El FBI le mide el aceite a Donald Trump | El Nuevo Siglo
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Miércoles, 15 de Febrero de 2017
Pablo Uribe Ruan @UribeRuan

En Estados Unidos nadie tiene su poder. Es capaz de tumbar presidentes, dominar sus agendas o filtrar información confidencial. Más conocida como FBI, la Oficina Federal de Investigación vuelve a estar en el centro del debate, demostrando que su relación con Donald Trump, de momento, no es muy buena. Le está planteando un pulso.

Esta semana, tras la explosión del escándalo de Michael Flynn, se conoció que el FBI filtró parte importante de la información que conllevó a su renuncia. Medios, en especial The New York Times, y políticos, tuvieron de primera fuente las conversaciones telefónicas que revelaron la cercanía del exasesor de Seguridad con los rusos. Pero no sólo fue él. Al parecer, otros miembros del gabinete de Trump también tuvieron relación directa con Moscú desde 2013.

Según The New York Times, las agencias de inteligencia, entre ellas el FBI, interceptaron las comunicaciones de la campaña de Trump al mismo tiempo en que investigaban la intromisión de Rusia en el Comité Nacional Demócrata, denuncia que fue presentada por Hillary Clinton.

Consultados por el diario neoyorquino, funcionarios de la agencia de inteligencia dijeron que funcionarios de Trump mantuvieron conversaciones antes y durante la carrera presidencial, situando a uno de ellos en el centro de la polémica: Paul Manafort. Éste, quien presidió la campaña del presidente, realizó asesorías en Ucrania en 2016, convirtiéndose en una pieza importante de la investigación, que ya cobró la cabeza de Flynn.

Dicen los funcionarios que la información recopilada fue parte de un ejercicio de vigilancia rutinario, consistente en  hacer seguimiento a las conversaciones de diplomáticos. En el marco de este procedimiento, el FBI le pidió autorización a la Agencia Nacional de Seguridad para ahondar en los diálogos de delegados rusos en Estados Unidos, según la revista Newsweek. Entonces, fue ahí cuando se encontró con pruebas que revelan la cercanía de miembros del equipo Trump con Moscú.

Sí y No son los medios

“Son iguales que Rusia”. Así Trump ha calificado a los organismos de inteligencia. Su molestia por las filtraciones que han hecho demuestra que el enemigo no sólo está a nivel externo: vive dentro de la Casa Blanca, bien custodiado, sin temerle. Eso quizá explica sus habituales viajes a su mansión en Florida, donde, presuntamente, busca refugiarse de los espías de Washington.

Los medios no son la obsesión real de Trump, aunque así lo haya hecho parecer durante su primer mes al mando de Estados Unidos. Como fórmula de descrédito, los ataca. Esta vez, no fue la excepción: “los falsos medios de comunicación se están volviendo locos con sus teorías de conspiración y odio ciego”, dijo.

Pero su enemigo,  por lo menos en su primer mes en la Casa Blanca, han sido los organismos de inteligencia. Con sumo cuidado los ha tratado, hasta ayer. Sin incurrir en atacadas declaraciones, los acusó de dar “información ilegalmente a los medios” y luego los comparó con Rusia. Esta es la primera declaración airada en su contra. Indica que, de ahora en adelante, la relación entre el Ejecutivo y ellos no será buena.

Poco a poco se ha ido descubriendo que nunca ha habido algún tipo de cercanía. En un principio se creyó que el abalanzado discurso a favor de la seguridad nacional de Trump calaría inmediatamente en los organismos de seguridad, algo descontentos por las políticas de Obama. Sin embargo, no ha sido así.

El poder del FBI

En algún momento, Harry Truman llegó a decir que podría convertirse en la “Gestapo Americana”. No le faltaban razones. Su mayor referente, J. Edgar Hoover, director del FBI en los años cincuenta y sesenta, sabía que contaba con un arsenal más poderoso que cualquier arma letal: la información privilegiada.

Presidentes, artistas, políticas, estuvieron en su ojo. Tanto Kennedy como Clinton, cuarenta años después, han sido objeto de las investigaciones del FBI, para algunos macabras, para otros necesarias. Hoover no diferenciaba entre republicano o demócrata, carismático o mano dura. Le daba igual. Siempre creyó que él representaba el cuarto poder de Estados Unidos: la inteligencia.

Trump, durante la campaña y en los primeros días en la Casa Blanca, no entendió o, de aposta, intentó hacerle el quite a esa verdad que Hoover tanto defendía. Ahora, parece que está pagando su falta de negociación: le filtran datos de Rusia, de su gabinete, de sus políticas. Todo. 

No está en paz. Como tampoco estuvo Richard Nixon, quien fue derrocado de la presidencia por el FBI, que filtró el escándalo de “Watergate”. O Ronald Reagan, quien no contó con la lealtad del organismo de inteligencia. O Bill Clinton, cuyo escándalo sexual, destapado por la inteligencia, terminó llevándolo a sortear un duro juicio político.

Pero el caso más sonado, que en algún momento tuvo que despertar a Trump en altas horas de la noche, ha sido el John F. Kennedy. En 1942, cuando el expresidente daba sus primeros pasos en la política, tuvo una relación amorosa con Inga Arvad. Ella, que se desempeñada como columnista de The Washington Post, tenía un oscuro pasado: era simpatizante nazi.

Hábilmente, Hoover fue recopilando información de Arvad. Luego de unos años, Kennedy fue elegido presidente y Hoover, que mantenía una excelente relación con su papá, fue soltando datos sobre su relación con la simpatizante nazi y otras indiscreciones sexuales del Jhon F. Éste, a su vez, entraba a su oficina de manera discreta para tomar la información que, según The Guardian, lo vinculaba con el crimen organizado.

Trump está expuesto al poder de la información privilegiada. Sin pasar un mes, el FBI ya ha desatado el primer escándalo de su gabinete. Los medios siguen estando en el centro. Pero todo indica que este organismo de inteligencia le está midiendo el aceite, como Hoover a Kennedy.