¿Quién era Joseph Haydn? | El Nuevo Siglo
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Domingo, 18 de Febrero de 2018
Antonio Espinosa Holguín
EL NUEVO SIGLO presenta la segunda entrega de la serie “grandes compositores”. Se trata de la historia del austríaco que estableció casi por cuenta propia los parámetros tanto de la sinfonía como del cuarteto de cuerdas, dos de los géneros instrumentales más importantes de la música clásica
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POCAS CARRERAS en la historia de la música clásica han sido tan directamente forjadas por una relación de patronazgo como la de Franz Joseph Haydn (1732-1809). Nacido en una familia de clase media en el pequeño pueblo de Rohrau, en la frontera entre Austria y Hungría, su padre lo introdujo en la música a través de su amor por la música folclórica, la cual cantaba e interpretaba en el arpa, de manera autodidacta. Sus padres, notando su precoz talento,  envían a Haydn con tan solo seis años a vivir con un pariente en la ciudad de Hainburg, para que comience allá su educación musical formalmente. Un año después se uniría al coro de niños de la Catedral de San Esteban en Viena, donde completaría su formación.

 

Una vez su cambio de voz lo hubo obligado a salir del coro, Haydn trabajó como músico independiente en Viena durante varios años, dando clases y comenzando su carrera como compositor en el campo de la ópera. Pronto se volcó hacia la música de cámara, en particular los cuartetos de cuerda, y éstos le ganaron una reputación suficiente como para ser contratado frecuentemente por varios de los condes y duques melómanos del Imperio austrohúngaro. A sus 28 años consiguió su primer trabajo de tiempo completo, como Kapellmeister para el Conde Morzin. En esta época el término Kapellmeister ya no significaba lo mismo que en la de J.S. Bach, y su traducción literal, “maestro de capilla,” nos deja sin algo del contexto. Era algo más similar a un director musical, en este caso director musical de la casa condal. Cuatro años después obtendría el puesto que ocuparía durante casi tres décadas completas, Kapellmeister para el Príncipe Paul Anton de la familia Esterházy.

Haydn tenía una amplia gama de responsabilidades en su posición como Kapellmeister en el palacio de Esterháza: como compositor para ocasiones laicas y sacras, como director de orquesta, como intérprete de música de cámara y como profesor de música para los jóvenes Esterházy. Sin embargo, estas responsabilidades venían muchas veces de la mano con oportunidades únicas, y lujos que incluso hoy en día serían excepcionales para cualquier músico. Tenía acceso diario a la orquesta del palacio, la cual estaba a su disposición constante para interpretar la música que él quisiera, lo cual le permitió desarrollar un manejo excepcional del formato orquestal y de la orquesta como instrumento, el cual se ve desplegado en su enorme catálogo sinfónico. Tanto el Príncipe Paul Anton como su sucesor Nikolaus eran amantes de la música, y gozaban con los experimentos y exploraciones de Haydn, permitiéndole que compusiera con total libertad para cualquier encargo que se le hiciera. El arduo ritmo de composición lo convirtió en un verdadero maestro de su oficio, y lo llevó a generar muchas de las fórmulas estructurales que terminarían por convertirse en innovaciones formales esenciales del período clásico, al cual representa junto a Mozart y Beethoven; un proceso similar al de Antonio Vivaldi en el siglo anterior.

En 1779 Haydn logró renegociar su contrato con los Esterházy, reteniendo ahora los derechos de publicación sobre sus composiciones. Fue así como Haydn logró sumar a las ventajas de su posición como empleado de una familia noble la libertad que tendría un músico independiente, una combinación absolutamente ideal, totalmente exótica en ese momento. Comenzó a publicar sinfonías y cuartetos de cuerda en grandes cantidades, siendo éstas algunas de las obras por las que más se le conoce hoy en día, y a recibir encargos desde el extranjero por parte de personas que habían escuchado su música en visitas a los palacios de los Esterházy, como el Conde d’Ogny en Francia, o Don José Sáenz de Santa María, en España.

Estos encargos y publicaciones internacionales trajeron gran fama y reconocimiento a Haydn, quien a pesar de seguir nominalmente empleado por los Esterházy, se convirtió durante un largo período en el compositor más célebre de Europa. Una anécdota comúnmente contada que, verídica o no, nos demuestra el tamaño de su fama, dice que cuando Napoleón tomó Viena, en la senectud de Haydn, impidió que sus tropas entraran a la casa del compositor, diciendo: “aquí vive un gran hombre.”

Tras largos años teniendo como residencia principal el remoto palacio campestre de Esterháza, y aunque según sus propias palabras este aislamiento lo “obligó a ser original,” a Haydn le urgía viajar a Viena y las otras capitales europeas, tanto para visitar a su creciente grupo de amigos, patronos músicos y melómanos, como para mantenerse al tanto del desarrollo de la música europea. Uno de estos nuevos amigos era el joven Wolfgang Amadeus Mozart, cuyo talento Haydn admiraba enormemente. Fue en gran parte el reconocimiento de Haydn lo que le abrió las puertas de Viena al joven Mozart cuando éste perdió su atractivo de niño prodigio. Eventualmente Nikolaus murió en 1790, y el menor interés musical de su sucesor le permitió a Haydn viajar con mayor frecuencia.

De gran importancia para su carrera fueron una serie de viajes que hizo a Londres, donde su música ya era inmensamente popular. Para Londres compuso sus últimas once sinfonías, conocidas conjuntamente como “Sinfonías de Londres,” quizás el testimonio más grande a su maestría de la orquesta y de la forma sinfónica en la cual dejaría su marca indeleble, obtenidas a través de décadas de trabajo meticuloso en el laboratorio único que era su orquesta en Esterháza. Volvió a Austria convertido en un héroe, y se instaló en Viena, pasando a trabajar con los Esterházy únicamente en ciertas épocas del año.

Pasó sus últimos años en Viena gozando de su fama, utilizándola entre otras cosas para promover a jóvenes músicos prometedores, como un tal Ludwig Van Beethoven, quien fue durante algún tiempo su alumno.

La marca de Haydn sobre la música occidental es inconfundible. Estableció casi por cuenta propia los parámetros tanto de la sinfonía como del cuarteto de cuerdas, dos de los géneros instrumentales más importantes de dicha tradición, además de legarnos un catálogo enorme de obras bellísimas que aún hoy resaltan en el repertorio por su claridad y ligereza. Es difícil saber si Haydn hubiese podido llegar a tal punto en el perfeccionamiento de su oficio de no haber contado con las libertades, excepcionales para un músico en su época, y los recursos, casi impensables para un músico en cualquier época, con las que contaba en el palacio de Esterháza, laboratorio con el cual la música occidental estará siempre en deuda.