Rusia pone de nuevo en aprietos al presidente Donald Trump | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Miércoles, 15 de Febrero de 2017
Pablo Uribe Ruan @UribeRuan

Desde junio del año pasado, Vladimir Putin, presidente ruso, puso los ojos en Washington, en una obstinada obsesión por la política estadounidense. Un tiempo después, al concluirse el primer mes de Donald Trump en la Casa Blanca, sus intenciones cobraron la primera cabeza: el general Michael Flynn. 

Flynn, uno de los espadachines de Trump durante la campaña y hasta ayer consejero de Seguridad nacional, se vio envuelto en un escándalo por sus controvertidas conversaciones con el embajador ruso, Kyliak, en diciembre. Ese mes el gobierno saliente de Obama le había impuesto drásticas sanciones a Rusia por su intromisión en la campaña presidencial -especialmente, en el Comité Demócrata- y la persecución de funcionarios, empresarios y periodistas norteamericanos por parte del Kremlin. 

Estas acusaciones al principio de la semana parecían un rumor más, de los muchos que rodean a Trump y su equipo. Con el paso de los días, la situación empezó a tornarse compleja. Luego de recibir al mandatario de Japón, Shinzo Abe, en su mansión de Mar-a-Lago, en Florida, el presidente de Estados Unidos se refugió con sus asesores, no trinó por redes sociales y dio pocas declaraciones. Un intenso silencio cobijó su fin de semana, consternado por el primer escándalo de su administración. 

La decisión de echar (get rid off) a Flynn no le fue fácil; aunque finalmente no la tuvo que tomar. Rodeado de decenas de asesores e instado por los líderes republicanos, Trump no le quedó ninguna duda de que uno de sus funcionarios más cercanos había mentido: Flynn habló con el embajador antes de posesionarse pero no le dijo ni a él y, sobre todo, a Pence, su vicepresidente, sobre su charla con el embajador ruso. 

Entonces, se le vino abajo la imagen que tenía de su asesor de seguridad, a quien el presidente valoraba por su lealtad. De lejos, Flynn había sido uno de sus fieles escuderos en la dura campaña de 2016. Además, era un hombre firme, leal y certero. “A Trump le gustaba la manera como le hablaba”, dice el portal El Político. Era creíble, tal vez, en demasía. 

Aunque para el Presidente no fue necesario encontrarse con su asesor y decirle que no quería contar más con sus servicios. El mismo Flynn, ante la gravedad de las acusaciones -el FBI lo está investigando- , presentó su carta de renuncia, tras ser objeto de una enorme polémica que culminó, en parte, la noche del lunes. 

En realidad, la renuncia fue inducida. Sean Spicer, portavoz de la Casa Blanca, ayer explicó que “la confianza se había erosionado al punto que el presidente sintió que debía hacer un cambio” y, por ello, “pidió su renuncia”. Recalcó que a Trump especialmente le preocupó que le ocultara información al vicepresidente Pence. 

Confusión 

La heterodoxa manera de manejar los temas parece llegar a su fin. Tras el escándalo de Flynn, Trump ha mostrado que, por más que intente imponer un nuevo estilo de gobierno en Washington, las viejas reglas de la política todavía se aplican. Como si, tras chocarse con la realidad, aterrizara al plano de lo qué es y cómo se hace la política en Norteamérica. 

La salida del asesor de seguridad, sin embargo, no significa solamente una lección para Trump. La confusión, tan poco habitual en las instituciones norteamericanas, ha vuelto surgir, tras conocerse que uno de los hombres encargados de los asuntos internacionales y miembro del Consejo de Seguridad Nacional, tenía línea directa con un viejo enemigo: Rusia.

Rusia, un inefable país para los estadounidenses, viene ganando por mucho la partida. En los primeros días del gobierno Trump,  se creyó que Moscú se convertiría en un aliado de Washington. Al paso de los días, esta visión ha cambiado. Si bien no es el enemigo que solía ser durante la administración Obama, tampoco está siendo su aliado, convirtiéndose en un incómodo intruso que día tras día genera polémica. 

El fiscal general Sally Q., de Estados Unidos, afirmó que el contacto directo entre Flynn y Rusia hacía vulnerable a Washington, que quedaba en una situación propensa al chantaje, según The Washington Post. Este tipo  de relación desigual tendría repercusiones directas sobre las sanciones impuestas por Obama en diciembre, beneficiando a Rusia. 

Al parecer, Flynn le dijo a Kislyak, tras las sanciones, que reaccionara con prudencia y tranquilidad, ya que al momento en que llegara el gobierno Trump era muy probable que estas medidas se derogaran. En efecto, así fue como Rusia manejó el asunto: con pinzas. Sabiendo que el nuevo presidente de Estados Unidos iba criticar aquella decisión. 

Pero Trump también se ha dado cuenta de una cosa: es vulnerable. Su invencible figura parece estar rodeada de las leyes del espionaje y el secretismo. Al igual que como le pasó con uno de sus asesores de campaña, Sam Numberg, quien rompió un acuerdo de confidencialidad, le está ocurriendo con su equipo de gobierno. Muchos que están detrás suyo filtran información o rompen protocolos, como Flynn. Habría que preguntarse: ¿cuál es el interés de este por Rusia? 

Reemplazo 

No puede pasar un solo minuto sin que Trump, y cualquier presidente de Estados Unidos, esté sin sus asesores. Por eso, tan pronto renunció Flynn, el mandatario nombró a Keith Kellogg, quien fungirá como asesor de seguridad. Pero este lo hará de manera provisional. 

En Washington suenan dos nombres como favoritos. Según la revista TIME, la opción más fuerte es la de David Petraeus, exdirector de la CIA y general retirado de cuatro estrellas que en 2010 protagonizó un escándalo al pasarle información privilegiada a su amante que escribía su biografía. Con menos posibilidades, el otro candidato es Robert Haward, un excomandante que le sirvió a George W. Bush. 

Trump, por primera vez, se le ve angustiado. No es la misma angustia que lo invadió cuando Hillary Clinton le sacó casi 15 puntos en las elecciones presidenciales. Esta vez, parece darse cuenta que ser presidente de Estados Unidos no es tan sencillo y que la deslealtad no sólo es una cuestión de la empresa privada. En Washington está presente por montones.