La tregua | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Febrero de 2017

En menos de un mes, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha entrado en disputa con propios y ajenos, con una intensidad que no por previsible, deja de ser abrumadora.  En materia de política exterior Trump arremetió contra México; tensionó las cuerdas con China; enturbió la relación con los europeos; amagó con trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén; cortó abruptamente una conversación con el Primer Ministro australiano; y tiene todavía en vilo a los países bálticos -que no saben si confiar o no en el respaldo de su aliado norteamericano cuando llegue el momento crucial de enfrentar una Rusia revanchista.
Con la excepción de México (que intenta, entre desconcertado y precavido, hallar la fórmula para lidiar con el otra vez incómodo vecino), Latinoamérica disfruta por ahora el privilegio de la irrelevancia.  (Sorprende, eso sí, el silencio que ha guardado la administración Trump sobre Cuba... O tal vez no debería...).  También Colombia se beneficia del desinterés del nuevo gobierno estadounidense.  Habrá quien lo atribuya al hecho de ser su “mejor” “aliado” en la región.  (Las comillas nunca fueron tan intencionales).  Como el embajador Pinzón, que rebosante de emoción celebró por Twitter (sin ningún acierto diplomático) la nominación del entonces senador Jeff Sessions al cargo de Fiscal General, al tiempo que lo consagraba “gran amigo de Colombia”.
Pero ¿hasta cuándo durará la tregua de un gobierno que se queja permanentemente de que el resto del mundo ha abusado y vivido a costa de los Estados Unidos?  En las audiencias de confirmación, Rex Tillerson, nuevo Secretario de Estado, dejó entrever sus reservas frente al acuerdo de paz con las Farc y puso en entredicho la continuidad inalterada del apoyo estadounidense.  Estas reservas, además, no son nuevas, ni se limitan a los sectores más radicales del partido Republicano.  Pero habían sido mantenidas en sordina bajo el gobierno Obama.
Las cosas han cambiado en Washington.  Colombia debería asumir esa realidad, en lugar de pretender que nada ha pasado en la avenida Pensilvania y en Capitol Hill.  Hay preocupación por el aumento de los cultivos ilícitos.  Nadie allá compra la idea de que las Farc, convertidas ahora en aliadas del Gobierno, son garantía del éxito futuro de la lucha contra las drogas (que, por otro lado, se sigue librando, a punta de erradicación y sustitución, según una receta comprobadamente fallida).
La tregua de Trump no será eterna.  No por ello sobrevendrá una catástrofe.  A menos que el país siga pensando que todo seguirá como ha sido hasta ahora. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales