Ramsés Ruiz, faraón de una tarde melancólica | El Nuevo Siglo
Foto Andrés Rivera
Lunes, 20 de Febrero de 2017
Andrés Rivera

El ambiente festivo que suele acompañar una tarde de toros se ausentó. Y se ausentó porque horas antes del último festejo de la temporada, a pocas cuadras del escenario taurino bogotano, una bomba explotó, dejando como saldo varios policías y civiles heridos.

 

A pesar de esto, como el toro bravo, cerca de 3.000 aficionados acudieron para llenar un tercio de la plaza. Estos, al iniciar la tarde, ondearon pañuelos blancos como forma pacífica de protesta. Si bien es incierto el origen del atentado, y aunque las autoridades han manifestado que el atentado iba dirigido a la Fuerza Pública, las coincidencias hicieron pensar a los presentes era una afrenta más, como la vivida el 22 de enero, por parte de los opositores a la fiesta brava. La terna colombiana, fuertemente conmovida, realizó el paseíllo desmonterada.

 

El más veterano de la terna, el cucuteño Sebastián Vargas, brindó el primer toro de la tarde a la Policía nacional. ‘Buena vida’ era el nombre de ese hermoso castaño requemado en verdugo ojo de perdiz. El mismo matador realizó el tercio de banderillas, que resultó pura voluntad, pero no lució ni emocionó, aunque el último par fue al violín. Al final, toro y torero dieron la vuelta al ruedo, el primero por decisión del presidente como respuesta a la petición de oreja para el segundo.

 

Vargas, torero curtido en toda la provincia colombiana, contó con mejor suerte en su segundo, cuarto de la tarde, pues el usía le otorgó un trofeo tras una faena principalmente por la derecha y una estocada certera. La primera oreja es del público, y el palco consideró que fue mayoritaria la petición de los aficionados.

 

Por su lado, Cristóbal Pardo no se encontró. La falta de química entre toro y torero fue evidente con su segundo, ‘Zagal’, un toro aplaudido de salida por su gran presentación. Al matador caldense se le notó incómodo, sin acoplarse, sin templar lo suficiente y dar un toque final para que el toro no protestara. Al final, silencio.

 

El refrán de “no hay quinto malo” esta vez no se cumplió. El toro, de gran presentación -como lo fue toda la corrida- se rajó muy pronto. Y a pesar de haber ligado algunas tandas, la tarde de Cristóbal terminó en poco. Dos avisos en su segundo y una faena sin grandes emociones.

 

En una tarde melancólica como la del domingo 19 de febrero solo una actuación que rompiera el molde podría poner fin a una temporada bastante accidentada -no por lo taurino sino por el entorno político y social que se tejió en torno a ella-. Ramsés Ruiz, bogotano, querido en la plaza que hacia 1928 construyó Ignacio Sanz de Santamaría, rememoró esa puerta grande en el 2006, precisamente un 19 de febrero.

 

Aunque en el primero de su lote Ramsés tuvo que lidiar con el más complicado del encierro, sus ganas quedaron en evidencia cuando lo recibió con una larga cambiada de rodillas. Por más que lo intentó, no había materia prima para triunfar. Silencio y desilusión para el matador fue el resultado.

 

Sin embargo, fue con el sexto, último toro de la temporada, que Ramsés se erigió como un faraón para poner un toque de alegría a una tarde lacónica por la tragedia que rodeó el preludio de lo que se suponía una fiesta.

 

Con total disposición, tandas largas, profundas, tanto por derecha como por naturales; con los banderilleros Santana y Garrido recibiendo una ovación de pie, y una estocada efectiva en buen sitio, fueron motivo suficiente para que la presidencia premiara con dos orejas al diestro capitalino, quien salió a hombros por la puerta grande de La Santamaría, poniendo fin por todo lo alto a la ‘Temporada de la Libertad’.

 

 

Ficha:

Toros de la ganadería de Santa Bárbara para:

Sebastián Vargas: Vuelta al ruedo y oreja.

Cristóbal Pardo: Silencio y silencio tras dos avisos.

Ramsés: Silencio y dos orejas.