Bobolucionarios | El Nuevo Siglo
Martes, 20 de Febrero de 2018

Bogotá volvió a vivir durante la semana pasada los bloqueos al sistema de Transmilenio, atentados contra sus buses e incluso contra sus pasajeros por cuenta de un aterrorizante encapuchado que recogió una granada de gas lacrimógeno para lanzarla al interior de un articulado atestado de gente.

Los bloqueos, pedreas y tumultos siempre son presentados como actos espontáneos de usuarios que de pronto se enojan por el mal servicio, por las tarifas, por la congestión o por la demora inusual de la frecuencia de alguna ruta. Contra toda evidencia es lo que informan los medios, obviando indicios tan preocupantes como el de individuos que en medio de la protesta “espontánea” aparecen con megáfonos para arengar a la multitud y con el respaldo armado de verdaderos escuadrones de encapuchados bien provisto de guijarros y proyectiles de todo tipo.

Es claro que hay una evidente operación político-militar alrededor de los bloqueos de Transmilenio. Y que lo que menos le importa a los organizadores de esas verdaderas asonadas en contra del sistema de transporte masivo es la calidad del servicio, la sostenibilidad económica del sistema o la eficiencia y razonabilidad de frecuencias y rutas. Lo único que verdaderamente les interesa es crear un ambiente hostil contra el alcalde de turno al que le toque soportar las tales protestas.

Peñalosa es la víctima de hoy, pero a Petro también le organizaron sus protestas, respecto de las cuales el Moir debería explicar si tuvo algo que ver con ellas. Ese espectáculo en tiempos de Petro de niños y niñas con uniforme de los colegios distritales saltando en los techos de los buses, no tuvo nada de espontáneo ni de útil.

Y es que en ese punto exactamente es donde radica la bobada de todos esos “revolucionarios” del transporte masivo. Es cierto que el sistema tiene problemas: financieros, la mayor parte de ellos a causa de decisiones tarifarias equivocadas, contratos leoninos con particulares o vandalismo contra el sistema,  de racionalidad de las rutas, de obsolescencia del equipamento, de inseguridad y de paralización de las obras civiles para nuevas troncales, pero nada de ello va a arreglarse con esa costumbre tan de la izquierda revolucionaria nacional de destruir lo poco que funciona para protestar porque podría funcionar mejor.

 

Le haría bastante bien a la sociedad, empezando por los propios usuarios del sistema, si deja de legitimar ese tipo de vandalismo tratándolo tan bondadosamente. Esos “capuchos” que aparecen en cada manifestación de la izquierda a destruir el patrimonio público y algunas veces el privado no deberían ser tolerados como si fueran simples chiquillos haciendo una travesura infantil. Son verdaderos gérmenes de ese mismo terrorista que fue desde Bogotá a poner una bomba en una estación de Policía de Barranquilla.

Si ponemos el grito en el cielo cada vez que en una manifestación de la derecha aparecen individuos con camisetas de “no a la restitución de tierras” o con camisas negras o simplemente alias “Popeye”, debemos hacer lo mismo cuando en el otro espectro ideológico aparecen sus “capuchos”.

En una democracia, ni los unos ni los otros son unos angelitos, como diría el reconocido jefe de uno de los bandos.   

@Quinternatte