vez cerrados o derrumbados por la infamia).

Vamos al segundo barco: La cohorte de profesionales que se gradúan esta semana, en algunas de las principales universidades de Colombia.

Miles de muchachos entre los 20 y los 25 años dejan las aulas para enfrentarse a ese país laboral que exige resultados en términos de producción y  balances financieros y/o sociales; el país crucial que se quita los uniformes de la guerra para asumir las camisetas blancas de la paz; el país que los vio nacer y crecer y que ahora extiende la mano, pidiéndoles idoneidad y sabiduría.

Desde el pedacito de país que habito, me atrevo a pedirles algo más. Sí: sean competentes, hábiles,  inteligentes; sean lógicos y doctos; pero sobre todo, sean buenos seres humanos. Sean solidarios; y sin considerarse superiores a nadie, sean limpios en la conciencia y en la mirada; sean ubuntus de carne y hueso -es decir- ejerzan sin tregua su defensa del bien común versus el bien individual, y nunca se sientan tranquilos ni satisfechos ni mucho menos felices, si ese asomo de felicidad, ha sido construido sin tener presente el bienestar de los demás. El conocimiento bien entendido es el que sirve para mejorar la vida, no para dañarla; y en esa medida, es un privilegio que compromete.

¿Qué une mis dos barcos de hoy? Un pacto de rectitud, criterio y formación en busca de un mundo mejor.

¡Ah! Y otra cosa los une: El tatarabuelo de uno de los graduados de esta semana, fue Don Fidel Cano, fundador de El Espectador. Profeso por él, gratitud, admiración y cariño. Y por su tataranieto Felipe, gratitud, admiración… y el más invencible y profundo amor de mamá.

ariasgloria@hotmail.com