Corrupción al son de la samba | El Nuevo Siglo
Sábado, 25 de Marzo de 2017

El llamado ‘socialismo del siglo XXI’, bajo la férrea jefatura de Luiz Inacio Lula da Silva no se contentó en sus tiempos con capturar el poder en Brasil, sino que promovió la cumbre de la izquierda populista en Sao Paulo, que contó con la presencia de Fidel Castro y Hugo Chávez para proclamar el combate a las ‘oligarquías’ en la región. Se trataba de llegar al poder por medio de elecciones y aprovechar todos los recursos y garantías del sistema democrático tradicional para tomarse, uno por uno, los gobiernos latinoamericanos. La estratega no era insistir en la vieja prédica del marxismo-leninismo, ni tampoco plantear de entrada la lucha de clases. En realidad lo que se buscaba era desprestigiar a los partidos tradicionales y las clases dirigentes magnificando los casos de corrupción, hasta convencer a los pueblos de que todos los políticos del establecimiento eran corruptos o estaban al servicio de los dueños del dinero.

En el caso brasileño, ese neo-socialismo dispuso, entonces, que se hicieran campañas de propaganda, particularmente entre la juventud, insistiendo en la pulcritud de los jefes de izquierda, como Lula, mostrado como una especie de arcángel del populismo, de extracción popular y que llegaría al poder cabalgando en una pulcritud diamantina para hacer los grandes cambios que reclamaba la sociedad y convertir al gigante suramericano en la potencia que siempre había soñado. La propaganda resultó tan convincente que la imagen de un Lula incorruptible lo llevó a la reelección y luego a asegurarse el continuismo a través de Dilma Rousseff, su señalada sucesora. Una elección bastante arriesgada pues ella había presidido la junta de la estatal petrolera Petrobras e impuesto a sus directivos durante el gobierno de Lula. Directivos que luego terminaron todos involucrados en el mayor escándalo de corrupción en la historia de ese país, conocido popularmente como Lava Jato, y que tenía como protagonista principal al poderoso consorcio Odebrecht, hoy en el ojo del huracán al admitir una operación  multinacional de sobornos en muchos países para hacerse con contratos de obras públicas.

De allí que no fuera sorpresa que en los mandatos de Rousseff uno a uno fueran cayendo ministros y altos funcionarios por estar incursos en gravísimos delitos contra el Estado y las finanzas públicas. Aunque la mandataria siempre insistió en que no sabía nada de esos ilícitos y que todo había ocurrió a sus espaldas, en cuestión de poco tiempo se credibilidad y margen de gobernabilidad se vinieron al piso.

Paradójicamente los brasileños presenciaron, estupefactos, cómo los términos de la revolución del ‘socialismo del siglo XXI’ se habían invertido: no se trataba ahora de repartir la riqueza entre los pobres, sino de enriquecer a los jefes socialistas con la plata de los pobres, acudiendo para ello a exprimir los fondos públicos y quedarse con los recursos de la bonanza petrolera.

En el entretanto, Lula se movilizaba como especie de embajador volante, promoviendo negocios en todas partes, en especial del grupo económico presidido por su amigo, Marcelo Odebrecht.

Sin embargo, toda esa estantería de corrupción y clientelismo político se vino abajo con la operación Lava Jato. El propio líder del consorcio empresarial fue preso y condenado, tras lo cual empezó a negociar con las autoridades para conseguir rebajas a cambio de delatar a todos sus cómplices. Hoy por hoy las delaciones de Odebrecht evidencian que Lula y su gobierno estaban  implicados de lleno en los negocios turbios que se hicieron para comprar votos y enriquecer a los jefes del Partido de los Trabajadores. No sólo se crearon bancos y se hicieron grandes inversiones privadas con los dineros mal habidos, sino que también se manipuló el sistema electoral, las encuestas y la propia legislación para tratar de ocultar los entuertos.

Las confesiones del empresario Marcelo Odebrecht sobre la complicidad de Lula y su sucesora con los negocios de su empresa no causan hoy ya mayor sorpresa ¿La razón? Esos negociados eran de tal magnitud que no se podían hacer sin la complicidad necesaria de la jefatura de Estado de turno.

Ahora los que estarían en la mira son algunos de los ministros y altos funcionarios del gobierno del presidente Michel Temer. Nada extraño porque no hay que olvidar que este era el segundo a bordo a Rousseff y asumió el poder cuando ella fue destituida.

Lo que se evidencia, entonces, es que en Brasil se creó una conjura entre la izquierda populista y el capitalismo desaforado. Una conjura con beneficios tan espurios como mutuos a cuyos implicados les está llegando la hora de pagar, ya sea saliendo por la puerta de atrás del poder, sin prestigio alguno, o simple y llanamente tras las rejas. Un entierro de tercera al ‘socialismo del siglo XXI’.