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Lunes, 20 de Febrero de 2017

Desalienta ver cómo este gobierno, a pesar de tener los índices más bajos de popularidad de la historia, de haber perdido el plebiscito sobre sus acuerdos con las Farc y de haber engañado a los representantes del No prometiéndoles que renegociaría su impopular acuerdo, asegurando que lo acordado con la guerrilla no sería incorporado al bloque de constitucionalidad, siga haciendo lo contrario y continúe dándoles premios y ventajas a tan sanguinarios terroristas.

Lo último ha sido su nueva propuesta de reforma constitucional, que pretende aprobar por la llamada vía rápida, en la que anuncia: aumentar a cinco años el periodo presidencial, eliminar la figura del Vicepresidente, acabar con el voto preferente, financiar por el Estado el cien por ciento de las campañas electorales y bajar a 16 años la edad para votar.

Está claro que una reforma como esta no es propia de un gobierno que termina, usualmente batallas de opinión como esta se da al inicio de cada mandato,  cuando todavía se goza de la luna de miel con el electorado. Por tanto, podemos suponer que sólo se pretende seguir  complaciendo a ese escaso grupo, que apenas suma  un poco más de  seis mil alzados en armas.  

Día tras día nos damos cuenta que más allá de lo escrito en el farragoso documento firmado en el teatro Colon, el débil equipo de negociadores se comprometió con otras tantas dádivas que  asegurarán su tránsito impune a la vida política y ciudadana, asegurándoles también ventajas para su posicionamiento como partido político con posibilidades ciertas de éxito.

De todas las medidas que el Gobierno ahora solicita, la que más beneficiaria  al grupo terrorista seria la rebaja a en la edad para votar.

Todos sabemos que mientras más joven  se es, el pensamiento tiende a inclinarse a la utopía y que a esa temprana  edad se sueña con ideales socialistas.

Basta recordar como recientemente en EE.UU. el grueso de los electores que Bernie Sanders  conquistó provenían de ese grupo poblacional. En España, el Partido Podemos, de rápido crecimiento parlamentario se nutre del voto juvenil, aunque nunca las leyes allí permiten el voto por debajo de los 18 años.

Conociendo tales preferencias, el Presidente Santos suma otra gabela a al ya largo rosario de ventajas  ofrecidas a tan implacables terroristas, sin que ellos hayan hecho mérito alguno para merecerlas.

Lo increíble es que las dádivas no cesen,  justo ahora cuando todos no hemos percatado que de los seis mil y tantos bandoleros desmovilizados sólo menos de mil eran verdaderos dirigentes con claridad política sobre sus actos, los demás solo fueron  una montonera de niños,  llevados a la fuerza para engrosar sus tropas, que adelantaron ciegos sus atrocidades. Muchos todavía son menores de  quince años.

Por ser verdaderamente inconveniente, todos debemos  evitar que esta reforma se discuta y apruebe por la vía rápida. Su discusión debe darse en los tiempos previstos para las reformas constitucionales ordinarias, es decir en ocho debates distintos durante dos periodos legislativos distintos. Paremos ese mal engendro.