Lo efímero y lo líquido, el legado de Bauman | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Martes, 10 de Enero de 2017
Pablo Uribe Ruan @UribeRuan

El lunes, cuando entraba en una librería, me topé con un título, “De la estupidez a la locura: como vivir en un mundo sin rumbo”. Umberto Eco, su autor, escribió este libro meses antes de morir, asaltado por la “crisis del concepto de comunidad” en las sociedades contemporáneas.

Horas antes, en el momento en que cerraba la puerta de mi casa, me enteré que Zygmunt Bauman (1925-2017), el sociólogo más importante del Siglo XX -en mi criterio-, había muerto. Comprendí, de nuevo en la librería, que el texto de Eco que tenía en mis manos  era –sin faltarle al respeto- una reflexión ajustada a las tesis que Bauman desarrolló durante su vida, pero con el humor  característico del italiano. Y, entendí, igualmente, que su legado fue tan determinante, que hasta Eco, con finura y a su manera, lo sintetizó en sus páginas meses antes de enfrentarse a la muerte.

Lo efímero

Por décadas, Bauman fue uno de los pensadores más críticos de la sociedad contemporánea. Planteó que la globalización, el consumismo  desenfrenado y la repentización del tiempo (redes sociales, uno de sus ejemplos), creaban una comunidad desconectada, sin identidad y gobernada por el afán único de comprar.

Esta visión, que lo llevó a escribir grandes obras de filosofía y sociología, estuvo marcada por su origen judío, del inmigrante en permanente viaje. Nació en Poznan (Polonia), creció allí, pero huyó de la amenaza nazi. Luego retornó creyendo que bajo el comunismo tendría una mejor vida pero se encontró con la misma dosis de odio. Marcado por la diáspora se refugió en Israel hasta que finalmente se residió, toda su vida, en Inglaterra, donde dictó clases en la Universidad de Leeds.

Ese constante movimiento le creó un especial aprecio e interés por el sentido de comunidad. El “cuerpo” de tradiciones culturales, religiosas, familiares, en fin, todo lo que generó las bases de las sociedades hasta después de la Segunda Guerra Mundial, se vio amenazado o, simplemente, fue cambiando, por una sociedad espuria o, hablando en sus propias palabras, por un cuerpo “líquido”.

El término “líquido” o en su acepción femenina, “líquida”, marcó los títulos de las obras de Bauman. En 2000, cuando comenzaba el milenio, un momento crucial para el desarrollo desaforado de la globalización, publicó “La Modernidad Líquida” (2000). Este libro crítica al capitalismo que, década tras década, rompe los lazos de solidaridad, entre otros temas. También, dio paso a otros textos como “Amor Líquido” (2005) y “Vida Líquida” (2006), cuyo argumento es el fortalecimiento de una sociedad individualista marcada por la globalización y el consumo.

Pero, ¿Qué significa, exactamente, lo “líquido”? Su respuesta no puede ser inequívoca, ya que representa una serie de elementos característicos de las sociedades contemporáneas que son difíciles de resumir. Aunque es posible entenderlo mediante ejemplos de la vida actual. Bauman habló, por ejemplo, de cómo se han desvanecido dos realidades sólidas con las que crecieron las generaciones de la post-guerra: el matrimonio y el trabajo. De ser algo “para toda la vida” se han desvanecido y cambian constantemente como parte de un proceso “ansioso de novedades”. Son, a fin de cuentas, relaciones “líquidas” que terminan, como el agua, desapareciendo.

En una entrevista que le concedió a La Vanguardia de Barcelona, en 2015, Bauman explicó de qué se trataba la fugacidad de la sociedad contemporánea: “hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas. No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos gustan”. Añadió, que un ejemplo de ello es la crisis de los hombres a los 40 años, “les paraliza el miedo de que las cosas ya no sean como antes”, dijo.

Pero esa intensa necesidad de cambiar muchas veces es falsa. O hay cambio, pero a modo individual, porque el sentido de cambio comunitario está muy limitado. De ahí que la política, como factor de cambio social, esté desprovista de la capacidad para transformar la realidad de la gente, que no cree en ella.

Bauman consideró que esto se debe, en parte, a que “todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente”; la política, la religión, la familia, ya no transforman la realidad individual y colectiva de las personas.

La crisis de la política, igualmente, está en la falta de diálogo. Bauman siempre se preocupó por la incapacidad del ciudadano contemporáneo por intercambiar y controvertir ideas. Su principal crítica, ante la crisis de la comunicación colectiva, son las redes sociales, a las que calificó de “una trampa”

En 2015, habló con El País de España sobre ese tema. En la charla, dijo que “las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia (…) Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort”. Además, argumentó que: “los tweets que demuestran enfado no son una forma de diálogo”, al revés, “son ruido que se quedaba en llamados vacíos sin ninguna acción real”, siendo escéptico con los movimientos sociales que surgieron a partir de las plataformas interactivas.

Los marginados

A lo largo de su vida, Bauman fue acusado de tener una visión fatalista. Se le veía como un personaje incómodo que no resaltaba, en lo más mínimo, las ventajas de la globalización: multiculturalismo, intercambio comercial.

Pero Bauman no fue, en sí, un hombre escéptico de las ventajas de este proceso. Más bien, creyó, con ánimo de equivocarse -pero acertando, casi en todo-, que el problema no era la globalización y lo que podía traer, sino las circunstancias en las que se desarrollaba. Aquellas sociedades envueltas en consumo, materialidad y egocentrismo.

Ese marco social hizo que proyectos como el Estado Social de Derecho en Europa perdieran sus bases. Un modelo que, según Bauman, estaba basado en  la solidaridad: un estado que invertía parte importante del gasto público en sus ciudadanos que se interesaban por el otro. Pero “nos hallamos en una situación en la que, de modo constante, se nos incentiva y predispone a actuar de manera egocéntrica y materialista”, atentando contra el principio solidario de las sociedades democráticas.

¿De dónde viene ese egocentrismo materialista? (Bauman no la llamaba así, pero suena acertado).  Comenzó, tal vez, en la falta de austeridad del gasto del individuo. No del sentido “austero” de las recetas que ordena Bruselas para que los países equilibren sus finanzas en la Unión Europea. No. Si no del “mundo de la ilusión” creado por la tarjeta de crédito, que, en sus propias palabras, obligó a “pasar de las cultura del ahorro a la del crédito”, gastando desenfrenadamente. Ahora, tras décadas de ese modelo, es hora de asumir las consecuencias: los jóvenes tendrán que endeudarse para pagar las pensiones de sus abuelos y papás. ¿Es, entonces, el fin del Estado de Bienestar?

La crisis del principio de solidaridad no sólo se hizo evidente en este modelo socio-político. Bauman consideró que también quedó demostrada en una falta de interés por el otro, evidenciada en la crisis de refugiados, tema que lo afligió hasta sus últimos días.

En noviembre de 2016, publicó “Extraños llamando a la puerta”, en el que se refirió al neofascismo del Siglo XXI y los “residuos humanos”, como los describe El País, vistos como los pobres de una economía desligada de todo interés por su futuro. Su tesis concuerda con la del papa Francisco, quien ha llamado insistentemente a atender a los “más desprotegidos”, antes que preocuparse por la única e irrestricta satisfacción individual. Murió otro pensador más. Y, ahora: ¿Quién va pensar?