Percepciones | El Nuevo Siglo
Martes, 23 de Enero de 2018

La muerte del policía venezolano Oscar Pérez a manos de fuerzas combinadas de militares y paramilitares de ese país, ha permitido constatar otra vez el contenido político que el lenguaje alcanza cada que un hecho tiene que ver con un gobierno determinado.

La definición de lo que era Pérez cambia según sea la orilla desde la que se escriba o se hable para calificar sus actos o para definirlo a él mismo. Rebelde dicen unos que era. Terrorista, dicen otros que era. Y de acuerdo a esos adjetivos, entonces su deceso es un asesinato o un feliz resultado de un operativo de la autoridad legítimamente constituida.

El debate no es nuevo. Lo que es nuevo es el oportunismo de los que participan en esa discusión. Los mismos que aquí celebraron la muerte de Alfonso Cano como si hubiera sido en combate, claman ahora justicia por la del “mártir venezolano”. Lo que no explican es por qué encaramarse en un helicóptero para sobrevolar el Tribunal Supremo y disparar contra civiles desarmados es un acto heroico, pero tomarse la Asamblea Departamental del Valle es un indiscutible acto terrorista.

No hay nada más deleznable que las definiciones que los gobiernos entregan a los actores políticos o a sus propios actos en contra de esos actores. En Cuba, Raúl Castro sigue el ejemplo de su hermano y se autocalifica como el único interesado en el bienestar del pueblo cubano. Cualquiera que ose pedir libertad de prensa, acceso libre a internet o que simplemente proteste por la falta de víveres es tildado de terrorista. Maduro, siguiendo el mismo ejemplo, jura que las estanterías vacías de los supermercados venezolanos son consecuencia de una conspiración internacional y no de su estupidez como gobernante.

Los gobiernos de todos los pelambres, autocráticos, democráticos, socialistas, capitalistas o comunistas siempre han actuado así. Se escudan tras la carga política de ciertas definiciones para perseguir o asegurar sus propios beneficios o, en la mayor de las veces, los mezquinos intereses por los que velan desde el poder.

Cuando Ronald Reagan y el Coronel Oliver North estructuraron la operación Irán-Contras para armar paramilitares contra el gobierno sandinista de Nicaragua, la cocaína con la que financiaron parte de la operación ya no era una droga diabólica, ni una guerrilla armada era un grupo terrorista, sino “luchadores por la libertad”.

 

El mismo calificativo que les dieron por la misma época a los Talibanes de Afganistán que mientras mataron rusos eran “héroes por la libertad”, pero ahora “asesinan” soldados norteamericanos y son por tanto terroristas. Aunque usen las mismas armas y los mismos métodos que durante tantos años les proveyeron y enseñaron las agencias de inteligencia estadounidenses.

Peligrosas tesis a la que ahora algunos dirigentes políticos le juegan desde Colombia glorificando a los que se levantan en armas contra el gobierno venezolano simple y llanamente porque como no les gusta su ideología o sus ejecutorias, entonces legitiman allá lo que acá condenan.

¿No era que habíamos llegado al consenso de que la lucha armada para imponer decisiones políticas ya no tiene cabida?

@Quinternatte