Siria, barbarie sin límite | El Nuevo Siglo
Sábado, 11 de Febrero de 2017

Las noticias recurrentes sobre los horrores de la guerra civil en Siria no se detienen. La esperanza de que con la intervención de las grandes potencias, el conflicto morigerara ya no existe. A cada tanto se informa de matanzas sin cuartel, sangrientos ataques terroristas así como de hospitales y civiles que han sido objeto de bombardeos por cuenta de los bandos internos enfrentados o de los aviones de la coalición internacional. A ello se suma que se reconoce de manera oficial  que más de 11 millones de habitantes han debido abandonar despavoridos la nación, dado que sus viviendas, poblados y todo entorno han sido arrasados por la guerra. En tanto, el resto de habitantes permanece en el país bajo sufriendo la peor catástrofe humanitaria de la última década. La zozobra es el día a día y las muertes aumentan ante la mirada impotente del resto de la humanidad.

Siria ha sido la cuna de antiguas civilizaciones en las que la cultura brilló con luz propia. Su legado histórico es invaluable. Lamentablemente el país, a lo largo de los siglos, no ha conocido la verdadera democracia. En esas regiones, desde los tiempos en los cuales la primigenia democracia se establecía en Atenas, se prefería seguir al caudillo que hacía la guerra y gobernaba con mano dura a su pueblo, asesorado por los jefes religiosos. ´

Ya en tiempos recientes, en Siria convivían, aún bajo el gobierno de Bashar  al-Asad, diversas religiones y fue uno de los primeros lugares del planeta en los que se sembró la semilla del cristianismo, creando un crisol en que coexistían distintas confesiones, antiguas y modernas. El espíritu religioso del pueblo sirio es reconocido por todos los que estudian y conocen su devenir histórico. Sin embargo, todos esos trascendentales antecedentes culturales no han podido evitar que el país sea escenario hoy de una de las peores matanzas de todos los tiempos, una tragedia humanitaria que avergüenza a la humanidad.

El conflicto interno derivó en una confrontación fratricida, una lucha que no tiene objetivo distinto a aniquilar al otro. El régimen de Bashar Al-Asad acusa a las fuerzas rebeldes de recurrir al terrorismo e incluso hacer una alianza con las facciones del ‘Estado Islámico’ para tratar de derrumbar el gobierno. Y los alzados en armas, a su turno, advierten que las fuerzas oficialistas utilizan todo el poder bélico y la estrategia de tierra arrasada para reprimir a la oposición y mantenerse en el poder. La intervención de las potencias occidentales y de Rusia, aunque se hizo con la mira puesta en derrotar al ‘Estado islámico’, ha terminado por tornarse en un factor más de la guerra interna.

La guerra ya no tiene límite alguno. Hay una lucha sin cuartel en todas las zonas de influencia de cada bando. Muchas ciudades sirias hoy se encuentran en ruinas, con millares  de edificios civiles y oficiales consumidos por las llamas y los bombardeos.

La barbarie se tomó la confrontación y la crueldad y sevicia imperan. Por ejemplo, Amnistía Internacional denunció esta semana que el gobierno sirio habría ahorcado en secreto no menos de 13 mil personas en los últimos cinco años en una cárcel cercana a Damasco, como parte de una "política de exterminio". Las víctimas serían en su mayoría civiles que se oponían al gobierno de Bashar al-Asad.

Semejante noticia, que recuerda la barbarie nazi del siglo pasado, impactó al mundo pero no generó la reacción internacional que se esperaba ante una catástrofe humanitaria de esta magnitud.

Pareciera que el planeta se resignara a que gran parte de Siria esté destruida y plagada de cadáveres insepultos o de fosas comunes. Semejante mortandad apenas si es comparable a los peores horrores que sufrió la humanidad durante la II Guerra Mundial.

Los intentos de tregua se rompen uno tras otro y ambos bandos se acusan de violar los pactos y lanzar ofensivas excusándose en que los blancos eran del ‘Estado islámico’, que ya ha perdido muchos de sus cabecillas, enclaves territoriales y pie de fuerza. Sin embargo, no por ello el nivel del conflicto bélico disminuye y, por el contrario, cada día cobra más víctimas. Todo ello mientras la ONU y la comunidad internacional, así como el pulso geopolítico de las grandes potencias, presencian la forma en que un país y sus millones de habitantes se hunden en el peor de los infiernos.