Pulsos ante las atrocidades | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Febrero de 2017

Cooperaci[on, más cooperación y más colaboración, es lo que nos da fuerza para poder ingerir los días sin caer en el desconsuelo. Sin duda, ahí radica la mejor prueba de socialización, de avance humanista de la especie. Para todo nos hace falta tesón y esfuerzo, sin obviar que en solitario tampoco se consigue nada, es menester que la contribución de cada ser humano se intensifique, mayormente para prevenir y resolver los conflictos violentos que impulsan los sembradores del terror. Únicamente, desde la concurrencia de pulsos, se pueden reconstruir caminos de concordia, enhebrar horizontes limpios, oxigenar el planeta, engrandecer la vida de todos y de cada uno de nosotros. Tenemos que ir unidos, sin desfallecer, sólo así renacerá una humanidad más armónica, menos interesada, más solidaria y auténtica. A propósito, resulta alentador que, con ocasión del quinientos aniversario de la Reforma, protestantes y católicos acepten la conmemoración conjunta de los acontecimientos históricos del pasado, como una oportunidad para refundirse en las ideas. Esas conjunciones de pensamientos diversos, pero no distantes, nos invitan a ser más comprensivos.

Es verdad que la humanidad ha ido avanzando en sus conquistas científicas y tecnológicas, hasta globalizarnos, pero no hemos sabido aún conciliar esfuerzos y alimentar uniones. Cada país tiene o tendrá necesidad de los demás. Por desdicha, andamos como muy divididos, con el corazón herido, por falta de consideración de unos para con otros, levantando muros en vez de abrir fronteras. Nos urge calmar inútiles y absurdos frentes que lo único que vierten son riadas de angustia y dolor. Quizás debiéramos pensar más en la política de puertas abiertas. Ojalá, en un futuro próximo, la ciudadanía active una cultura más del alma, de la trascendencia, de los valores del espíritu en definitiva. Será un buen modo de asegurar el sosiego y de activar la paz en los corazones. Lo cierto es que cada día son muchos más los ciudadanos que necesitan ayuda humanitaria. Es el efecto de la pérdida de humanidad, de la falta de conciencia sustentada en sólidas leyes morales. Verdaderamente, ahora caminamos sin apenas sentirnos humanos, como muy multiplicados en pugnas, en batallas inútiles, sin tiempo alguno para la reflexión y el diálogo, para la escucha y la mano tendida. Lo que si resulta preocupante son las incesantes violaciones de derechos humanos perpetradas a nivel mundial contra cualquier persona. Esto debería aminorarse y ver la manera de entenderse, mediante la apertura de la mente y el corazón.

No hay otra manera de avanzar humanamente que ayudarse, como agentes de libertad y de justicia, a continuar hermanados para superar las barreras y los conflictos. El mayor regalo que nos podemos dar es no tener recelo a la concurrencia de latidos. ¡No hay que tener miedo a amar!. Aunque el desafío sea un compromiso, con el riesgo de que se aprovechen de uno, vale la pena la apuesta, el reto de la comunión, pues también las tragedias de la vida nos refuerzan el entusiasmo por vivir y nos endurecen para soportar la carga. No es fácil esa afluencia de latidos en un ambiente que debilita todo lazo social, que abandona a los débiles, que aviva las desigualdades y el egocentrismo.

Al mismo tiempo, es evidente que tampoco las corruptas situaciones actuales, donde la ética apenas cuenta en muchos labios de poder, son capaces de generar vínculos auténticos de hermanamiento. Pero aun así, no podemos perder la esperanza por muchas que sean las adversidades. En este sentido, nos ha dejado un buen sabor de boca saber que durante los últimos veinte años, más de cien mil  niños soldados han salido del control de las fuerzas de seguridad y grupos armados, gracias a la acción conjugada y conjunta de Naciones Unidas, los Gobiernos y la sociedad civil. ¡Bravo por ello!. Confluyamos con el corazón, es nuestro germen de coexistencia. Algo es todo.

*Escritor

corcoba@telefonica.net