De utopías y otras urgencias | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Marzo de 2017

Falta menos de seis  meses para la llegada de ese hombre maravilloso que está liderando la más dulce, humana y espiritual revolución del siglo XXI. El hombre que quiere devolverle a la misión y carácter de la Iglesia, esa dimensión grandiosamente  humilde que tuvo en su versión original, y que se fue perdiendo, entre escándalos y ambiciones.

Vendrá ese  hombre que no teme  llamar las cosas por su nombre, ni se intimida  a la hora de censurar abusos, marginación y  derroche. El hombre que ha logrado que muchos vuelvan los ojos a ese Dios posible y misericordioso, que está más ocupado en acoger y perdonar, que en recriminar y excluir.

Me emociona que el Papa Francisco venga en esta etapa de país, cuando debemos aprender nuevos y sinceros códigos de tolerancia y convivencia.  

Un país donde  pasan resurrecciones como la escuela "Las Mercedes", en el Caquetá,  reconstruida gracias al trabajo conjunto de la ACR (con desmovilizados de las autodefensas y las Farc), la Fuerza Aérea de Colombia, y Direct TV (empresa privada). Señores escépticos: ¡Sí está siendo posible!

Pero en simultánea nacional duele que en ese mismo país no se ejerza  una democracia limpia, comprometida con  el desarrollo equitativo de la sociedad.

Si la guerra es un mal mayor, la democracia apoyada en trampas, y el desfile de elefantes vestidos con el traje del emperador, no resultan menos graves para un pueblo que empieza a hacer enormes esfuerzos por reinventarse,  en una reveladora cultura de paz.

Los altos contendores de la política se agreden como fieras. Cuando quieren desacreditarse mutuamente no se comparan en función de logros y fortalezas que beneficien al pueblo, sino en función de saqueos y engaños que nos condenan a un crónico tercermundismo.

Ése no puede ser el régimen ni la forma de relacionarnos con lo público;  la corrupción,  el insulto inepto y el descrédito irresponsable, se volvieron los frailejones de la política nacional. 

En este punto y hora de nuestras vidas, deberíamos estar pensando cómo manejar los próximos 50 o 100 años de Colombia. Nosotros -tan tristemente entrenados en las nefastas artes de la guerra, y tan inexpertos en las artes de la paz- deberíamos tener disponibles las 24 horas del día para pensar, sentir y trabajar en función de un nuevo país,  viable e incluyente. Pero resulta que debemos destinar nuestro cerebro despierto, a presenciar cómo se cruzan, se eliminan o retroalimentan triunfadores y tramposos, corruptos y conspicuos, ladinos y descarados.

Sería fascinante que cuando el hombre con mayor ascendencia del mundo llegue a Colombia, encontrara un país que fue capaz de vencer la guerra; una sociedad que un día -ya hastiada- decidió no cohonestar más con la deshonestidad; y unos gobernantes en vía de comprender que no es válido el poder que se gana perdiendo la conciencia.

Tal vez sea mucho pedir, pero acordémonos que hace apenas unos meses, el fin del conflicto armado parecía una utopía. Y viéndolo bien, las grandes fuerzas positivas que mueven a la humanidad ¿No fueron todas ellas en un principio, utopías tejidas en el espíritu de quienes no quisieron resignarse?

ariasgloria@hotmail.com