México: violencia en la riviera Maya | El Nuevo Siglo
Foto Pablo Uribe - El Nuevo Siglo
Domingo, 19 de Febrero de 2017
Pablo Uribe Ruan @UribeRuan

Son las 3 de la tarde en Mérida, México .Un policía forrado en su uniforme azul oscuro combate con la estrechez de su pantalón y los intensos rayos del sol yucateco. Como  todos sus compañeros, su función es elegir un carro al azar y requisar cada uno de sus compartimientos, para ver si encuentra droga o armas.

En Yucatán, a diferencia de otros estados, esta escena no es común. La tranquilidad que se percibe en sus habitantes parece una huella de los mayas, sus primeros pobladores. Al menos en esta región, eso de que son calificados como violentos -por naturaleza- no se entiende.

Pero la violencia ha llegado de lejos. Como en otras épocas,  como la invasión Tolteca y española, los violentos han impuesto su ley. Entre el 16 de enero y el 12 de febrero de este año, la península de Yucatán, que alberga los estados de Yucatán y Quinta Roo, ha tenido, al menos, 20 muertos en hechos asociados al crimen organizado. 

Para contrarrestar la oleada de terror,  las autoridades han lanzado la operación “Lluvia de Estrellas”, incrementando el pie de fuerza con 300 hombres de la gendarmería y 50 patrullas adicionales. Jesús Zetina, presidente de la Comisión de Seguridad, dice que “le están pisando los callos”, por eso ha incrementado la violencia.

En un Fiat 500 color gris –en forma de hongo – trato de salir de Mérida. Cruzo los  dedos para que no me pare la policía y pueda seguir rumbo a Playa del Carmen, a tres horas. Los cruzo y los vuelvo a cruzar: soy colombiano. Buscando la sombra, los policías esperan bajo un puente, ávidos de encontrar un botín. Me aproximo, apretando los dedos, a la sombra; temo que, en el reino del sol maya, termine en un hoyo (la sombra).

¿De dónde es?, me pregunta el oficial. De: Colombia, señor. No pasa un segundo, cuando me dice: bájese. Camisetas, toallas y elementos de aseo caen sobre el piso, polvoriento por la aridez. La droga, sea en México o en el aeropuerto de Miami, siempre es una disculpa para desorganizar la meticulosidad con que se organizan las prendas en la maleta. Al no encontrar nada, se despide con un “adiós compa”. 

 Y los güeros

La escena se repite una y otra vez con otros carros de turista o locales. El estado de pánico de las autoridades es perceptible en cada uno de sus actos: tiemblan cuando requisan. En Mérida, la ciudad que se queda atrás, ha habido pocos muertos relacionados con “la guerra contra el narco”. Pero a unos  kilómetros, en el estado de Quintana Roo –Cancún, Playa del Carmen, Cozumel-, la situación es distinta.

La nacionalidad, en realidad, poco importa. Lo de colombiano, tal vez pesa más, o pesa menos –habría que preguntarle al comandante Pablo, el que me requiso-. Los güeros –forma como los mexicanos llaman a los rubios- también los requisan. ¿Qué dirán ellos?  Inmersos en su civilismo, sonríen y abren el baúl, como si estuvieran experimentando una parte del viaje. Pero su risa, además de condescendiente, es la imagen del miedo: no viajaron para ser requisados.

Las pesquisas esporádicas en Yucatán y Quintana Roo se las hacen a todos. No están guiadas, como dictan las leyes de la experiencia, por la intuición o los métodos policiales. Esta península, que acoge a una inmensa masa de turistas que viaja a deleitarse por su belleza arqueológica y marítima, afronta una guerra que llegó sin esperarla.

El gobernador de Quintana Roo, Carlos Joaquín González, ha reconocido que “hay una descomposición” social en la región, en declaraciones al periódico Hoy. Además, ha dicho que “la policía estatal era muy estrecha, prácticamente sin equipamiento, con muchas necesidades”, por lo que no se ha podido enfrentar al crimen organizado de manera efectiva.

Playa del Carmen

En Playa del Carmen la presencia policial es inevitable. Camionetas de platón Chevrolet con un tubo en la parte trasera, del que se tiene un hombre con un rifle, pasean por los alrededores de la calle Quinta, donde los turistas van a comer o a la playa. Esta noche están en alerta. Más temprano, cuando el sol empezaba a esconderse, miembros de una pandilla asociada al narcotráfico se enfrentaron a policías en la autopista que desemboca en la ciudad, dejando un saldo de al menos cinco muertos.

Desentendidos, de aposta o por inacción, los turistas caminan por la Quinta. Son de todas partes del mundo. Están tostados por el sol y ordenan tacos “arrachera” (desmechados) y “costras” de queso para bajar los litros de alcohol. Aunque evitan dañar sus vacaciones, la evidencia de la “guerra contra el narco” es irrefutable: está al frente suyo, en la discoteca Blueparrot.

En la madrugada del 16 de enero, cuando se cerraba el festival de música electrónica, BPM, hombres armados abrieron fuego contra guardias de seguridad y algunos de los asistentes. Cinco personas murieron y 15 más resultaron heridas. Las autoridades señalan que los hechos se presentaron por un ajuste de cuentas entre expendedores de droga.

Manuel, un taxista de 36 años, cuenta que ese día estaba trabajando al lado de la discoteca. “Depronto empezó a salir la gente corriendo. La primera en llegar fue una chava con un balazo en el hombro”, dice. Un compañero suyo la llevó al hospital; sobrevivió. Levemente preocupado, relata que “al siguiente día la gente tomó sus valijas y se fue al aeropuerto”. 

“Lo que pasa es que en el BPM el cartel que tenía el control de la venta de droga ya tenía el permiso, pero llegó otro y se agarraron a balazos”, declara Manuel, sin temor, como uno cree, a contar de quiénes se trata. “Aquí hay tres carteles. Están los Zetas, el Chapo (Sinaloa) y la Familia Michoacana”, expresa y añade “entre ellos se distribuyen las zonas. Pero los que organizaron la balacera parece que fueron los de “La Vieja Escuela, un nuevo cartel, que antes formaban parte de los Zetas”, manifiesta.

Manuel tiene una voz, que se entrecruza, sin perder el acento mexicano, con el sonoro tono caribeño. Está tranquilo. Vive en la playa y no ve tantos muertos. “Mira yo soy de San Luis Potosí. Pos la verdad, aquí está mucho más tranquilo que allá donde tú ves gente colgada en los puentes”, concluye.

El narco, como en el resto de México, camina campante por la Península de Yucatán, en una guerra que parece pérdida.