La marea del voto castigo en Europa | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 26 de Marzo de 2017
Giovanni Reyes

Corría el año 2012, tuvo lugar exactamente el 15 de mayo de ese año, cuando François Hollande (1954 -)  se convirtió en el vigésimo cuarto presidente de Francia –ese mismo día daba inicio el Tratado de Libre Comercio de Colombia con Estados Unidos, a la vez que curiosamente en el misma fecha, moría en México el escritor calibre Nobel, Carlos Fuentes.  Hollande llegaba al poder producto de un voto castigo.  La población con ello marcaba diferencias en su manifiesta predilección, alejándose de las posiciones de centro derecha, exhibidas por el anterior Presidente Nicolás Sarkozy (1955 -).

Una situación similar se puede observar ahora.  Es más, como elemento de considerable evidencia en cuanto al rechazo del actual mandatario francés, él mismo ha desistido de presentarse como candidato para un segundo período.  Sabe que tanto su desempeño como su partido, el socialista, no tienen la favorabilidad del electorado.  El problema es que producto de buscar el voto castigo contra los políticos tradicionales, el electorado termine inclinándose por la opción del populismo de ultra-derecha representado por la candidata francesa del Frente Nacional, Marine Le Pen (1968 -).

Estos votos zigzagueantes del electorado europeo, se han dejado sentir tanto en el “brexit” del 23 de junio de 2016 en el Reino Unido, como en Austria, donde las posiciones populistas fueron derrotadas por muy estrecho margen, o bien hace poco en Holanda, donde –aunque no triunfó- la extrema derecha de representada por Geert Wilders (1963 -) no alcanzó el triunfo, pero de todas maneras se perfila como una alternativa de poder importante.  Uno de los síntomas de ello, es la cuota de poder que esta afiliación política tiene en el parlamento del referido país.

Es de recordar que ya desde septiembre de 2011, una coalición de social demócratas se hacía con el poder en poder en Dinamarca; el siguiente cambio fue cuando en Eslovaquia también la izquierda se tomaba el poder ejecutivo, una situación similar se repitió también en Rumania.  Aunque en diferente dirección, otros cambios políticos se han concretado en el Reino Unido y en España.

Uno de los factores que parece estar detrás, como parte de las causales de los rechazos políticos manifestados por las poblaciones, consiste en que muchos grupos han decidido plantar cara a las políticas imperantes.  Desde que ocurrió la última crisis financiera, con punto de inflexión en septiembre de 2008, conglomerados importantes de los electores se resisten a ser convencidos que ahora, de donde deben salir los fondos para el pago de las deudas, es de los recursos públicos y en particular de los renglones sociales.  Véase como un fresco ejemplo, lo que hace Trump recortando en lo social para fortalecer el presupuesto, ya de por sí muy grueso, de las fuerzas armadas.

El desespero de muchos sectores fue causado por la “angustia” de los mercados, por no dejar caer a los bancos.  Estos últimos habían incurrido en préstamos de precaria consistencia, que luego se caracterizaron como “activos tóxicos”.  Como se ve, los nombres pueden dar una apariencia rosada, lo que contrasta con la realidad, todo ello en el marco de la “programación neuro-lingüística”.

Mucho de este descontento, estaría justificando la reacción que en Estados Unidos llevó a elegir –mediante el sistema y la lógica medieval del Colegio Electoral- a Donald Trump, aun cuando el ahora mandatario perdió por 8.6 millones de votos en el recuento popular de las boletas.

En la decepción de amplios sectores del electorado influye el tema de las deudas públicas.  Es lo más visible.  Estas deudas se contrajeron para el “rescate” de los grandes consorcios financieros que –luego de haberse lucrado por al menos 12 años con desregulaciones- se vieron en franca caída a raíz de la crisis financiera iniciada con la quiebra de Lehman Brothers en el otoño de 2008.

Sin embargo no es de engañarnos.  Este no era ni es, el único síntoma.  Como sucede con la lógica económica y social, los eventos se venían añejando desde hacía tiempo.  Las desregulaciones, la creencia de que el “mercado lo resuelve todo” y que las instituciones son nefastas –esta es una trampa del neoliberalismo- venía desde el inicio de los ochenta con las ideas de Reagan y Thatcher.

En un plano más inmediato, con lo de la crisis, los gobiernos se vieron forzados a endeudarse dado que las medidas neoliberales los había hecho reducirse en cuanto a recursos e instrumentos de política pública.  Tenían limitados sus alcances.  Se insiste, se consideraba a las instituciones públicas como un mal necesario.  De allí que cuanto más pequeñas fueran, mucho mejor.

Por otra parte, los fondos de la deuda europea están ajustados a sistemas financieros que en la actualidad –como no podía ser de otra manera- están lucrando con la inestabilidad de las tasas de interés.  Este es uno de los problemas centrales para el Viejo Continente.  Al final, fueron los sectores asalariados y los más vulnerables en general, quienes terminaron pagando el “rescate” a los bancos.  Uno de los grandes éxitos de las corporaciones y medios de comunicación es evitar que esta conexión sea visible. 

Fue, esencialmente por ello, que los “indignados” y los miembros del movimiento “ocupar Wall-Street” se movilizaron.  Pero sus acciones rápidamente fueron tildadas de provocadoras, cuando no de ser abiertamente anarquistas.  Esto contrasta con el silencio que se guarda ante los casi 14 millones de personas que aún no logran conseguir empleo, producto de la crisis, para no mencionar los casos de suicidios, que en varios países -incluyendo los europeos- han aumentado.

Las sociedades quieren un cambio, aunque en general no logran identificar el contenido del mismo.  Debido a ello, han ocurrido resultados electorales de apariencia contradictoria.  Esto se relaciona con el presente estado de confusión.  Se identifica a los actores en el poder como los culpables únicos del estado de cosas.  A partir de ello, las grandes mayorías de algunos países pueden fácilmente terminar pegándose un disparo en los pies. 

  No se trata de defender totalmente la gestión de los gobiernos tradicionales, pero es indiscutible que en los casos del “brexit” y de Trump, los eventos son auténticamente como un dado en el aire.  Las condiciones ser tiñen con lo indeleble de la incertidumbre y las amenazas. 

Mucho de lo que recriminan los electores en Europa está relacionado con un descenso en el nivel de vida, en carencias para esperar que el futuro será mejor para las nuevas generaciones, y en las amenazas del terrorismo.  En todo caso, además de solventar los problemas de seguridad, se requiere que los gobiernos concreten planes efectivos de crecimiento económico sustentable, aumento de la producción que abra progresivas posibilidades a la población, en materia de empleo y emprendimiento productivo.

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.