Duque y las treguas de ilusión | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Febrero de 2017

Conocí a Duque hace unos 30 años, y una madrugada -sin cámara ni zoom-  tomé su fotografía y la guardé para siempre; todavía la llevo en ese bolsillo que cada quien tiene reservado para los amigos-corazón-de-sueños, y gozo cada una de sus exposiciones, cada una de sus frases, de sus gestos de niño travieso, su mirada de hombre artista y sus manos de poeta.

Carlos Duque tiene uno de los espíritus más libres que puedan imaginar, y por eso es doblemente fascinante  que  haya pasado tanto tiempo y tanta alma, conviviendo con los internos de la Cárcel Distrital.

Su más reciente exposición “Libertad incondicional” habría podido ser un estéril cántico al dolor de estar preso; pero mucho más que eso, resultó ser no una invitación sino una incitación al sentipensamiento, a la reflexión, a las preguntas sobre la responsabilidad que nos atañe frente a los más de 120.000 hombres y mujeres que hoy están privados de la libertad, ocupando los 78.000 cupos que tiene el Inpec en las 136 cárceles de Colombia.

¡Tan fáciles los castigos y casi siempre, tan inútiles y contraproducentes!

No habría que edificar tantos pabellones de alta seguridad, si hubiéramos comprendido a tiempo que el costo de la ignorancia es bastante más alto que el costo de la educación; que el costo de la soledad afectiva desgarra y arruina; y el costo del hacinamiento y la indignidad, deja huellas en la piel y  la memoria.

Duque se acercó desde adentro al sentir de 22 jóvenes reclusos (hombres y mujeres);  les preguntó por los lugares que recorrían en sus treguas de ilusión, y buscó el camino para desmenuzar la relación delito-castigo, sociedad-injustica, temor-soledad, utopía-libertad. Vio la infamia de los errores cometidos por los mal llamados hombres libres; el antes y el después de las rejas; el antes y el después de la ignorancia, del maltrato, del escepticismo y la pobreza.

Como buen artista comprendió que en la vida de poco sirve tan solo reteñir  el dolor y las faltas, y decidió crear -una vez más y como siempre lo hace- distintos escenarios en clave de solución, en clave de convivencia.

Shhh… ¿Oyen? Es el Do-re-mi-fa-duque-la-si-do. Son las notas de la “felicidad incondicional”…un páramo, un mar, un árbol, una familia… lugares casi míticos cuando se vive en una celda de dos por tres, y de repente llega alguien a decir que los sueños son derechos irrenunciables, que la libertad se lleva por dentro, y que construir confianza toma tiempo pero es tan factible como  necesario.

Y así se fue, como un gran gnomo valiente, espigado y con ojos de abrazo, a escarbar entre los bosques y las olas, esos lugares que mantenían viva la esperanza de los internos. Tomó las fotografías,  volvió a la cárcel, y la semana pasada inauguró en la Tadeo la exposición que cambiaría por vida la agonía de los reclusos, y por conciencia, la indiferencia de los libres.

Bienvenidos a Puerto Libertad, Carlos Duque y su barco de ternura, textura y papel. Gracias, Duque, por esa mirada tuya, tan llena de milagro, denuncia y reconciliación.

ariasgloria@hotmail.com