Trump: el reto será unir Estados Unidos | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Viernes, 20 de Enero de 2017
Pablo Uribe Ruan @UribeRuan

Unir. Ese será el principal reto de Donald Trump durante los cuatro años de su administración. No es un secreto que, tras la ajetreada campaña presidencial, el país quedó partido en dos: los trumptistas –seguidores suyos- y los antitrumptistas. Y, así seguirá así durante los próximos meses. ¿Qué hará Trump pare revertir esta división? 

La división en Estados Unidos no es simplemente política, como suele presentarse luego de una campaña política marcada por la polémica. No se trata de la tradicional diferencia entre demócratas y republicanos, o de una oposición delirante contra la imagen de un presidente, por ejemplo, George W. Bush, que generó un rechazo generalizado en el mundo, pero al interior de su país mantuvo aceptables márgenes de popularidad. 

La elección de Donald Trump dividió las calles, los colegios, las cárceles. Elevó el nivel de crispación social de los movimientos sociales –de derecha, izquierda, de raza- y mostró una cara poco conocida en Estados Unidos: la violencia. Durante la campaña, cinco policías murieron en Dallas, en una protesta antirracista que tenía como bandera criticar sus políticas. Tras su elección, más de 10 ciudades tuvieron manifestaciones en contra que terminaron en actos vandálicos. Sí, todo esto es en Estados Unidos. 

No es “Morning in America”

Esa constante confrontación refleja una nación envuelta en el pesimismo. Los votantes de Trump, críticos de ocho años de Barack Obama, sienten que existe un estado de crisis, que el nuevo presidente intentará resolver. Pero los liberales, al mismo tiempo, ven cómo sus derechos serán eliminados por el gobierno entrante. 

Al contrario de lo que pasó en la campaña presidencial 2016, en Estados Unidos suele ganar el candidato con el mensaje más positivo. Trump, sin embargo, tuvo un lema de esperanza, pero su mensaje fue una mezcla de desazón y necesidad de cambio, convirtiéndose en un presidente con un estilo poco común. 

De los lemas “It´s morning in America” y “Yes We Can”, sellos de Reagan y Obama, respectivamente, que resaltaban la grandeza del pueblo norteamericano, se ha pasado a un lema de esperanza –fue igual a los otros dos-, pero hecho sobre las bases del pesimismo y la desconfianza. 

Estados Unidos muestra una nueva cara. Es una representación de un país totalmente distinto al que le tocó, precisamente, a Ronald Reagan, cuando se convirtió en el presidente más popular de la historia. Su conformación pluriétnica, lingüística y religiosa lo hacen mucho más complejo y difícil de unificar a través de la idea de nación. 

Aunque son más las diferencias, existen algunas similitudes entre el Estados Unidos de Lyndon Johnson (1963-69) y Richard Nixon (1969-73) con el de ahora. En las décadas de los sesenta y setentas los movimientos sociales tuvieron un auge, creando un ambiente de constante choque entre aquellos que buscaban un país más liberal y otros que preferían el orden y el fortalecimiento como nación –así fuera a través de guerras (Vietnam)-.

En este momento se ve un escenario parecido.  Trump, de hecho, ha sido comparado con Nixon y Johnson por su visión de país, aunque habitualmente intente mostrarse como “Reagan II”; carismático, popular y certero. Ante estas coincidencias la gente se pregunta cómo, en vez de dividir como los hicieron los anteriores, logrará un gobierno que finalmente termine uniendo al pueblo norteamericano. 

El consenso

¿Es posible? Tal vez sí. Trump es una caja de sorpresas. Puede que busque, ante la evidente división, un consenso con los diferentes sectores sociales y raciales. O, de lo contrario, imponga un gobierno de mano dura ajeno a la protesta y el reclamo de los derechos sociales en las calles. 

Lo cierto es que el clima recuerda a 1968, cuando gobernaba Johnson. En ese año se presentaron innumerables choques entre fuerzas policiales y manifestantes -afros, antiguerra-, que reclamaban un país más incluyente y menos represivo. 50 años después, vuelve a ser el mismo. 

Aunque esta vez existen más movimientos, más reclamos, más choque. Es, como se ha dicho, un país más complejo, que el presidente de Estados Unidos tendrá que manejar entendiendo el peso poblacional de minorías que, paso a paso, se han convertido en mayorías parcialmente silenciosas –entre latinos y afros está el 34% de la población-. No es un porcentaje que se vea reflejado en votos –muchos de ellos no votan-, sino que es una realidad que se refleja en cada esquina de los Ángeles o Chicago.   

La raza, entonces, constituye un elemento central del gobierno de Trump. Después de ocho años de Obama parece que Estados Unidos, por más políticas inclusivas, sigue marcado por el color de piel. En especial, en el centro del país, donde este tipo de iniciativas fallan a diferencia de cuando se aplican en estados costeros. 

No quiere decir que en el gobierno Obama no haya habido avances significativos en materia de integración racial. A diferencia del final del Siglo XX, hoy en los suburbios existe un ambiente donde conviven blancos, afros, latinos y asiáticos, como dice The Economist. Están juntos, aunque esporádicamente se presenten choques por cuestiones raciales.

Más de uno de cada diez matrimonios en Estados Unidos se realizan entre personas que pertenecen a diferentes grupos étnicos, tendencia que sigue a la alza luego del gobierno de Obama. Pero nuevamente: esto ocurre en las costas.  

Las costas, oeste y este, se comportante totalmente disitinto al resto de Estados Unidos. Suelen ser más liberales –algunos estados del sur de la costa este no lo son tanto-, muchas veces están a favor del integracionismo y votan por los demócratas. Trump tendrá la difícil tarea de conciliar esta visión con la perspectiva de millones de electores de estados del centro que votaron por él. 

Las estadísticas muestran que la relación entre blancos y afros desmejoró desde que Obama llegó a la Casa Blanca (2008). A partir de ese año, la proporción de estadounidenses que opina que la relación entre ambos grupos raciales es buena pasó de 68% a 47%. Esta medición suele ser peor en el caso de los latinos.  

Trump asume como presidente de un país sumido en la división. Su discurso, marcando por la confrontación, poco ayuda para morigerar las diferencias raciales, política y sociales. Pero tendrá, si o si, que manejar esta situación. Porque Estados Unidos está partido en dos.