Venezuela: ley de odio e hiperinflación | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Jueves, 11 de Enero de 2018
Pablo Uribe Ruan @UribeRuan
La celebración de fin año estuvo marcada por la falta de pernil y pavo en Venezuela. La hiperinflación, calculada en 7,800%, agobia a los venezolanos, que  protestaron contra Maduro. Dos de ellos, serán procesados por “incitar al odio”, en medio de las protestas de enero

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EN JULIO, cuando las protestas contra el presidente Nicolás Maduro le dieron un aire a la oposición, la gente empezó a especular que su destino sería el mismo de Nicolaes Ceaușescu, el dictador rumano, quien, en 1989, huyó de su país, ante la inminente crisis institucional y económica.

El tiempo, después de una relativa calma pasada por el hambre y la hiperiflación, ha desvirtuado lo que se especulaba a mediados del año pasado. Apoyado por las bases radicales del chavismo, que impusieron una Asamblea Constituyente para reformar, a su gusto, el Estado, Maduro hoy sigue en el Palacio de Miraflores, mirando con sigilo las elecciones presidenciales de 2018 (en diciembre).

La mayoría de los venezolanos, al mismo tiempo, ven con desespero lo que se viene. El panorama es desalentador. La hiperinflación bordea unos números, que, ni el menos optimista, imagina. La Asamblea Nacional, de mayoría opositora, calculó que la hiperinflación llegó a 2.616% en 2017 y este año será mucho más alta.

Según Ecoanalítica, principal consultora de Venezuela, llegará a 7800%, una cifra comparable con las tasas inflacionarias de Hungría y Zimbabue, principales exponentes de este fenómeno después de la Segunda Guerra Mundial.

Desespero

La semana pasada, después de unas celebraciones opacadas por el desabastecimiento de pavo y pernil, la gente se volcó a la calle en varias regiones de Venezuela, para reclamarle una vez más al Gobierno la falta de alimentos, medicinas y oportunidades.

El 2, 3 y 4 de enero fueron el espejo del 2,3 y 4 de mayo de 2017, cuando la intensidad de las protestas obligaron a Nicolás Maduro y su cúpula a implementar una serie de planes militares de contingencia, marcados por la vulneración de los derechos humanos.

Esta vez, sin embargo, el nivel de impacto de aquellas manifestaciones fue inferior. El aparato militar, bien afinado el año pasado, logró controlar cada tumulto, como si fuera una cuestión rutinaria, cotidiana, como la crisis venezolana.

En el marco de las protestas, un hombre y una mujer, que protestaban por falta de comida, fueron detenidos en Carabobo, al norte del país. No fue cualquier detención, como las que se registraron, regularmente, en 2017.

Érika Palacios, de 44 años, y Ronald Sevilla, de 25, serán los primeros juzgados bajo la Ley de Instigación al Odio, decretada por la Constituyente en octubre del año pasado. La ley incluye penas de entre 10 a 20 años por “detentación de sustancias incendiarias y artefactos explosivos”, “obstaculización de la vía pública” e “instigación al odio”, lo que confirmó el Tribunal Supremo de Justicia, en el caso de los dos detenidos.

Pese a la mano dura del régimen, los venezolanos han seguido en las calles de estados como Mérida, Portuguesa, Apure y Anzoátegui, según el periodista Javier Mayorca. En todos los casos, reclaman alimentos o que el gobierno cumpla con las entregas del Clap, la cajas que reparte cada 15 días -que no se cumplen- de manera gratuita.

“Al momento de su entrada en circulación en 2008, con un billete de 100 bolívares fuerte se podían comprar 12 cartones de huevos (360 unidades). A principios de 2017, el billete de 100 no era suficiente para comprar un huevo”: Prodavinci

El modelo parece insostenible, por lo menos ahora. Las principales universidades de Venezuela, en un análisis de los datos que dejó el año pasado, estimaron que la pobreza alcanzó 30,2 % y la pobreza extrema 51,5%. El gobierno las desmiente y las ubica en 18,3% y 4,4 %, respectivamente.

Ante las visibles dificultades, Maduro subió súbitamente el salario mínimo, buscando reconciliares con las masas, pero esta medida, en medio de una hiperinflación escabrosa, no le ha servido al ciudadano del común, que ve como el dinero que gana se esfuma en una ida al supermercado.

No alcanza

Este viernes, en República Dominicana, la oposición venezolana, encabezada por Julio Borges y Luis Florido, vuelve a la mesa de negociación con el gobierno, en medio del anuncio del Consejo Nacional Electoral de revalidar la acreditación de los partidos que no participaron en las elecciones regionales y municipales.

Una vez más, el gobierno toma fuerza de cara al diálogo en la isla caribeña, con la amenaza de una posible no validación de algunos partidos opositores. La oposición, en tanto, hace uso de lo uno que le queda: seguir adelante, buscar soluciones, intentar salir de la crisis. Como sea.

Hasta el más privilegiado la está pasando mal en Venezuela, salvo que haga parte de la cúpula del chavismo. El aumento de los precios, como indica el portal de análisis, Prodavinci, ha sido vertiginoso. “Al momento de su entrada en circulación en 2008, con un billete de 100 bolívares fuerte se podían comprar 12 cartones de huevos (360 unidades). A principios de 2017, el billete de 100 no era suficiente para comprar un huevo”.

El país, a diferencia de los cálculos del gobierno, ya está en hiperinflación, dice Asdrúbal Oliveros, director de Ecoanalítica. Hay, de un lado, una caída de la recaudación tributaria no petrolera, la moneda ha perdido fuerza rápidamente y la circulación del efectivo tiene varios problemas; del otro lado, existe un aumento de la cantidad de bienes y servicios que se transan en dólares y cada vez es más seguida la subida del salario mínimo.

La tendencia del Banco Central, encargado de una política fiscal responsable, ha sido emitir más dinero en la medida en que la crisis se agrava. Según cálculos de varias organizaciones, desde septiembre de 2016 hasta el mismo mes en 2017, el Banco subió 736% su emisión de dinero.

El panorama, a tan sólo dos semanas del comienzo de 2018, es oscuro y demuestra que el gobierno de Nicolás Maduro está obligado a llevar un programa de ajuste económico. Por la gira hecha a final del año pasado, se sabe que el presidente, ungido por lograr más plazos de sus acreedores, intenta recuperar la credibilidad de sus socios, en especial de Rusia, para implementar un eventual programa de ajustes.

En ese plan, dicen los expertos, Maduro tendría que recuperar la credibilidad del Banco Central, desmontar parte de los subsidios que lo sostienen en Miraflores y acabar con los controles de cambios y precios. Estos tres objetivos parecen, de momento, irrealizables. Sobre todo, el de los subsidios, porque, ahí sí, terminaría como Ceaușescu.

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