El comandante | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Febrero de 2017

He seguido con especial curiosidad la serie de T.V. que se ocupa de la vida del teniente-coronel Hugo Chávez Frías que recrea en forma divertida algunos pasajes del recorrido del fallecido dirigente venezolano, particularmente de sus peripecias como conspirador en el ejército de su país en el  que nunca respetó a sus superiores jerárquicos porque siempre se consideró soldado del ejército bolivariano; vale decir, que sus jefes no eran los miembros de la oficialidad de las fuerzas armadas, sino el espíritu del propio Libertador.

La serie se refiere al vínculo afectivo que Chávez mantuvo con su abuela, quien lo criò, a las circunstancias difíciles que vivió en su infancia y adolescencia, lo mismo que a la relación con la madre de sus dos hijas y con algunas damas en Caracas.

El mensaje que transmite es que Chávez no fue un profesional de la milicia, porque nunca creyó en su misión constitucional, sino que se aprovechó de su paso por los cuarteles para alebrestar a sus compañeros en el ejército y rebelarse contra el gobierno “corrupto y salvar a Venezuela”.

La serie en comento no es, desde luego, un relato riguroso de su trayectoria como militar, ni de su condición de conspirador contra el orden constitucional. En otros términos, sugiere que Chávez llegó al ejército fue a hacer política cuyo objetivo era tumbar por esa vía el régimen constitucional de su país. Y en ese proceso tuvo que haber sido influido por el modelo Pérez Jiménez, quien. como Mayor, participó en los golpes que derrocaron a Medina Angarita y Rómulo Gallegos. A partir de entonces Marcos Evangelista Pérez comenzó a ejercer una influencia grande en el estamento militar como miembro de la junta que presidió Delgado Chalbaud. Con su asesinato en 1950, Pérez se hizo al poder absoluto de Venezuela. Recordemos que Chávez visitó a Pérez en España, lo invitó a que regresara a su país y, también, a su posesión.

Del mismo modo busca destacar algunos aspectos de las diferentes etapas de su carrera hacia el poder, pero no contextualiza la coyuntura política que atravesaba la Venezuela de entonces, ni se refiere al juicio contra el presidente Pérez que marcó el derrumbe de su régimen político.

Al salir de la cárcel por la vía del indulto, Chávez, con el apoyo del Movimiento Bolivariano Revolucionario -200 (MBR-200), enarbola la bandera electoral cuyo eje era la lucha contra la corrupción   y desalojar del poder a la clase política representada por los partidos AD y Copei, que habían gobernado Venezuela desde 1958.

Por su falta de preparación en los temas generales del Estado, Chávez, como dice Teodoro Petkoff, “utilizó para sus fines el poderoso mito bolivariano (y también el de Cristo), que subyace en el fondo del alma de los venezolanos.” Y comenzó a construir desde entonces “una alegoría, entre pagana y religiosa, del Misterio de las Tres Divinas Personas. Él, Bolívar y el Pueblo son la santísima Trinidad del catecismo revolucionario.” Con ese discurso Hugo Chávez gana las elecciones presidenciales de 1998.