La opresión madurista | El Nuevo Siglo
Martes, 7 de Febrero de 2017

No son, ciertamente, claras las razones por las cuales la Cancillería colombiana se abstuvo de respaldar al vicepresidente, Germán Vargas Lleras, en su defensa ante los insultos del hombre fuerte del espurio régimen madurista, Diosdado Cabello, e igual de desconcertante el pronunciamiento presidencial, haciendo mutis por el foro frente a todo aquello que pueda molestar a los detentadores de la dictadura vecina.

 

En sendas ocasiones, no obstante, cuando de los insultos del régimen venezolano al ex presidente Álvaro Uribe se ha tratado, la Cancillería colombiana ha salido a defenderlo, por orden presidencial, aun sabiendo el gigantesco esfuerzo que eso ha significado en las tripas gubernamentales. No así, sin embargo, en relación con su propio vicepresidente, al que dejó solo luego de que el inefable Cabello lo acusara públicamente de ser “hijo del gran puto”, cualquier cosa que eso signifique en las pretensiones de zaherir la majestad de la fórmula que, por voluntad popular, hoy gobierna a Colombia.

 

El vicepresidente no necesita, por supuesto, la defensa del gobierno al que pertenece. Bastó que dijera, sin insulto alguno y bajo las calificaciones precisiones que otorga el lenguaje, que Cabello es un “opresor” y un “patán” para sintonizarse de inmediato con el pensamiento generalizado de los colombianos sobre lo que ocurre en Venezuela.  Tal vez el Jefe de Estado y la Cancillería no lo piensen así, es decir, que consideren a Cabello y su corte como un dechado de virtudes, lo mismo que creen a pie juntillas que en Venezuela existe una democracia ejemplar y un régimen histórico, adalid de la prosperidad latinoamericana y norte ideológico indiscutible. Allá ellos. Pero no es bueno que Colombia haga parte del precario “estado de opinión” que todavía subsiste en la nación hermana a costa del hambre, la represión y la satrapía. Régimen por lo demás que el recién salido presidente Barack Obama calificó, pocos días antes de dejar el cargo, como un peligro para el hemisferio.

 

Es entendible, desde luego, que el gobierno colombiano actual le tenga gratitud al chavismo y sus remanentes por su colaboración en el proceso de paz con las Farc. Muy posiblemente, si no hubiera sido por ellos, la organización subversiva no hubiera dado el paso hacia el desarme. Y es tal vez en ese sentido que el gobierno colombiano guarda una lealtad a toda prueba y el mismo régimen de Maduro pueda contar de antemano con las gelatinosas simpatías de la Cancillería. Por eso, a raíz de los insultos a Vargas Lleras, la Canciller dijo que no polemizaría sobre el asunto. Ni más faltaba.

 

Aun así, es obvio que la política internacional de cualquier país hace parte sustancial del debate interno. Y sobre lo cual cualquier funcionario, más de las características del vicepresidente, tiene que estar atento. Y en lo que, dentro de un régimen democrático, como el colombiano, es lógico que se presenten diferentes aproximaciones. Bastaría constatar por ejemplo que, en ningún momento, en el Reino Unido, se le impidió al gabinete dar sus opiniones sobre el tema de la Unión Europea. No hay que tenerle susto a la política, salvo por aquellos que la quieren inmóvil e inmodificable.

 

Venezuela es un tema demasiado importante para Colombia como para dejarlo en remojo permanente. No puede el país seguir haciéndose el de la vista gorda con lo que allí sucede. Ojalá, por descontado, que las conversaciones entre gobierno y oposición, planteadas por Su Santidad Francisco, tengan algún resultado positivo. Nos tememos, sin embargo, que cualquier planteamiento que venga de Maduro no sirva para llegar a una solución, sino para ganar tiempo. Como se sabe, allí ya se birlaron los tiempos del referendo revocatorio y no es secreto que las instituciones democráticas han dejado de funcionar, especialmente en referencia a la oposición que es una mayoría rodeada de “garantías hostiles”, como decía Eduardo Santos.

 

No quiso en modo alguno el vicepresidente colombiano, Germán Vargas Lleras, herir al pueblo venezolano cuando habló de que en las viviendas de interés prioritario, en Tibú, no debería haber “venecos”. Como él mismo lo dijo, en Colombia esa expresión no es peyorativa. No se trató, tampoco, de una declaración internacional, sino de una opinión de trámite en un lugar donde se estaban entregando unas casas a los colombianos más pobres, con el listado correspondiente. La reacción al otro lado de la frontera, por parte de los detentadores de la dictadura, fue desde luego fruto de la opresión a que están acostumbrados. Y que no por su entronización debería ser admisible, menos con las injurias acostumbradas contra los colombianos.