Los bosques amazónicos se adaptan a la sequía | El Nuevo Siglo
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Miércoles, 18 de Enero de 2017
Redacción Nacional

Un primer censo de árboles del Parque Nacional Natural Amacayacu, ubicado a media hora de Leticia, capital del Amazonas, revela las transformaciones que viene sufriendo el recurso forestal de la zona, y su capacidad de resiliencia ante los fenómenos extremos de sequía.

Los eventos recurrentes de sequía, como los ocasionados en 2005 por el fenómeno del Niño y en 2010 por el calentamiento anómalo de las aguas superficiales del Atlántico Norte, han influido de forma directa en la mortalidad arbórea de los bosques amazónicos.

Precisamente la de 2005 fue la sequía más intensa del último siglo, e hizo que la selva dejara de ser el sumidero del carbono producido por emisiones de la deforestación, de combustibles fósiles y la degradación de los bosques, e invirtió los papeles: el bosque amazónico se mostró tan sensible que liberó el equivalente a 5.000 millones de toneladas adicionales de carbono a la atmósfera.

Una investigación adelantada por la Universidad Nacional (U.N.) Sede Medellín y el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi) constató que esos dos fenómenos climáticos han hecho que las especies arbóreas reaccionen o se adapten a la sequía dependiendo de si se encuentran ubicadas en valles o en colinas (microhábitats). El trabajo contó con el acompañamiento técnico del Centro de Ciencias Forestales del Trópico y el apoyo de la Unidad Administrativa Especial del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia.

Para observar el fenómeno, entre 2007 y 2014 los investigadores monitorearon alrededor de 125.000 árboles y 1.200 especies en una parcela permanente del Parque Nacional Natural Amacayacu, ubicado a 70 kilómetros río arriba de Leticia.

Allí, los equipos de trabajo analizaron la mortalidad, el crecimiento, la distribución, el área basal (medida para establecer la masa forestal) y la diversidad (riqueza y abundancia), y además adelantaron mediciones de la capacidad de captura y almacenamiento de carbono.

Tales acciones les permitieron concluir que las especies arbóreas que habitan las partes bajas de la parcela (valles), donde generalmente se concentra una mayor humedad, han resultado más sensibles a los eventos de sequía, ya que la mortalidad registrada aumentó a valores de aproximadamente 5,5 %, cuando en condiciones climáticas normales (sin sequía) la tasa de mortalidad es de aproximadamente 1,7 %.

“Por el contrario, en las partes altas de las colinas pequeñas, las especies han mostrado ser menos sensibles a la falta de agua y más tolerantes a los eventos de fuertes sequías, ya que la tasa de mortalidad sólo aumento aproximadamente un 0,05 % con relación a los valores promedio reportados antes, en ausencia de sequías intensas como la reportada aquí”, afirma el profesor Álvaro Duque del Departamento de Ciencias Forestales de la Facultad de Ciencias Agrarias de la U.N. Sede Medellín.

Cambios en valles y colinas

En relación con el contenido de carbono, los resultados preliminares muestran que el bosque se recuperó rápidamente de la mortalidad causada por la sequía de hace seis años.

Según el profesor Duque, hubo un cambio anual en la biomasa aérea del bosque, la cual se asocia con la cantidad de carbono almacenado allí. Esta fue de 0,35 %, es decir que hubo una ganancia promedio de 1,63 toneladas por hectárea al año.

En términos porcentuales, en las colinas la ganancia anual de biomasa fue de 0,63 % mientras que en los valles fue de -0,05 %, es decir que la mayor proporción de carbono acumulado en el bosque -que se estima como la mitad de la biomasa- se dio gracias al crecimiento de árboles con mayor densidad de madera que habitan las colinas o las zonas más altas de la parcela. En el global, los valores de densidad de madera promedio en toda la parcela pasaron de 0,58 a 0,59 gr/cm3, lo cual mostró diferencias estadísticamente significativas. Por el contrario, la mayor pérdida de carbono se asoció con la alta mortalidad de especies con baja densidad de madera presentes en los valles.

Estos datos muestran cambios en las características del bosque. “Probablemente está pasando a tener más especies resistentes a la falta de agua, como respuesta ante las recurrentes sequías”, expone Daniel Zuleta, ingeniero forestal y estudiante del Doctorado en Ecología de la U.N.

Andrés Alberto Barona, investigador asociado del Sinchi, señala otro cambio detectado: él afirma que los árboles que mueren con mayor facilidad son los más pequeños (de hasta tres metros de altura), y que lo hacen por la falta de buenas condiciones de luz, mientras que los de menor mortalidad son los mejor establecidos y más desarrollados.