A un siglo de la Revolución Rusa | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Febrero de 2017

Se conmemoran 100 años de la revolución comunista en Rusia que acabó con la dinastía de los Romanoff, costó la vida al zar Nicolás II y su familia, así como a gran parte de la nobleza y la burguesía de ese país. La revolución rusa divide políticamente al mundo dos, situación que va desde la llegada al poder de Lenin hasta el fin de la Guerra Fría, cuando cae la cortina de Hierro y el partido comunista soviético es expulsado del poder por una implosión popular.

Los historiadores señalan que la primera Revolución Rusa es la de febrero de 1917, cuando queda abolido el régimen autocrático del zar de Rusia y se establece una república de corte parlamentario con la finalidad de instaurar la democracia. Como hecho curioso  es de resaltar que la intervención rusa y su derrota en la primera Guerra Mundial fue  decisiva para horadar el sistema, fomentar el desasosiego en los campos y el paro en las grandes ciudades rusas. El regreso de los soldados del zar del frente de guerra, con la señal de la derrota en sus rostros y andrajosos uniformes, llevaría la anarquía y la inseguridad a las ciudades y campos, que no tenían cómo darles empleo ni una vida digna. Entretanto,  algunas figuras severamente cuestionadas por la posteridad consiguen un influjo nefasto sobre el zar Nicolás II, entre otros el monje libidinoso y vidente Rasputín, así como el controvertido reformista Kerensky. El primero mediante el magnetismo logra calmar los ataques depresivos del heredero de la corona y las recaídas por cuenta de la hemofilia que lo aqueja, ganándose la confianza y afecto del zar y en particular de la zarina. El monje utiliza su influjo en la corte para intrigar cargos para sus aduladores y seducir cortesanas. El segundo, Kerensky, sueña con la democracia para Rusia  y con tal motivo hace un iluso plan de reformas y convence al zar de convocar la Duma, que se convertiría en el teatro desde el cual se destruye el sistema y se abren legalmente las puertas del poder a los revoltosos.

Se estima que la Revolución Rusa se desarrolla en dos momentos culminantes. La primera es la llamada Revolución de Febrero de 1917, que desplazó la autocracia del zar Nicolás II de Rusia.  La segunda fase fue la Revolución de Octubre, en la que los soviets, bajo el predominio del Partido Bolchevique de Vladimir Ilich Ulianovich,  conocido como Lenin, le arrebatan el poder al gobierno provisional dirigido por Alexander Kerensky. Esta segunda revolución se fundamenta en la teoría del golpe de Estado ideada y desarrollada por Trotski, que se toma el sistema nervioso del poder en Moscú, luego se extiende por San Petersburgo y, el resto del país, dejando una gran mancha de sangre a su paso.

Como una ironía de la historia se recuerda que Lenin volvió a Rusia del exilio en el vagón de un tren blindado, protegido por el estado mayor alemán. Lenin, jefe del pequeño partido bolchevique, esparce el odio de clases por Rusia y envenena a los soldados desmovilizados.  La caída del zar haría sido casi imposible de no obnubilarse y seguir los dictados de Kerensky, para ceder a la tentación de debilitar el Estado y ofrecer un escenario en la Duma a la oposición antidemocrática, que termina convirtiendo a ese  foro en uno de los cuarteles de invierno de la Revolución.

Kerensky traiciona a los soldados del zar y no se ocupa de los veteranos de guerra en la indigencia, quienes de recibir un justo reconocimiento por sus padecimientos en la guerra habrían sido los grandes defensores del régimen. Kerensky contemporiza con la corrupción que carcome las entrañas del Estado. Es  uno de los idiotas útiles que entrega la soga a los bolcheviques con la que serían ahorcados los servidores del zar. Las reformas constitucionales de Kerensky son apresuradas y son una concesión a los bolcheviques.  Mina a tal punto el Estado desde el poder, que le bastará un empujón de éstos para capturarlo y eliminar, con su entreguismo, los reflejos defensivos de la sociedad. Cada concesión que hacía Kerensky a los bolcheviques era interpretada por éstos como debilidad y los animaba a forzar el camino de la Revolución por medio de la astucia y la violencia.

Llegó hasta tal ignominia el entreguismo de la clase dirigente rusa, que tal como lo dijo Trotski, arrebatarles el poder a los claudicantes dirigentes como Kerensky, sería como quitarle un juguete a un paralitico.